confesiones de asesinato

7 2 0
                                    

Moriste, o tal vez yo misma te maté.

La única reminiscencia que permanece es tu cuerpo inerte entre mis brazos y tus ojos vidriosos que me incitaban a quedarme dentro de esas pupilas dilatadas que no hacían más que mirarme. Te miré la boca y estaba llena de vida, juro que hasta podía ver en ella un letrero de luces de neón que rezaba abierto. Pero no entré.

Tenía miedo y ahora el miedo se ha convertido en terror. Te vi morir frente a mis ojos, te sujeté y oré para que no te fueras, pero te has ido y ya no puedo dar marcha atrás porque te asesiné y ni siquiera quería hacerlo.

Recuerdo mi pulso acelerado y mis manos ensangrentadas... aunque ahora sospecho que no era tu sangre, sino la mía que brotaba como una fuente desde mi pecho, ahí donde mi corazón latía lleno de culpa.

No soy culpable de nada más que de tratar de congelar tu cadáver en el refrigerador. Pero, si no hacía eso, ¿de qué otra forma podría conservarte como antes? Aunque admito que ya no es lo mismo ver ese recuerdo entre la monotonía del hielo; anhelo tu calor a mi lado a todas horas.

Te maté, sí, mas la peor de las culpas con la que tengo que cargar es que ni siquiera tuve que tocarte. No hay huellas digitales ni nada que me incrimine.

Estás muerta. He perdido una amiga, pues ya no podré verte de esa forma nunca más. Disculparme no te regresará a la vida, ni me hará verte de nuevo con los mismos ojos, pero lo haré como último recurso para aliviar mis penas.

Pensamientos De MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora