—¿Quieres otro?— Ofreció.
Le arrebaté la caja de cigarros— Eso ni se pregunta.
—Pues, ya lo hice.
Ambos estábamos recostados en el césped, era un día nublado.
—Deberíamos volver, va a empezar a llover— Aseguró.
—Y a quién le importa— Fue más afirmación que pregunta.
Tomé el encendedor, sentí el calor en mi rostro al encender mi cigarro.
Aspire varias veces, y dejé salir el humo por mi boca.
—Vámonos— Ordenó.
Jaló de mi mano y me ayudó a levantarme pesadamente del césped.
Se abrochó su campera de cuero, y yo me coloqué el casco. Nos subimos a la Ducati del pelinegro.
El viento me despeinaba un poco a pesar de estar usando el casco, pero amaba sentir la brisa sobre mi rostro.
En cuanto llegamos a mi casa me bajé de su moto, y dejé el casco sobre ésta.
—Bien, creo que es hora de entrar— Sonreí tristemente, realmente odiaba estar dentro de mi casa.
—Si te hace daño, tú solo me avisas ¿Si? Yo te vengo a buscar— Fabricó una hermosa sonrisa.
—Gracias, de verdad— Besé su mejilla— Nos vemos.
Él me sonrió y se volvió a poner el casco sobre su cabeza, en cuanto observó que estuve dentro, arrancó, y se perdió entre las calles de New York.
Antes de entrar a ese infierno y que comenzara la tercera guerra mundial, saqué otro cigarro. Tanteé entre mis bolsillos y encontré el encendedor. Prendí el maldito mata-vidas, y aspire todas las veces que pude. Cerrando mis ojos entre cada una.
—¡¿QUÉ MIERDA HACES FUMANDO UN CIGARRO?!— Me giré y miré a mi padre.
—Hago lo que se me canta con mi vida— Luego me arrepentí de esas palabras.
Mi cigarro cayó en el húmedo césped, al igual que mi cabeza. Sentí un agudo dolor al notar que mi padre estaba jalando mi cabello con brutalidad. Intenté deshacerme de su agarre, pero me fue imposible. Él seguía golpeándome, sin intención de frenar.
—¡Ey! ¡Ya déjela, la está lastimando!— Mi padre miró al chico que había dicho eso y yo suspiré: agradeciendo y maldiciendo.
—¿Y porqué yo debería hacerte caso?— Espetó mi padre.
Levanté mi rostro del césped y contemplé al chico. Él me estaba observando con pena.
Claro que lo conocía, era un compañero del Instituto. No sabía que vivía enfrente de mi casa. Y mucho menos quería saberlo. Junté las fuerzas necesarias y me puse de pie.
—Será mejor que te vayas— Le musité al chico.
Éste me miró con advertencia en sus ojos. Yo sólo me di vuelta y tomé otro cigarro del paquete mientras entraba a mi casa.
Mi padre no respondió, me siguió. No quería que nadie se enterara que mi padre me golpeaba, no quería que nadie se enterara de que él la había asesinado, y mucho menos quería que se enteraran que por eso yo era así con todos, excepto con Matt. Mi mejor y único amigo. Él si me entendía, era algo así como mi ‘héroe’.
Mi padre cerró la puerta de un portazo y se volvió a mi. Yo estaba subiendo las escaleras. Antes de que lo notara, escondí el cigarro en mi espalda.