Capítulo 206

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CAPÍTULO 206

*narrador omnisciente*

Esa misma tarde tres almas aburridas llevan ingerida una botella de vodka, impulsados por el juego del "Yo nunca".

Iván: Yo nunca me he montado un trío —dice el mayor. Jacobo y Marina intercambian una mirada, confusos, ¿estará insinuando algo? Ninguno bebe—. Te toca, Jacobo.

Jacobo: Ya no sé qué más decir, hemos dicho de todo —contesta, con un dolor de cabeza que solo le ayuda a sentirse en otra dimensión—. Yo nunca he ido a una fiesta universitaria —se le ocurre.

Ahora el único que bebe es Iván. Se levanta torpemente, entre el alcohol, su pelo y la tenue luz de unas velas su visión se dificulta.

Iván: Juguemos a algo más divertido, algo que nunca podía faltar en estas fiestas universitarias —propone, abriendo un cajón y sacando dos pañuelos de Jacobo.

Le venda los ojos a Marina y después a Jacobo, los cuales se lo permiten, debido a los pocos reflejos. Están sentados en el suelo, separados por varios centímetros.

Iván: ¿Dónde te gustaría que te besara Jacobo? —le susurra a Marina.

Ella hace amago de sacarse la venda, pero Iván se lo impide. Lo medita unos segundos hasta que cede.

Marina: En el cuello —murmura.

El joven de pelo largo se aparta un instante y vuelve a acercarse a ella, besándole el cuello. Nota cómo se estremece. Tras este asalto, se dirige a Jacobo, haciéndole la misma pregunta:

Iván: ¿Dónde te gustaría que te besara Marina?

La respiración de Jacobo se torna irregular y acelerada.

Jacobo: En la oreja.

Iván repite el mismo procedimiento y Jacobo no cesa de jadear. Gracias a la botella de vodka no se dan cuenta del engaño. Después de dos rondas de besos, Iván llega a la parte final:

Iván: Y ahora, búscalo —le dice a ella—. Y ahora, búscala —le dice a él.

Ambos avanzan a tientas de rodillas, hasta que sus brazos se encuentran, sin darle ningún respiro a sus labios, sintiendo cómo el fuego los alimenta. Iván los mira apoyado en la pared, complacido, resistiendo a fumarse un cigarrillo. Marina le acaricia la espalda y Jacobo cuela su mano por debajo de su camiseta y con ese gesto ella se acuerda de que no están solos. Se quita el pañuelo bruscamente y espeta:

Marina: Este juego es una tontería.

Se levanta rápidamente, sin atreverse a mirar a Iván y habiéndose quedado a medias, y abandona la habitación de Jacobo. El chico reacciona tarde, sin conseguir disipar la fogosidad que han creado. Se desprende de la venda y le dirige una mirada inquisitiva al intruso:

Jacobo: Cómo te las gobiernas. Tengo una duda, ¿qué haces relacionándote con dos criajos como nosotros?

Iván: Me hacéis sentir bien, sois los únicos que no me habéis rechazado desde hace tiempo.

Jacobo frunce el ceño, no puede pensar en otra cosa que no sea Marina, en su tacto, sus labios, su cuerpo, su intensidad, su fuego... Iván repara en ello.

Iván: Anda, ve tras ella, estáis los dos igual de cachondos. Este juego no falla.

Sin capacidad para replicar, porque lo único que quiere es rematar la faena, le hace caso. Iván se queda solo en la habitación, le da al interruptor de la luz y abre su inseparable mochila.

En otra habitación del instituto, el chico de gafas negras llama a la puerta con suavidad. Cova lo recibe, con aspecto decaído y Juan se fija en la papelera llena de envoltorios de comida. ¿Cómo no se ha dado cuenta antes?

Juan: ¿Has visto las fotos que han empezado a rular? —va directo al grano, desprendiéndose de las inútiles formalidades.

Cova: Estoy incomunicada del exterior.

Juan: Soy gay —declara. Cova se queda sin habla, se esperaba cualquier, cualquier cosa de él, menos esta—. Es la primera vez que soy capaz de decírselo a alguien. Aunque ahora ya lo sabe todo el mundo —ambos empiezan a notar un incómodo nudo en su garganta. Juan hace acopio de todas sus fuerzas para seguir hablando—. Elena y yo coincidimos en unos campamentos y yo allí conocí a un chico del cual me enamoré. Nos veíamos a escondidas. O al menos eso creíamos, porque Elena se encargó de sacarnos varias fotos.

Las mejillas de Cova ya empiezan a estar bañadas por lágrimas amargas. Le hace un gesto con la mano, para que no siga.

Juan: Déjame terminar, por favor —le suplica, notando la primera lágrima—. Sabía que yo había participado en Masterchef Junior y que podía tener una mínima relación contigo. Se aprovechó de la situación, me amenazó con eso y me obligó a que cuando empezáramos el instituto consiguiera salir contigo y después ir destruyéndote poco a poco... —se sorbe la nariz— ¿Por qué me sometí a ello? Miedo. Tenía muchísimo miedo. Nunca he aceptado mis sentimientos. Mis padres son muy católicos y desde bien pequeño me han enseñado que la homosexualidad no es algo natural. No tengo disculpa, no tengo excusa. No sabes cuánto siento haber alargado esto, haberte robado este año. Sé lo que te pasa y estoy dispuesto a reparar el daño que te he hecho. Déjame ayudarte.

Cova, con ambas manos tapándole la boca, empapadas, llorando en silencio, sin capacidad de apartar la vista de esa raya de la baldosa, se siente peor que nunca. Utilizada. Machacada. Anulada.

Juan: ¿Quieres decir algo?

La chica se aparta lentamente las manos de la mandíbula y levanta la vista hasta encontrar sus gafas. Igual ella necesitará unas a partir de ahora, porque cree que va a seguir viendo borroso toda su vida.

Cova: Vete —le dice, tajante.

Juan no quiere insistir, no quiere lastimarla más, así que le hace caso sin rechistar. Una vez sola, Cova saca toda la comida que esconde debajo de la cama y se atiborra como si no hubiera mañana, para después arrepentirse y expulsarlo todo en el baño.

Invencibles (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora