Capítulo 224

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CAPÍTULO 224

*narra Marta*

—Nena, no vols que et portem enlloc? —me pregunta en catalán el hombre que me ha dejado el teléfono. Le devuelvo el aparato y me fijo en sus enormes manos con recias uñas llenas de suciedad.

Marta: No hace falta que me llevéis a ningún lado —les contesto—. Muchas gracias. He pedido que me vengan a buscar.

—¿Cómo te has hecho eso? —me pregunta el camarero, observando mi cuerpo repleto de rascadas, en algunas no cesa de salir sangre.

Marta: Eh... me caí. Disculpadme, no me apetece recordarlo... —murmuro, dejando caer otra lágrima.

—Anda, tómate esto —me tiende un zumo de naranja natural.

Le doy sorbitos al zumo, ahora que la adrenalina ha disminuido, empiezo a notar un dolor intenso. Todo lo que me acaba de pasar es demasiado surrealista, pero solo puedo pensar en una cosa: mi padre no desmintió que mi madre no muriera en el parto. Sea quién sea, mi madre está viva. Y ahora que lo sé, ahora que he permitido que me destroce entera, no pienso quedarme de brazos cruzados.

Escucho un ruido a mis espaldas, giro el taburete y me encuentro con la figura de Marcos plantada en el umbral de la puerta. Nos quedamos mirando unos segundos, como si fuéramos los protagonistas de una película, esperando a que la cámara nos pille nuestro plano para después correr el uno hacia el otro. El dolor físico que siento cuando me abraza no es nada comparado con el sentimiento reconfortante que me proporciona su presencia. Coloca sus cálidas manos en mis mejillas, escrutando mi rostro.

Mendicuti: Pensaba que nunca más podría volver a hacer esto... —me dice, aferrándose a mis labios.

Al separarnos, dirijo mi vista hacia el frente, dando con Manuel, que se contiene para no interrumpir el momento. Le hago señas para que se una y cuando su horrendo flequillo me acaricia la piel, lamento haber querido marcharme y privarme de la compañía de mi chico y mi mejor amigo. Poco a poco, más cuerpos se unen al abrazo. Ana. Mauro. Estamos todos.

Vera: Venga, que te llevamos al hospital —dice la directora, tras habernos dejado unos minutos de intimidad—. Tienen que mirarte estas heridas.

Marta: ¿Entonces Cecilia está muerta? —pregunto, una vez dentro de la furgoneta.

Mauro2: ¿Pero quién es Cecilia?

Manuel: Jacobo estaba convencido de que ese era su coche y si, además, no funcionaban los frenos...

Marta: No me lo puedo creer... Le había deseado que ojalá se muriera...

Manuel: Eh, ya está —me consuela Manuel, acariciándome el pelo. Puedo notar la mirada de Ana clavada en mi nuca.

Mauro: Esto de que Manuel y tú seáis los únicos que os entendáis no me parece justo —se queja Mauro.

Marta: Mauro, ahora no toca —le dirijo una severa mirada, pero paso de sus ojos castaña a los avellana de Mendicuti y sé que a él sí le debo una explicación.

Una vez en el hospital, me conceden una pequeña habitación, me hacen los cuidados pertinentes y me piden que me quede unas horas ahí descansando. Marina y Jacobo no tardan en llegar, Jordi Cruz los ha acompañado a la policía. Resulta que el chico que parece ser ha modificado los frenos del coche de Cecilia, hace tiempo que tenía preparada la huida, porque sus cosas ya no están en el piso de su madre, la terapeuta, que no tenía ni idea de sus hazañas. Han iniciado un plan de búsqueda y captura. Ya no sé qué pensar de mi entorno. Primero Cecilia, después Perseo... ¿Qué será lo siguiente? Y me duele recordar la desastrosa muerte de Lluc y la desaparición de Lucía...

Tras ponernos al tanto con los últimos sucesos y yo explicando lo estrictamente necesario, los presentes se dan cuenta de que necesito estar a solas con Marcos. Pero antes de que se marchen todos, Manuel no se libra de que vuelva a agradecerle que me haya salvado.

Mendicuti: ¿Entonces te ibas a largar sin decirme nada? ¿Qué esperabas? ¿Que me diera cuenta de que ya no volverías? ¿Así? ¿Sin más? —me reprocha, cuando le explico toda la dramática historia.

Marta: No podía explicarte que me iba, porque sabía que no me dejarías marcharme.

Mendicuti: ¡Pues claro que no! ¡Era una locura!

Marta: ¡Dices que es una locura porque ha resultado todo una mentira! Creéme, yo soy la que más decepcionada estoy conmigo misma.

Mendicuti: Independientemente de lo que haya pasado después, no te puedo negar que me ha dolido muchísimo que me ocultaras algo así.

La Marta de antes hubiera montado una escena indignándose con él, creyéndose superior y echándolo de la sala. Pero no estoy pensando en nada de esto, estoy siendo capaz de empatizar. Y por eso sé que he evolucionado.

Marta: Quizás te parezca una paradoja, pero no quería que el tema de mi madre volviera a separarnos.

Toqueteo una de mis vendas, fijándome en que las lágrimas acaban de mojar mi camiseta. Marcos me mira, noto su dolor escondido.

Mendicuti: No sé qué decir ni qué hacer, Marta... —titubea.

Marta: Solo abrázame —susurro. Hundo mi cabeza en su pecho y me empapo de su olor —. Al menos hay una cosa que tengo clara: mi madre no murió en el parto. Quiero saber qué pasó con ella.

Mendicuti: Y no tengas ninguna duda en que te voy a ayudar a descubrirlo —finaliza, estrechándome contra él.

*narra Vera*

Me encierro en el baño, consciente de que Jordi va a seguirme. Enciendo el grifo a la máxima potencia y me empapo la cara. Me miro al espejo y solo logro atisbar un cúmulo de aspiraciones y sueños frustrados. Los brazos del catalán no tardan en cubrir mi insignificante cuerpo.

Jordi: Marta está bien, quédate con eso —intenta calmarme.

Vera: No puedo. No puedo hacerlo ni puedo entender qué está pasando —levanto la cabeza para así poder mirarlo—. Hace unos meses un chico se cae de la azotea. Una chica de tercero desaparece misteriosamente. El hijo de la terapeuta es un psicópata. Y la profesora de lengua nos ha dado una identidad falsa y termina matándose en un provocado accidente de coche, que por poco no muere otra alumna —me separo de él, haciendo aspavientos con los brazos—. ¿Es esto solo una novela de acción? ¿Una broma macabra? ¿Me vais a decir que estabais representando una obra de teatro? —hago una pequeña pausa— Voy a dimitir antes de que me echen, ya lo he decidido.

Jordi: ¿Dónde está esa mujer que irradiaba fuerza?

Vera: Se la han arrebatado.

Jordi: Pues ve a por ella y no vuelvas a dejar que se te escape. Tú no tienes la culpa de nada.

Mis pensamientos viajan de estos asuntos hasta el que realmente me carcome por dentro.

Vera: Pero Elliot... —susurro, mirando a la nada.

Jordi: De nada. ¿Me oyes? —insiste, aprisionando mi rostro con sus delicadas manos.

Pero me niego a escucharlo, la voz de Elliot ahora es mucho más potente en mi mente.

Vera: Solo tiene dieciséis años, tiene que salir de esta... He decidido que en cuanto se recupere, se vendrá a vivir conmigo.

Sé que Jordi tenía planes de iniciar una convivencia juntos, pero en este momento mis prioridades son otras.

Invencibles (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora