Capítulo 211

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CAPÍTULO 211

*narra Marta*

Mi abuela siempre me explicaba que cuando era pequeña sufría muchas pesadillas, ella me cogía en brazos y conseguía que me volviera a dormir gracias a sus nanas. ¿Dónde puedo hallar ahora su voz? Mi vida se ha convertido en una inquietante pesadilla. No puedo permitirme seguir con la duda, así que haciendo acopio de todas mis fuerzas, voy en busca de ella. A través de la valla, la diviso llegando al parking.

Marta: ¡Berta! —chillo— ¡Ábreme la puerta! —le pido.

Ella, extrañada, vuelve hacia atrás y me deja salir del recinto del instituto. La cojo de la mano, olvidándome de todos los modales, obviando una correcta relación-alumna profesora y la arrastro hasta la otra punta, descendiendo hacia el pequeño descampado que hay ahí, necesito discreción. Y cuando creo que nadie puede escucharnos, espeto:

Marta: ¿Qué coño hace esta foto en tu cartera? ¿Me la has quitado? —le tiro el monedero de malas maneras y le planto la foto en sus narices. Estoy empezando a perder los papeles.

Berta, en cambio, la coge con delicadeza y la observa con la mirada cristalizada.

Berta: ¿Tú tienes una igual? —pregunta con tranquilidad, mirándome ahora a mí.

Marta: ¿Como que... una igual...? —balbuceo, desmoronándome.

La mujer que tengo delante me sonríe y me acaricia el hombro. No está negando nada, no hay otra explicación para su actitud que la que me he olido desde el momento en que supe su nombre y su apellido. Necesitaba esta pieza para admitirlo de una vez. Inspiro profundamente, pero los nervios no quieren que mi respiración sea regular. Cierro los ojos y derramo la primera lágrima, que viene acompañada de muchas más. Mi dedo no cesa de acariciarse la mancha de mi cuello. Cuando creo que soy capaz de emitir algún sonido con mi voz, abro la boca:

Marta: ¿Eres...? —titubeo— ¿Eres mi madre?

Ella, que hasta ahora se había limitado a observarme, estalla en llanto y me abraza con fuerza.

Berta: Por fin... —susurra contra mi pelo— No sabía cómo decírtelo... He soñado tanto con este momento...

Mis brazos recorren su espalda y le devuelvo el abrazo. Mi madre no está muerta. Mi madre me está abrazando. Mi madre es rubia, como yo.

Me separo de ella y dirijo la mirada al suelo, no me atrevo a adentrarme en sus ojos. Por ahora, no. Me siento encima de una piedra y mientras me seco las lágrimas le pregunto:

Marta: ¿Y por qué llevo pensando toda mi vida que mi madre murió en el parto?

Ella se sienta a mi lado e inicia su relato:

Berta: Éramos muy jóvenes cuando me quedé embarazada. Yo no estaba muy segura y barajé la posibilidad de darte en adopción. Nunca le caí bien a la familia de tu padre y eso fue la gota que colmó el vaso. Terminaron convenciéndome en tenerte, que ellos nos ayudarían en todo. El parto fue duro. Estuve varios días ingresada y muy débil. Tú en una incubadora. La foto que tengo, que tenemos, es de la única vez que pude verte. El día que me dieron el alta, tu padre y tú habíais desaparecido. Se te había llevado, me había dejado sola, sin ti.

Mi padre. El hombre que me ha cuidado toda la vida. Un maldito secuestrador.

Marta: Pero... ¿tú no pudiste hacer nada?

Berta: No te voy a engañar, en ese momento me pensé que era lo mejor para mí. Pero pasaron los meses, los años y me convertí en una infeliz. Desde entonces he dedicado toda mi vida a buscarte. Tu padre supo ocultarte muy bien. Hasta que saliste por la televisión. Desde entonces he pensado en cómo presentarme ante ti. Y hacerme pasar por profesora fue lo que se me ocurrió.

Marta: Yo... No puedo decir nada... Mi existencia ha sido una broma macabra y mi vida acaba de desmoronarse totalmente.

Noto cómo mi careta artificial empieza a reconstruirse. El problema ha sido intentar quitármela, han vuelto a dañarme.

Berta: Si tú quieres, podemos salir de todo esto. Juntas.

Y entonces me vuelve a abrazar. Y yo, confundida, la dejo.

*narra Martina2*

Tamborileo mis dedos nerviosamente sobre la tapa del piano. No me siento a gusto. No puedo más. Aimar se acerca a mí y me sopla en la oreja.

Aimar: ¿Mi cantante favorita me va a explicar ya qué le pasa?

Martina2: No estoy de humor para bromas —contesto borde, zafándome de él y poniéndome de pie.

Aimar: Bueno, ¿me permites que toque una canción a ver si te alegras?

Sus incesantes reacciones pacíficas. El volcán vuelve a despertarse.

Martina2: ¿Por qué no te molestas? Joder, ¡acabo de rechazarte! ¡Reacciona! ¡A ti todo te da absolutamente igual! ¡Nunca quieres enfadarte ni meterte dónde no te llaman! ¡Y haces ver que nada te preocupa! ¡Me beso con Mauro! ¡Te da igual! Llevo dándole muchas vueltas... Tú no me quieres. Si lo hicieras no hubieras reaccionado así.

Aimar: Estás confundiendo las cosas. Porque yo no me comporte como un histérico no significa que no te quiera.

Martina2: ¿Lo ves? ¡Y sigues tan tranquilo!

Aimar: Mira, Martina, si no tienes las cosas claras pues lo mejor será que lo dejemos.

Martina2: ¿Entonces te da igual?

Aimar: No me da igual, pero no quiero obligar a nadie a estar conmigo. Yo he confiado en ti, pero tú no estás confiando en mí. No quiero estar con alguien que no confíe en mí.

Martina2: Esta discusión me está superando...

Aimar: No estamos discutiendo.

Martina2: ¡Vete a la mierda, Aimar! ¡Sí! ¡Lo dejamos! ¡No quiero estar con alguien que no tiene sangre en las venas!

Me contengo para no romper a llorar delante de él, salgo de la sala de música dando un portazo y me siento en el suelo con la espalda apoyada en la puerta. Abrazando mis rodillas. Escondiendo mi cara en ellas. Mojándolas sin remedio.

No me he atrevido a seguir sus pasos. No tengo equilibrio. Y él no me ha sujetado.

¿Habéis oído eso? Ha sido la dolorosa caída de la cuerda de mi funambulista batido.

Invencibles (2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora