Enamorada Del Amigo De Mi Hermano

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SINOPSIS:
Amber Duran y su hermano mayor, Daniel, tienen un padre abusivo. Una noche, el mejor amigo de su hermano, Christian, la ve llorando y trepa por su ventana para confortarla. Aquella acción desata una relación de amor/odio que se extiende por los próximos ocho años.

Christian ahora es un seguro y coqueto jugador de hockey que nunca antes ha tenido novia. Amber todavía está emocionalmente temerosa por el abuso que ha sufrido a manos de su padre. Juntos, hacen una pareja improbable.

Su relación siempre ha sido incierta pero, ¿Qué sucede cuando Amber empieza a ver al mejor amigo de su hermano un poco diferente? ¿Y cómo su hermano, que siempre ha sido un poco sobreprotector, reaccionará cuando se dé cuenta que el par se está acercando más?

*********

CAPITULO 1 :
Me senté en la encimera de la cocina, observando a mi mamá hacer pasta al horno; ella estaba entrando ligeramente en pánico y seguía mirando al reloj a cada minuto. Sabía por qué lo hacía, mi papá debía estar en casa en exactamente dieciséis minutos y a él le gustaba que la cena estuviera en la mesa pronto como entrara.
Daniel se acercó, jugando con sus figuras del Hombre Araña.
—Mamá, ¿puedo ir a jugar a casa de Christian? —preguntó, lanzándole una mirada de cachorrito.
Ella miró el reloj de nuevo y sacudió la cabeza rápidamente.
—No ahora, Daniel. La cena no tardará mucho y necesitamos comer como una familia. —Se estremeció ligeramente mientras hablaba.
La cara de Daniel cayó, pero asintió y vino a sentarse a mi lado. Inmediatamente le arrebaté el hombrecito de sus manos y me reí cuando jadeó y lo arrebató de vuelta, sonriendo y poniendo los ojos blancos hacia mí. Él era un chico lindo, medio moreno, con una hermosa sonrisa. Era mi hermano mayor, y como los hermanos mayores, era el mejor ,era el mas dulce y tierno. Siempre me cuidaba en casa y en la escuela, se aseguraba de que nadie me molestara. El único que tenía permitido molestarme, según su opinión, era él, y en una menor medida su mejor amigo Christian, que resultaba que vivía en la casa de al lado.
—Entonces, Ambs, ¿necesitas ayuda con tu tarea? —preguntó él, codeándome. Daniel tenía diez, y era un año mayor que yo, así que siempre me ayudaba con el trabajo de la escuela.
—Nop. No tengo tarea. —Sonreí, balanceando mis piernas mientras colgaban de la encimera.
—Bien, niños, pongan la mesa por mí. Ya saben cómo. Exactamente bien, ¿de acuerdo? —pidió mamá, rociando queso sobre la pasta y poniéndola en el horno.
Daniel y yo nos bajamos de la encimera y agarramos las cosas, dirigiéndonos a la sala comedor.
Mi papá era muy particular sobre todo, si todo no estaba exactamente bien, se enojaba y nadie quería eso. Mi mamá siempre decía que papá tenía un trabajo estresante. Siempre se enojaba con facilidad si hacíamos algo mal. Si has escuchado ese dicho: “Los niños deberían se vistos y no oídos”, bueno, mi papá llevaba eso a otro extremo. En su lugar, le gustaba: “Los niños no deberían ser vistos u oídos”. A las 17:30 llegaba a casa todos los días, comía la cena de inmediato, y luego Daniel y yo éramos enviados a nuestras habitaciones, en donde jugábamos en silencio hasta las 19:30 cuando teníamos que ir a la cama.
Daniel y yo pusimos la mesa y luego nos sentamos en silencio, esperando que el clic de la puerta señalara que él estaba en casa. Podría sentir mi estomago revoloteando, mis manos empezaron a sudar mientras rezaba en mi cabeza que él hubiera tenido un buen día y estuviera normal esta noche.
Algunas veces, estaba de un humor realmente bueno y me besaba y abrazaba. Me decía la niñita tan especial que era, y lo mucho que me quería. Eso sucedía normalmente los domingos. Mi mamá y Daniel iban a la práctica de hockey yo me quedaba en casa con mi padre. Aquellos domingos eran los peores, pero no le dije jamás a nadie de esos días, y lo mucho que me tocaba y me decía lo bonita que era. Odiaba esos días, y deseaba que los fines de semana nunca llegaran. Prefería mucho más que fuera un día de escuela cuando sólo lo veíamos para la hora de la cena. Definitivamente prefería cuando me miraba con ojos enojados, que cuando me mira con ojos suaves. No me gusta en absoluto, me hacía sentir incómoda, siempre hacía que me temblaran las manos. Afortunadamente, sin embargo, hoy apenas era lunes, así que tenía casi una semana antes de que tuviera que preocuparme por eso de nuevo.

Un par de minutos después, él entró. Daniel me lanzó una mirada que me decía que me comportara y sostuvo mi mano bajo la mesa. Mi padre tenía cabello oscuro, del mismo color del de Daniel. Tenía ojos marrones, y siempre tenía el ceño fruncido.
—Hola, niños —dijo con su ruidosa y profunda voz. Un estremecimiento se deslizó por mi columna cuando habló. Puso su maletín a un lado y tomó asiento a la cabeza de la mesa. Intenté no mostrar ninguna reacción; de hecho. Intenté no moverme para nada. Siempre parecía que era yo la que metía a todos en problemas o hacía algo mal.
Siempre parecía que era la que empeoraba las cosas para todos. No solía ser así, solía ser la niñita de papá, pero desde que empezó su trabajo, hace tres años, cambió. Nuestra relación con él cambió por completo. Él todavía me favorecía por encima de Daniel, pero cuando venía del trabajo, era como si quisiera pretender que Daniel y yo no estábamos allí. La forma en que miraba a Daniel algunas veces era como si estuviera deseando que no existiera, hacía que me doliera el estómago verlo mirar a mi hermano de esa forma.
—Hola, papá —respondimos ambos al mismo tiempo. Justo entonces, mi mamá vino cargando la pasta y un plato de pan de ajo.
—Esto se ve bien, Margaret —dijo él, dándole una sonrisa. Todos empezamos a comer en silencio e intenté no moverme incómodamente en mi lugar—. Entonces, ¿cómo estuvo la escuela, Daniel? —le preguntó a mi hermano.
Daniel levantó la mirada nerviosamente.
—Estuvo bien, gracias. Intenté entrar al equipo de hockey sobre hielo y Christian y yo… —empezó a decir, pero mi papá asintió, sin escuchar.
—Eso es genial, hijo —interrumpió él—. ¿Qué hay de ti, Amber? —preguntó, volviendo su mirada hacia mi.
¡Oh, Dios! De acuerdo, sé cortés, no divagues.
—Bien, gracias —respondí calladamente.
—¡Habla más alto, niña! —gritó.
Me estremecí con su tono, preguntándome si iba a pegarme, o quizá me enviaría a la cama sin cenar.
—Estuvo bien, gracias —repetí un poco más fuerte.
Él frunció el ceño y luego se volvió hacia mi mamá, que estaba estrujándose las manos nerviosamente.
—Entonces, Margaret, ¿qué has estado haciendo hoy? —preguntó, comiendo su cena.
—Bueno, fui al supermercado y conseguí ese estofado que te gusta, y luego planché un poco —respondió mi mamá rápidamente. Sonaba como una respuesta preparada, siempre hacía eso, tenía sus respuestas listas de modo que no fuera a decir nada inapropiado que lo hiciera enojar.
Extendí la mano por mi bebida, pero no estaba observando apropiadamente y la volqué, derramando el contenido sobre la mesa. Los ojos de todos volaron hacia mi padre, que se levantó de un salto de su silla.
—¡Mierda! ¡Amber, estúpida pequeña perra! —gruñó, agarrándome del brazo y empujándome bruscamente de la mesa. De repente mi espalda golpeó la pared, el dolor me atravesó y me mordí el labio para dejar de llorar. Llorar lo empeoraba todo; iba a golpearme. Sostuve el aliento esperando el golpe, sabiendo que no había nada que pudiera hacer más que soportarlo, igual que siempre.

Novelas De Christian OrdazDonde viven las historias. Descúbrelo ahora