Capítulo cuatro

184 11 0
                                    

Caminamos hacia el que ha sido nuestro hogar durante años y a partir de mañana dejará de serlo para ambas. O al menos, eso es lo que espero. Mi hermana me tiende uno de los libros cuando estamos en la puerta, pero lo rechazo. Será la última vez que cruce esta puerta azul, la última vez que me comportaré como una erudita. La emoción impide que coja el libro.

Mi madre abre la puerta, como todos los días, y me mira con el ceño fruncido. Yo, por el contrario, le dedico la sonrisa más falsa que verá jamás en mi rostro.

-Habéis tardado en llegar.

-Nos entretuvimos por el camino – mientras mi hermana se dedica a dar explicaciones, paso por debajo del brazo de mi madre y entro en la casa.

-¿Qué tal las pruebas? - pregunta mi padre, que baja por las escaleras.

Tiene el pelo lleno de canas y es alto y esbelto. Vino de Verdad y de pequeña siempre lo consideré un hombre al que no podía mentirle, que conocía todos mis secretos. Ahora que ya he cumplido los dieciséis años, no sé si eso es verdad. Lo que está claro es, que si conoce lo que soy, no parece molestarle tanto como a mi madre.

Puede que mi padre sea lo único que eche de menos de esta facción. Mi padre y su confianza.

-Perfectas – contesto, mientras comienzo a subir las escaleras – Estaré en mi cuarto, pensando sobre ello.

Mi padre no dice nada más. Asiente y sigue bajando para abordar a mi hermana.

Cuando llego a mi habitación, me agacho bajo la cama de Chloe y levanto una de las baldosas del suelo, de donde saco una maleta negra en el momento en el que mi hermana entra en el cuarto.

-Oh, oh, ¿qué vas a hacer? - pregunta, mirándome con preocupación.

-Esta noche tengo que salir a hacer un par de cosas. No te preocupes.

-Puedo entretenerles – Chloe se sienta en su cama junto a mí, mientras que yo saco mi cuaderno de dibujo de debajo de mi colchón y lo meto en la mochila.

-Te lo agradecería mucho – le sonrío ampliamente – Pero mientras anochece, ¿qué te parece pasar un rato comportándonos como hermanas?

No lo duda ni un segundo. Se lanza hacia mí y enrosca sus brazos alrededor de mi cuello, con fuerza. Su cuerpo empieza a temblar y yo le devuelvo el abrazo.

-No, por favor Chloe. No empieces a llorar. ¿Quieres que yo haga lo mismo?

Esto la hace reír entre lágrimas. Fundidas aún en un abrazo, nos dejamos caer sobre su cama.

-Te voy a echar de menos – confiesa, y entonces se separa de mí.

-Yo también – aseguro, cogiendo su mano con fuerza y reprimiendo el nudo de mi garganta.

Cuando anochece, a mi hermana y a mí nos ha dado tiempo a analizar toda nuestra infancia juntas. Nuestros días en la sede de Cordialidad; mis intentos por averiguar a qué facción pertenecía, obligándola a escalar las esculturas de acero que hay frente a la sede de Erudición; todas las veces que sacó la cara por mí ante nuestra madre; y nuestras peleas de pequeñas, en las que mi madre acababa castigándome por tirarle del pelo y mi hermana decidía hacerse pasar por mí y ocupar mi lugar en el salón-biblioteca de nuestra casa, leyendo, mientras yo seguía jugando en la calle con los vecinos.

Nos separamos con un fuerte abrazo. Ella se dirige a la puerta para distraer a mis padres y yo, cargada con la mochila con cosas que me importan, menos de las que pensaba, me subo al alféizar de la ventana y bajo en silencio por el canalón.

La facción antes que la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora