Capítulo uno

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La relación entre Cordialidad y Erudición siempre ha sido admirable. Cordialidad aporta alimentos y todo lo que Erudición necesita a cambio de inventos que faciliten su modo de vida, como maquinaria para regar los invernaderos. Cuando era pequeña, mi madre se encargaba de ir a la facción de Cordialidad desde Erudición para llevarles nueva maquinaria y recoger suministros. Lo que no sabían los jefes de Erudición es que mi madre tenía otra razón para ir a nuestra facción vecina: visitar a su hermano. Cuando era pequeña, ella se había quedado en Erudición mientras que mi tío se convertía en un trasladado a Cordialidad. En este aspecto, la facción no fue antes que la sangre, que el amor fraternal. Ese amor fraternal que he heredado yo.

Cuando mi madre nos llevaba a Cordialidad, mi hermana Chloe y yo corríamos por los campos con mi primo. "Subid al árbol. Abrazadlo y escuchar lo que os dice" gritaba él. Mi hermana y yo saltábamos al tronco del árbol más cercano y subíamos un poco. Chloe se abrazaba al tronco y pegaba la mejilla en la corteza, clavándose trozos de la superficie. Yo, sin embargo, era incapaz de detenerme una vez que había empezado a subir. Trepaba a las ramas más altas y más delgadas y sacaba la cabeza por entre las hojas, observando desde arriba los campos y la carretera que llegaba hasta la vaya donde estaban las otras cuatro facciones: Abnegación, Osadía, Verdad y Erudición. Yo no tenía miedo de las alturas, no tenía miedo de correr hasta que los pulmones me ardieran, no tenía miedo de caer y sangrar. Me levantaba del suelo sin pensarlo dos veces y seguía saltando y corriendo.

Puede que fuera allí, en la lejana y tranquila Cordialidad, donde me diera cuenta de que no era erudita. Yo soy osada.

-¿Quieres bajar de ahí?

Me encuentro en el parque que hay frente a la sede de Erudición, en lo alto de las esculturas de acero, junto a mi mochila y mis libros de las clases. Este es el único lugar en el que puedo ser yo misma y erudita al mismo tiempo.

-No - respondo con sequedad.

Mi hermana, a los pies de la escultura, ya hace horas que ha terminado sus tareas para el colegio. Yo, sin embargo, puedo tardar toda la tarde en terminarlos. No puedo escribir dos líneas en las páginas de mi desgastado cuaderno sin distraerme con el sonido de los trenes que pasan junto a los límites de la facción.

-Ya está anocheciendo. Por favor, Eleanor. Quiero volver a casa.

Bajo la vista y me encuentro con la cara de mi hermana, llena de preocupación. Cierro el libro y el cuaderno que tengo sobre mi regazo y los guardo en la mochila. Una vez me la he colgado sobre los hombros, bajo de un salto.

-Vamos a casa.

Alargo el brazo hacia mi hermana y ésta enlaza sus dedos con los míos.

Caminamos por las calles desiertas de la facción. Todos deben estar en la sede buscando información en los ordenadores o pasando una tras otra todas las páginas de los cientos de libros.

-Mañana es la prueba. -Comenta con temor Chloe.

-Lo sé.

Mantengo la mirada clavada al frente. Estos temas son peligrosos y cualquier indicio de duda o temor puede meternos en problemas. Mi hermana no lo comprende a pesar de mis cientos de advertencias, sigue siendo inocente e incapaz de sospechar de alguien. Es su parte abnegada.

Llegamos a la calle en la que está nuestra casa. Todas son distintas, aunque todas las fachas son de algún tono azul. Reconozco la nuestra gracias al pequeño cartel en el que se puede leer nuestro apellido: Stone.

Me tomo un par de minutos antes de entrar. Es el momento de fingir ser erudita, el peor momento del día. Me encantaría poder entrar corriendo y gritando, subiendo las escaleras de tres en tres sin que mi madre me regañe y me explique los efectos que el ruido tiene en nuestro organismo. Llevo desde que tengo conciencia fingiendo interesarme por los conocimientos y sigo sin acostumbrarme.

La facción antes que la sangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora