Los años volaban, ahora Akira tenía cuatro años y era más difícil de controlar.
"Quiero un unicornio, papá." Chilló, dando un pisotón en medio de la tienda.
Todoroki negó con su cabeza. Él había comprado las muñecas que su hija quería, hace aproximadamente diez minutos.
"No."
"Quiero un unicornio." La voz infantil volvió a escucharse, junto a un jalón en su camisa.
"Dije que no, Akira."
Endeavor que miraba la escena de su hijo y con su nieta apunto de llorar, se acercó a ellos. "¿Que sucede?"
Shōto rodó sus ojos. "¿Qué haces aquí? ¿Estás siguiéndome?"
"¿Por qué te seguiría?"
"Te encontré hace dos tiendas atrás, no es una coincidencia."
"Quería ver a mi nieta, ya que tampoco es coincidencia que cuando quiera verla no estén en casa."
Los ojos de Akira brillaron al ver a su abuelo, sabía que no le negaría nada. "¡Abuelo, quiero el unicornio!
"No, tú no quieres el unicornio." Shoto dijo serio, mirando a su hija con un toque de advertencia.
"¡Yo sí quiero un unicornio, por favor, abuelo!" Miró al hombre, haciendo la famosa carita de tlacuache aplastado, de su película favorita.
Diez minutos más tarde Todoroki se encontró metiendo el gran unicornio en el auto, era demasiado grande, casi de su tamaño.
Akira le sonrió a su padre—que la miró completamente serio—, adentrándose al auto con una diadema de unicornio.
Su abuelo había accedido a comprarle lo que quisiera y bueno, ella no desaprovecharía, escogió el unicornio más grande de toda la tienda.
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