Capitulo 13. El jardín de los recuerdos

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-Así que ya nos conocíamos… cuando éramos pequeños- se adentró aún más a la habitación observando como Kotomi se mantenía en la misma posición, como si no lo hubiera escuchado. –Ya sabias quien era yo desde un principio, ¿no?- preguntó en tono molesto. -¿Por qué no lo dijiste?

-Me alegre muchísimo cuando viniste a la biblioteca- la voz de Kotomi solo era un susurro. –Me alegró muchísimo ver que el chico de aquella época había vuelto junto a mí. Pero pronto me di cuenta de que no te acordabas de mí. Pero volviste a hacerte amigo mío. Me trataste igual que bien que si fuera una chica a la que hubieras visto por primera vez. Me presentaste muchos amigos. Y entonces, me perdí. No podía decidir si quería que recordaras o te quedaras sin saber… como era yo por aquel entonces- a Kotomi le vinieron a su mente recuerdos de ese bonito jardín hace años, en el cual habían vivido tantos momentos.

-“Aquellos que persiguen la verdad no deben ser arrogantes. Solo porque no puedan ser demostrados científicamente, uno no debe de reírse de los milagros. No debes negarle a tus ojos la hermosura de este mundo”. Esas eran las palabras de mi padre- explico Kotomi, mientras recordaba bellos momentos que paso a lado de sus padres en su corta edad. Simplemente pasar el tiempo con ellos en aquel jardín había hecho de su vida feliz, no necesitaba nada más.

Recordó como de pequeña había preguntado a sus padres la razón de porque la habían llamado Kotomi.

-“Mira a tu alrededor, Kotomi”- le había respondido su padre. -“Este mundo está compuesto de innumerables arpas que no se pueden apreciar a simple vista. Koto significa arpa en japonés”- mientras le explicaba, Kotomi se había dedicado a contemplar los bellos colores del cielo al atardecer. Se sorprendió a saber el significado de su nombre.

-“Koto… ¿de Kotomi?”- había preguntado.

-“El mundo está lleno de arpas, y cada una toca una melodía diferente. Todas estas melodías se entrelazan mutuamente, y es ahí cuando nace una melodía única. Por eso el mundo es tan bello”.

-“Papá tiene la mala costumbre de hablar elocuentemente”- le había comentado su mamá al ver la cara de confusión de Kotomi, pues a pesar de ser muy inteligente, seguía siendo una pequeña niña. –“Las cosas más importantes son siempre las más sencillas. Tú te llamas Kotomi-chan, que se escribe con tres hiraganas preciosos. Eres el tesoro más valioso de papá y mamá”- le había dicho su madre mientras la sostenía entre sus brazos y depositaba un dulce beso en su mejilla. Kotomi recordó como la había abrazado con fuerza.

-Mi casa, el jardín, mi padre y mi madre. De eso estaba compuesto todo mi mundo- le siguió explicando mientras a su mente venia otro recuerdo, en el que había visto a Okazaki por primera vez. Una tarde en la que se encontraba en la sala de su casa, practicando con su violín, cuando vio a un pequeño niño en su patio, con una red de mariposas en su mano. El niño la miraba atentamente. Kotomi había detenido su práctica y había salido al patio.

-“¿Quién eres?”- le había preguntado. –“¿Qué haces aquí?”

-“Estaba jugando y he llegado hasta aquí sin darme cuenta”- había explicado el niño con timidez y pena. –“¿Quién eres?”

-“Kotomi. Se escribe con tres hiraganas. Cuando hables conmigo, llámame Kotomi-chan”- había explicado ella.

-“Vaya, tenemos un invitado encantador”- el niño se había asustado cuando vio a su mamá, que se había colocado detrás de su hija.

-Yo estaba sola en el colegio… porque leía libros que mis compañeros no leían y pensaba cosas que ellos no pensaban. Pero este chico, Okazaki Tomoya, parecía algo diferente de los demás chicos que crecían en mi colegio.

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