8.
No podía creerlo, el vigente campeón del mundo, Alemania, había quedado fuera del mundial en fase de grupos.Me sentí muy mal. Todos teníamos tantas buenas expectativas sobre la selección. Perdimos ante Korea, 2-0. Casi todos en las gradas lloraban, otros molestos, tristes, algún que otro disparate poco borracho insultando a los koreanos, nada íba a cambiar el resultado, eso sí.
Mi corazón se rompió cuando por fin, entre todos lo jugadores alemanes ví a mi esposo, Mats. Aquel que había intentado todo para poder marcar, cabizbajo con las manos en su cuello. Me acerqué a él a paso rápido, sabía que no podía salir del túnel a menos que no me dijeran nada.
No me importó en lo absoluto. Sin empujar a nadie, llegué hasta él. Lo abracé, lo abracé fuertemente, verlo triste me daban ganas de llorar con él. Siempre me contaba con emoción lo que haría en todos los partidos, quería que el equipo llegara lejos, queríamos que el día de debutar llegara.
Sin embargo llegó más temprano su despedida de este. Su final.— Mats, no llores...
No pude evitarlo, mi voz se quebró y salieron lágrimas de los ojos. Escondí mi cara en su cuello, húmedo por sus gotas de sudor. Sentí sus brazos rodear mi cintura fuertemente, escuché sus sollozos por primera vez, me aterró.
— Lo perdí, Marien...
Su voz sonaba igual que un pequeño niño llorón. Eso era. No me gustaba verlo decaído, pocas veces lo estaba.
— Tendrás otro... No llores Mats por favor....
Se separó de mí, su mirada estaba baja, lo ví perfectamente, su cabello, su barba, tomé sus manos y las entrelacé, en el instante me miró a los ojos, rojos y aguados. Seguramente igual que los míos cuando recordé lo que pasaba.
— No, yo me prometí decirle al mundo de la pequeña. — aspiró su nariz. Estaba embarazada apenas de un mes de él. — Quería celebrarlo con un... — volvió a sollozar. Se aferró rápidamente a mi hombro, no quería que nadie lo viera. Imposible.
— No hace falta, Mats. — negué, pasé mis manos sobre su espalda. — Te amo, no me importa si se entera el mundo o no. Te amo. — le susurré al oído.
— ¿De verdad amas a un bueno para nada? - susurró en mi odio. Ahora era un infantil.
— No digas eso. — lo separé. Me miró a los ojos, le sonreí con lágrimas en el rostro. Le limpié sus ojos y volví a hablarle — Sirves para muchas cosas, no fué tu culpa.
— Tuve muchas oportunidades para marcar un gol y...
— Ya basta, te dije que tendrás otra oportunidad. — lo miré seria. Me sonrió de lado y tomó mi rostro.
— No sé que haría sin ti. — acercó sus labios a los míos. — Te quiero para siempre en mi vida, Marien.