No le debo nada a nadie. Siempre he estado sola. Un odio irascible fluye a chorros calientes por mi cuerpo. Quemando, hundiendo y destrozando lentamente. Una sonrisa de ternura y ojos de locura. Mi cuerpo es un mapa de sufrimiento. Con resignación y aceptación recorro el relieve tan accidentado. Mis ojos no brillan, pero tampoco están apagados. Están hibernantes. En espera. Que la presa baje guardia para así poder devorar su alma. Y que en el Tártaro repose su última morada.
ESTÁS LEYENDO
Cuentos Para Niños Grandes
RandomCuentos cortos escritos por mi, para niños no tan pequeños.