Prólogo.

2.1K 44 124
                                    

«No importan las circunstancias, ni el espacio, ni el tiempo, Hellis... cuando los hilos del destino se entrelazan, las personas implicadas están condenadas a encontrarse».

—Nótt Skoð

*****

Frío, hacía mucho frío. La sensación era asfixiante, la tela bajo la armadura oscura pegándose como láminas de hielo a sus carnes, un jalón y hasta podría asegurar que su piel sería arrancada con barbarismo desmedido, solo dejando huesos expuestos, y sangre a por montones.

La luz de la luna alumbraba aquello que desde este momento se convertiría en su carga, en su mayor pecado, aquello que atormentaría cada una de sus noches, que le seguiría hasta la tumba, llenando de dolor y espanto cada segundo de su vida. Era el precio a pagar.

Lo merecía.

«Tenía que pasar... me lastima esto, pero tenía que pasar». La figura murmuró tratando de convencerse, temblando como una hoja, convencida de que la escena frente a sus ojos sería algo que le atormentará hasta el día que una runa se tallara en su fresno.

No que mereciera uno. No merecía siquiera pensar en la idea de descansar a como sus antepasados.

«Eres una mujer muy fría, ¿te lo han dicho?» dijo otra voz con tono suave, casi titubeante al final, los dedos que sobresalían de sus guantes enterrándose en los abedules cercanos. Ambas figuras encapuchadas, protegiéndose entre las sombras de aquello que pasaba en el claro.

«No podemos negar la realidad, desde que nuestros caminos se cruzaron, las runas hablaron y sabíamos que algo así pasaría, aceptamos el precio, aceptamos el sacrificio».

La mujer de ojos apagados miró fijamente a los ojos muertos de su acompañante y asintió, de reojo vigiló a la tercera en el piso, que permanecía inconsciente. La hojarruna maldita que antes portara, en manos de la mujer que miraba la escena sin pestañear.

Tocaría hacer una entrada a escena, en el momento que la mensajera hiciera su aparición.

*****

A lo lejos y ajena a las figuras que le observaban como águilas, una niña de cabello plata se limitaba a hiperventilar, cerrando y abriendo los ojos, pasando en ocasiones sus manos en estos, mirando con estupefacción la escena frente a ella.

«Gran Dragón.. .esto no puede estar pasando... Esto es una pesadilla. Necesito despertar. Despierta, despierta...»

Las hojas de los árboles a su alrededor se mecían ante los inclemente azotes del viento, llevándo consigo las hojas débiles que los colosos de madera desprendían, muertas, secas. Ante la oscuridad, solo matices oscuros eran visibles, siluetas fugaces que morían al tocar el suelo.

La luz de la luna llena, brillante en esos últimos días, iluminaba todo con resplandor plata, tétrico y fantasmagórico, la niebla alrededor, convertía el sitio en el perfecto lugar para crear la pesadilla que le atormentaría a cada segundo.

«¿Por qué? ¿Por qué pasó esto?»

Las tres siluetas inertes en el suelo tapizado de hojas secas miraban a la nada desde ojos vacíos de vida. Un par cían, dos dorados, y frente a ella, una cuarta le miraba desde ojos marrones, tratando de abrir la boca, de emitir sonido alguno.

ParadoxusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora