Capítulo 5.

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«Resignarse y aceptar, son sinónimos de morir, en el sistema de vida actual... y si la muerte espera, la entrada al reino de los muertos, debe ser gloriosa».

*Gea, mes domini de Sureth, día 15, año 898 de la dinastía.*

Altalune

Como se pronosticaba desde el día anterior, hacía frío. Exactamente -5 °C en esa zona del planeta Gea (La Tierra), y en esa mañana de fin de otoño, un poco de nieve hacía su temprana aparición cayendo lentamente como suaves plumas, depositándose en toda superficie inmóvil... y eso que no había llegado el invierno.

Era un verdadero espectáculo ver los bancos, estatuas, e incluso, los asientos de las múltiples bicicletas que servían para movilizarse, cubiertas de una ligera capa blanquecina, que y según sus cálculos, al medio día ya estaría derretida haciendo del suelo un lugar algo... peligroso.

Las personas ya acostumbradas a ese clima se protegían lo mejor que podían, con guantes cálidos y bufandas bajo abrigos, tratando de llevar la vida cotidiana metidos en sus trabajos o lugares que brindaran algo de calefacción, así que ver a una chica en sólo una camiseta blanca, de apariencia ligera, con logo de alguna marca norteamericana o de donde fuera, jeans oscuros y zapatillas causó que más de uno le mirase curioso.

La joven rubia, de piel pálida, y penetrantes ojos azul blanquecino, hizo caso omiso a esas miradas curiosas de los transeúntes, ya acostumbrada a siempre ser el centro de atención por uno y otro motivo, una perpetua sonrisa confiada adornaba su rostro. La joven frenó su andar al llegar a su objetivo, un pequeño establecimiento metido en uno de los lados de esa callejuela estrecha, en las cercanías de Gamla Stan. Abriendo la puerta y empujando levemente, hizo resonar la campanilla que anunciaba la entrada de un cliente, sin pausar, caminó y se detuvo directamente en el aparador, viendo la opción de postres. Ahí también ganó miradas curiosas, pero bastó una seria mirada a las personas sentadas en las mesitas, para que estos volvieran a centrarse en sus asuntos.

Necesitaba un café cargado y alguna bollería para iniciar ese día con buen pie, y no estaba por la labor de permitir a los geanos quitarle su... podría decirse, buen humor.

Llevó su orden hasta una mesa desocupada, y lanzó un suspiro tras el primer trago. Oscuro, cargado, sin azúcar. No había como un café muy cargado para dar inicio a la serie de objetivos de corto plazo que tenían que cumplirse en máximo veinticuatro horas.

Ah. La espera por fin había terminado.

Daphne Altalune Oðrsson, primogénita de Bloom Oðrsson y Sky Melnik, había habitado este planeta que orbitaba a la estrella amarilla ubicada en la región estelar de Cypher Luxus de la galaxia Nexus, llamada simplemente «Sol», gracias a circunstancias nada agradables. No es que no le gustara Gea, pero su lugar no estaba en Gea, sino en Eraklyon, el planeta del que era sucesora al trono.

Pero, la vida a veces es una mierda, ella mejor que nadie lo sabía. Flexionó los dedos de su mano derecha un par de veces, observando detenidamente las líneas blanquecinas que la surcaban. Al menos, merecían la pena esas marcas que deformaban lo que habría sido piel perfecta.

«¿Te rescato y me insultas? Tienes suerte de que te quiero muchísimo...»

Dio otro trago, largando un suspiro y cerrando los ojos. Dejando a su mente divagar por los escenarios que podrían cambiar, con una ligera y nostálgica sonrisa ante el evento, quedando a cada segundo, más ajena a su alrededor, centrándose en recuerdos.

El hada de escarcha había logrado mezclarse bien con los locales, o al menos lo mejor que podía, dentro de los límites de su corta paciencia. De manera reluctante, la chica admitía que no era como su madre, que al criarse en esa región del universo, había adoptado la mayoría de las características y comportamiento de los geanos.

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