Capitulo 24

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Ashley

— Ahora quieres sacarme de mi departamento. Esto es el colmo, Will — me cruce de brazos en la cocina mientras el moreno fruncía el entrecejo.

— Gata salvaje, estás esperando un hijo mío y no voy a permitir que te quedes en este lugar peligroso. Así que mueve ése lindo, firme y hermoso trasero a recoger tus cosas o te vas sin ellas. Aunque puedo comprarte más, preciosa — me sonrió de manera coqueta y yo miré al cielo. ¿Sé puede ser más engreído? Sí, William si puede.

— Ésta bien, pero quiero que me cuentes, ¿Por qué desde ayer tienes un humor que no soporto? Enserio me estás haciendo enojar — comencé a caminar hacía mi habitación y él me siguió recostándose en la cama.

— No quiero hablar de eso—. ¿No quieres hablar? Pues entonces a mí no me da la gana de recoger mis cosas — me cruce de brazos y él me fulmino con la mirada.

— El viejo que te molesta es Albert — respondió mirando el techo como si tuviera algo interesante.

— ¿Quién es Albert? ¿Fuiste a matar al viejo?— pregunté incrédula y William me miró negando con la cabeza.

— No fui a matarlo por Dios, Ashley. Solo fui a decirle un par de cosas y me di con la sorpresa que era mi...padre — dijo como si odiara llamarlo padre. Me trepe en la cama y me recosté a su lado para que él pusiera su brazo detrás de mi cuello—. No quiero ser entrometida y estás en la obligación de no responderme. ¿Por qué odias a tu padre?— pregunté al fin sintiendo como tragaba saliva.

— Por habernos abandonado y regresar a procurarnos años después cuando ya no lo necesitábamos — respondió pasando su mano por mi rostro haciéndome cerrar los ojos.

— ¿No crees que es tiempo de perdonar? No somos perfectos y cometemos errores que luego lamentamos, Will — me pegue más a él y el moreno me envolvió en un abrazo—. Ash, no quiero hablar más de él — respondió sentándose en la cama y yo me levanté para seguir tomando mis cosas.

Estaba impresionada del lugar donde vive, William. Era un complejo de viviendas con acceso controlado y tan pronto lo vieron abrieron los portones sin ningún tipo de preguntas. Todas las casas eran parecidas y en lo único que cambiaba eran los colores. La enorme casa era de dos pisos. Estaba pintada de blanco y azul oscuro. Las ventanas y la puerta principal eran de blanco además de un balcón en el segundo piso de un extremo al otro.

— ¿No crees que es demasiado grande para un hombre que vive solo?— pregunté anonadada mirando aquella imponente casa que en mi vida soñé con pisar.

— No vivo solo. También ésta la cocinera, la que limpia los sábados y ahora tú — respondió sonriéndome y tomando mi mano para entrar.

— Esto es demasiado — dije mirando la enorme sala que tenía más de tres muebles acolchonados color crema con los cojines color marrón. Para entrar a la sala había una pequeña muralla donde también podías sentarte. En el centro te encontrabas con una mesa de cristal y encima había un envase también de cristal con piedras de colores más una flor anaranjada flotando. El televisor estaba colgado en la pared haciendo ver al mío una porquería.

— Ven que te muestro la casa — comenzó a guiarme por todos los alrededores. Las paredes del comedor estaban pintadas de crema con líneas doradas por todos lados. La mesa era en cristal con mariposas en los extremos haciéndola lucir más bonita y las sillas eran blancas. Estaba la cocina que todo brillaba por la limpieza y decoración. Todo era en mármol y los utensilios en metal. Al lado encontrabas el baño de servicio y tres cuartos para cualquier empleada.

La fuerza del destino (DISPONIBLE EN AMAZON KINDLE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora