Capítulo 8 | Agradable sorpresa

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Cuando regreso a casa son más de las cuatro de la mañana. Una hora más y tendré que levantarme para ir a trabajar. Mis manos y rostro están fríos. Mis labios están hinchados por los besos de Bo. Cuando me meto en la cama, Lara se mueve pero no se despierta.

Observo su rostro pálido y su nariz respingada. Sus grandes ojos están cerrados y sus labios gruesos están ligeramente abiertos. Hace unos años me hubiera parecido condenadamente atractiva. Pienso en cómo haré para decirle que su amor ya no fluye en ambas direcciones sin lastimarla. Después de todo es mi esposa y me ha regalado unos bonitos momentos estos años de habernos conocido.

Amar a Bonnie es muy complicado y a veces me siento como un desgraciado porque no puedo imaginar qué clase de hombre se enamora de la hermana de su esposa. "Tú lo haces y no por eso eres el villano de la historia" me vuelve a repetir mi subconsciente que últimamente ha estado siendo muy molesto.

Quisiera saber por qué a mí.

¿Y por qué no?

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Estoy en mi consultorio revisando con el estetoscopio a un chiquillo de cinco años llamado Peter que me recuerda mucho a Bo, pues sus ojos son del mismo color.

—Peter está perfecta mente bien, Sra. Martin —le digo sentándome en el escritorio.

—Gracias por su tiempo, doctor —me dice la Sra. Martin mientras toma a Peter entre sus brazos.

—Cuando guste, recuerde hacer cita con la recepcionista dentro de un mes para otra revisión general.

—De acuerdo, muchas gracias doctor —dice antes de cerrar la puerta tras ella.

Esa era la última cita que tenía antes de mi almuerzo. Guardo el estetoscopio en el cajón de mi escritorio y acomodo todo en su lugar antes de irme.

Tengo muchas ganas de una de esas ricas donas que venden en la esquina. Tomo mi cartera y cuando estoy a punto de salir, Bo entra por la puerta y me sonríe.

Quedo perplejo durante unos segundos.

Trae una bolsa de papel en una mano y dos cafés en la otra. Rápidamente la ayudo a poner todo sobre la mesa.

—Qué agradable sorpresa —le digo con una sonrisa.

—Pensé que podía pasarme un rato por aquí y traje donas y café. No sabía de cuál traerte, así que pensé en un capuccino pero lo derramé al venir aquí, así que tuve que pedir un americano pero después me di cuenta que no traía nada para comer y... —habla tan rápido que sonrío.

Está nerviosa. La beso para hacerla callar. Sus labios saben a azúcar, lo que me dice que ella ya comió una dona en su camino a mi consultorio.

—Está perfecto, muchas gracias —sonrío y nos sentamos a devorar lo que hay dentro de la bolsa—. Sabes que tendré que pagarte esto ¿verdad?

—¡De ninguna manera! Yo invito.

—No dejaré que pagues nada mientras estés conmigo, lo digo en serio.

—Eso lo veremos —me reta, dándole un sorbo a su café—. Tengo algo que contarte.

—Dime.

—Pues... Hoy por la mañana le dije a Marcus que no podía seguir con él.

Casi me atraganto con la dona de chocolate. Sonrío ampliamente.

—¿Es en serio? ¿Cómo se lo tomó?

Quiero saber los detalles.

—Mejor de lo que esperaba, la verdad. Me pregunto la razón y yo sólo le dije que algo había cambiado en mí.

—¿Yo soy el responsable del cambio? —pregunto alzando una ceja, divertido.

—Eres el responsable de todo lo que pasa dentro de mí en este momento

—¿En serio? —digo en plan juguetón—. ¿Y qué es lo que pasa dentro de ti en este momento? —ella se sonroja y le da una gran mordida a su dona. Niega con la cabeza, señal de que no piensa decirme. Traga con dificultad y me sonríe—. ¿De verdad no me vas a decir? —ella vuelve a negar con la cabeza y río. Me levanto y me acerco a ella. Se levanta de su silla y me sonríe como niña orgullosa de sus malas acciones—. Entonces, no haré esto —beso su mejilla suavemente y vuelvo a sentir la electricidad que hay entre nosotros—. Ni esto —ahora rozo mis labios con su cuello que huele a fresas—. O esto... —beso suavemente su oreja.

La siento estremecerse con mis caricias. Yo me estremezco junto con ella.

Si tan sólo no estuviéramos en el consultorio...

—Haces que pierda la cabeza completamente. Me pasa que sólo puedo pensar en cuándo te volveré a ver y cuando estoy contigo siento un zoológico en el estómago —sonrió mientras ella acaricia mi cabello y me mira directamente a los ojos—. Y me da miedo. Me da miedo volar tan alto y que cuando caiga la caída sea más dolorosa de lo esperado. Te amo con el alma Dylan.

Me ama. A mí. A este imbécil.

—Yo también te amo preciosa —le digo besándola y tomándola en mis brazos con un agarre firme. No dejaré que ella piense que se va a caer porque no lo hará.

No mientras yo esté aquí.

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Cuando llego a casa me cambio a ropa más cómoda y mientras acomodo la bata que usualmente llevo en el ropero, me doy cuenta de algo extraño. En el fondo hay una camisa completamente negra que no recuerdo haber comprado. Me parece extraño pero pienso que es un regalo de Lara para mí. Ni siquiera le tomo importancia.

Ella no está aquí y me parece extraño, su turno se supone tendría que haber acabado hace una hora. Me recuesto en la cama y leo por un rato pero en las páginas solamente aparece el rostro de Bo. Parezco un adolescente enamorado. Recuerdo nuestro pequeño malentendido en el viñedo hacía unos días y me estremezco. Confirmado, no sólo soy un adolescente enamorado, sino que también uno con las hormonas alborotadas.

Mi celular suena, es Lara.

—Hola, cariño —le digo al poner la bocina cerca de mi boca—. ¿Qué pasa?

—Hola amor, sólo te quería decir que me que quedaré hasta tarde. Bob me pidió que cubriera su turno. La cena ya está lista en el refrigerador.

—Está bien, no te preocupes y no llegues muy tarde.

—De acuerdo, te amo Dylan. ¿Lo sabes, verdad?

De nuevo aquella molestia en el estómago. Un nudo en la garganta se le suma segundos después.

—Lo sé. Yo también, Lara —respondo y cuelgo apenas digo aquella mentira monumental.

Bueno, al parecer estaré solo por un largo tiempo.

Leo, organizo algunas cosas del trabajo, veo la televisión, tomo una ducha y veo una película pero aún así el tiempo se pasa muy lento. Reviso la hora en mi celular y no lo puedo creer. Apenas son las ocho de la noche. Mi celular suena de nuevo pero esta vez sonrío al ver quién es.

Es Bonnie.

—Hola, preciosa. ¿Cómo estás? —pregunto con una sonrisa en mi rostro.

—Bastante mal, te extraño demasiado.

—Yo también te extraño y mucho.

—Me hace bien escuchar tu voz. Mi departamento está vacío y estoy escuchando ruidos extraños. Me hace falta Spider-Man —dice con una risita muy tierna.

—¿Quieres que vaya para allá?

—¿No estás ocupado?

—No, de hecho estoy solo yo también.

—Entonces... ¿Nos vemos en un rato? —me dice con voz temblorosa, al parecer está nerviosa.

—Nos vemos en un rato.

Estaba emocionado, no podía negarlo.

Pero algo dentro de mí no podía dejar de pensar en aquella camisa en el ropero.

Prohibido | Dylan O'BrienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora