Capítulo 7.- No sé vivir sin ti

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Los días eran tan largos sin tener a Angélica a su lado, cada paso, cada respiración, cada latido era más difícil que el anterior

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Los días eran tan largos sin tener a Angélica a su lado, cada paso, cada respiración, cada latido era más difícil que el anterior.

Era de noche cuando Waldo estaba despertando de entre tristes sueños, había dormido apenas un par de horas para todo el insomnio que tenía consigo.

Arrastrando sus pies llegó a la ducha y cuando estuvo listo, pasó a la habitación de su pequeña Penélope para leerle su cuento de las buenas noches.

Al entrar, la encontró en su pequeño escritorio, la pequeña estaba concentrada en una actividad muy laboriosa, tan concentrada, que saludó a su papá sin apartar la vista de lo que hacía.

—¿Qué haces mi amor?

Waldo se sentó a la orilla de la cama viendo a su pequeña pintando un dibujo que había hecho.

Ella se mordió su labio remarcando color plateado y blanco alrededor de una silueta femenina —Estoy esperando a mi mami y le hice este dibujito para que ya no esté triste. —ella sonrió y le mostró su obra a su padre. —¡Listo papi ya termine!

Waldo tomó el dibujo y lo observó con curiosidad —¿Y qué es?

Ella se subió a la cama y tomó el dibujo de vuelta —Es mi mami, así brilla ahora y tú y yo necesitamos ir por su cuerpo para meterla otra en él otra vez.

El joven entristeció notablemente
—Oh mi vida, cuando uno muere, ya no puede volver. Ya te lo había dicho ¿te acuerdas?

La pequeña Penélope puso ambas de sus manitas en las mejillas de su papá y le habló con toda la seriedad que a su corta edad, pudiera tener.

—Escúchame bien papi, mi mami va a volver porque yo la estoy esperando. Ella está por aquí en algún lado, ella brilla como una estrella y está muy fría como un hielito, pero es ella, es mi mami y la vamos a traer con nosotros.

Penélope lo soltó y caminó hacia un extremo de su habitación, rebuscó entre sus cosas y encontró su mochila color rosa, en ella guardó una pequeña lámpara con estampado de dibujos de princesa, unos lentes oscuros con armazón morado, una palita plástica que solía usar para hacer castillos de arena cuando iba de paseo a la playa.

—Estoy lista papi, vamos por el cuerpo de mi mami.

Waldo detuvo los pasos de su pequeña y la abrazó con ternura.

—Mi amor hermosa, no podemos visitar a tu mami ahorita, es de noche y el panteón está cerrado. Mejor le llevamos unas flores por la mañana.

La pequeña se enojó con su padre y se removió entre sus brazos para que la soltara.

—¡Tú no me crees que mi mami está viva! Pero yo sé la verdad.

La niña se cruzó de brazos enfurruñada y ofendida.

Me niego a morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora