CAPÍTULO 4

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CAPÍTULO 4

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CAPÍTULO 4

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La tensión se fundía en mis venas con el mismo ímpetu con el que la sangre las llenaba. Mis ojos se fijaron en la profundidad de la mirada azul de Cassandra, quien dibujó la mitad de una sonrisa en sus labios delgados; un gesto fugaz y apenas visible.

Entonces, atacó.

La rubia arrojó su puño cerrado hacia mi rostro, pero antes de que sus nudillos alcanzaran mi piel, esquivé su movimiento con rapidez. Nuestras miradas se cruzaron por un segundo y, en la suya, logré captar un sutil rastro de confusión.

Pero con la misma velocidad, Cassandra realizó una segunda maniobra. Esta vez, me golpeó en el estómago.

El impacto estalló justo en la zona que ella antes lastimó en una de nuestras peleas en el aula. La herida no estaba curada aún por completo y aquello causó que el dolor escapara de mis labios en forma de un jadeo, mientras el ardor se expandía desde la piel hasta el músculo.

Su plan era volver a atacar en esa área de mi cuerpo.

Mis manos se cerraron con tal impulso, que mis nudillos hormiguearon. El dolor se mezcló con la fuerza de mis latidos bombeando la sangre como cientos de explosiones por todo mi cuerpo y mi mente saltó más allá del malestar que sentía. Mis sentidos se agudizaron para detener su próximo ataque.

Sus piernas se elevaron por los aires, siendo empujadas directo hacia mi torso. Estaba volviendo a utilizar la patada doble con la que me derribó en la clase de la profesora Clay.

Pero esta vez, fue diferente. Utilicé su golpe como anclaje para realizar una voltereta. Cuando caí de pie una vez más, el estrépito de mis pies impactando sobre la colchoneta provocó un silencio seco que reinó en el espacio, siendo debilitado a los pocos segundos por los murmullos de los presentes.

Cassandra se incorporó al igual que yo y sus párpados se convirtieron en rendijas que dejaban filtrar la tonalidad oscura que ahora se apoderaba de su mirada.

Estaba molesta.

Las emociones jamás eran buenas consejeras dentro del combate. Si bien, en ocasiones, podían ser transformadas en combustible para aumentar la fuerza de los golpes, la mayoría del tiempo solo estaban ahí para nublarnos el juicio y no permitirnos pensar correctamente en nuestros movimientos.

Lo sabía bien, porque mis emociones siempre fueron mi mayor debilidad.

Por eso, aproveché su instante de ira para atacar. Me apresuré hacia ella y le di una patada en el pecho. Pero a pesar de estar furiosa, Cassandra seguía siendo una combatiente de grandes habilidades; quiso torcer la maniobra a su favor y me tomó del tobillo. Sin embargo, yo tampoco estaba dispuesta a ceder con facilidad.

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