CAPÍTULO 35

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CAPÍTULO 35

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CAPÍTULO 35



—¡Carter!

Aquel grito escapó de mis fauces, mientras me arrodillaba en el piso, junto a él. El castaño tenía una mano apoyada en el hombro izquierdo, muy cerca de su cuello. Justo allí brotaba el líquido carmesí que se escurría entre sus dedos, mientras el dolor se apoderaba de sus facciones.

—¡Uno de ustedes morirá hoy! —bramó Olander, con voz ronca—. Y tú...

La segunda vez que habló, no lo hizo con un grito fuera de sí. Fue un susurro en tono grave, una amenaza que no concretó, porque, antes de hacerlo, me tomó del brazo.

Levanté la mirada al sentir sus dedos en mi piel y, aunque aquello fue cuestión de un instante, vi la amenaza en la oscuridad de sus ojos; esos dos pozos que advertían muerte y dolor.

Pero yo estaba furiosa en aquel momento.

Y esa furia habló por mí.

Me volteé por completo hacia Olander y, con rapidez, tomé el arma que sostenía sus manos. Durante el forcejeo, él apretó el gatillo una vez más, pero el disparo fue a parar al suelo.

Todavía aferrándome a sus manos, conseguí ponerme de pie. Gracias a eso, pude llevar mi pierna derecha hasta su abdomen y golpearlo de esa manera. Con aquel movimiento conseguí que la pistola cayera al piso. Y claro que eso le enfureció. Su mirada llena de rabia caló en la mía, pero aquello no era lo único que había en sus ojos. También leí en ellos un ligero matiz de sorpresa.

Olander condujo un puño hacia mi rostro, pero lo esquivé. Y, con la misma velocidad, le di un golpe en el abdomen; lo suficientemente fuerte como para desorientarlo por un momento. Pero yo era consciente de que él tenía condición física y experiencia. Necesitaría mucho más que eso para sacarlo de combate.

Tras recibir mi golpe, el hombre se llevó una mano al abdomen, mientras respiraba con fuerza. Le tomaría unos cuantos segundos recuperar el aliento, aunque yo no sería tan indulgente como para obsequiarle tal cosa. Por el contrario, aproveché el momento para atestarle un segundo golpe en la mandíbula y con ello logré derribarlo.

Olander intentó tomar el control de la situación y giramos varias veces sobre el piso húmedo y frío, hasta que finalmente logré quedar a horcajadas sobre él. Tenía la ira quemándome las venas y era consciente de que no podía permitir que mi mente se nublara, pero había demasiadas razones para aborrecer a Kenneth Olander. Sus acciones lo convertían en uno de los peores malditos que había pisado la Tierra.

Apreté su cuello con ambas manos y usé toda la fuerza que me fue posible. Quería cortarle el aire y dejarlo inconsciente. Pero él fue hábil y no me permitió hacerlo. Por un momento intentó quitar mis manos de su cuello, aunque rápido comprendió que así no lograría nada. En su lugar, me tomó por los costados y me hizo dar un giro de ciento ochenta grados.

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