«Sin importar cuántas veces cayera, me levantaba todas y cada una de ellas.
No iba a parar de intentarlo.
Nunca.»
[ TRILOGÍA MORTAL - LIBRO I ]
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CAPÍTULO 46
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No tenía noción clara del tiempo, ni estaba segura de nada de lo que sucedía a mi alrededor. Simplemente, nada tenía sentido para mí.
Náuseas y arcadas me atacaban de manera constante, pero tenía el estómago vacío, así que lo único que salía de mi boca ocasionalmente era una mezcla ácida de saliva. El frío me erizaba la piel, que no paraba de transpirar, y no podía hacer más que parpadear con debilidad. Mientras tanto, los recuerdos eran vagos. No tenía ninguna certeza, más que había momentos en los que me colocaban la banda con agujas en la cabeza. Cuando eso sucedía, el dolor estallaba dentro de mí y después me sentía lejana a mi propio cuerpo; atrapada en el inmenso vacío.
Ecos y murmullos se mezclaban en mi mente, rostros que parecían familiares y al mismo tiempo no. Y, finalmente, tras aquella secuencia que se repetía una vez tras otra, veía un par de ojos azules.
Después, todo era oscuridad y dolor.
Cada vez que lograba parpadear, miraba la satisfacción en el rostro del hombre que vestía una bata de doctor. Parecía divertirse con mi agonía. Ellos llegaban, me aprisionaban el cuello con correas, el dolor detonaba dentro de mi cráneo y todo se volvía difuso. El proceso se había repetido más veces de las que podía recordar y cada sesión era peor que la anterior.
Mis muñecas y tobillos ardían bajo las correas y había descubierto antes varias gotas de sangre deslizándose a través de ellas. Probablemente se formaban costras en mi piel; costras que después yo misma rompía intentando liberarme. Pero aquel dolor seguía siendo minúsculo en comparación a lo demás.
—¿Cansada? Esto apenas es el inicio, Russell —Una voz femenina se filtró en mis oídos, como un eco impreciso.
Parpadeé, intentando evitar la nueva ola de náuseas, y, paulatinamente, una silueta se fue volviendo más nítida frente a mí. Como si proviniera de las sombras, justo desde el extremo de la sala en donde no había focos, caminó hasta acercarse a la luz la misma mujer que había visto antes: Cabello oscuro, ojos azules, facciones afiladas y contextura delgada.
El simple hecho de ver su rostro empeoraba mi dolor de cabeza. No entendía por qué.
—¿Quién eres? —balbuceé y después me atacó una tos seca. La garganta me ardía por la falta de líquidos.
—No me reconoces —Entornó los ojos y me estudió con la mirada. Parecía querer asegurarse de algo.
—¿Por qué habría de hacerlo? —espeté con disgusto, apretando los puños debajo de las correas de cuero.
Ella soltó un bufido y después se cruzó de brazos.
—Después de todo, sigues siendo tan insolente como cuando llegaste a C.E.L.E.S.T.