"South Park: hogar de las vacas suicidas, cumbre de los fenómenos extraterrestres. Su diminuta población es sumamente voluble, poco convencional. Este pueblo es el claro ejemplo de lo que jamás sucede en otros pueblos, en donde las situaciones absurdas se viven a diario..."
Esa sutil presentación, variada según el contexto actual, era emitida en televisión cada vez que se presentaban noticias sobre el infortunado pueblo de Colorado. South Park nunca fue un lugar común, pero con el pasar del tiempo parecía que ya no había nada que no se hubiera dicho o hecho. Ahora, pese a que la mayoría de veces la situación de uno afectara significativamente la situación de la población entera, todo parecía tan normal como querer ser P.C. (Políticamente Correcto). Quizá era por el hecho de que los niños quienes dieron tanto de qué hablar habían crecido, alcanzando la escabrosa etapa de la adolescencia, y cualquier cosa que pasara simplemente ya no era tan extraordinaria como solía serlo.
Los problemas existenciales, los porqués de sus vidas, propósitos, objetivos, sueños; la aceptación de sí mismos; sus dudas, sus inseguridades, las preguntas con respuestas ambiguas... Todo esto era lo que les mantenía ocupados ahora, brindándoles nuevas sensaciones, sentimientos y unas ganas desenfrenadas por experimentarlo todo.
En fin. South Park podía volver al anonimato, sin embargo, las personas que lo habitaban no dejarían de vivir situaciones... inesperadas.
De esa manera, esperando con paciencia lo inusual, Craig Tucker revivió su contundente rutina diaria. Después de levantarse, asearse y desayunar, tomó un pequeño tiempo para alimentar a su querido conejillo de indias, Stripe #11. Su querido roedor tenía un año de vida. Tras diez mascotas de la especie, seguía sin entender por qué a pesar de sus extraordinarios cuidados los cuyos no lograban vivir más de un año y medio en el espacioso sótano de su casa, si de acuerdo con sus búsquedas en internet, los de su especie solían tener un promedio de vida de ocho años.
—¡Date prisa, Craig! No tengo tu tiempo.
Tricia, su hermana menor, golpeó su puerta tan antipática como todos los días, con esa cara de pocos amigos que se cargaba, imaginó.
En realidad, ni ella misma sabía el motivo por el cuál no soportaba a su hermano, pero le resultaba muy extraño y no quería relacionarse con él más de lo que estaba obligada a estarlo.
—¿Qué pasa, cariño? ¿Por qué gritas? —Laura, su madre, se acercó al lugar de donde provenía el disturbio.
La joven bajó los brazos cruzados cuando vio a su madre, entonces su expresión también cambió a una de angustia.
Regalando su mueca más adorable a la rubia mujer, le pidió en un tono suave:
—Mamá, ¿puedes decirle a Craig que se apure? No quiero llegar tarde a la escuela hoy.
La señora Tucker colocó su mano izquierda sobre su pecho, sonriendo conmovida ante la dulzura de su hija. Se acercó con serenidad a la puerta, llamó golpeando suavemente un par de veces con los nudillos como aviso antes de girar la perilla para abrir.
Se asomó al interior de la habitación, para dirigirse a su hijo mayor.
—Cariño, no hagas esperar así a tu hermanita. Ya es hora de que se vayan a la escuela.
Craig acarició una última vez a Stripe, el cual ronroneó sin moverse de su cómodo sitio en una caja de cartón condicionada con una cobijita de Red Racer, su programa favorito de la infancia.
Agarró su mochila tirada en el piso para salir de su cuarto, pasando a un lado de su madre. Se despidió de ella con unas palabras, pero la mujer lo retuvo del brazo para darle un fuerte abrazo.
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Paralelo.
RomanceCraig y Tweek llevan años juntos sin comportarse como una pareja de verdad. Entre ellos dos existen sentimientos que los llevan a dudar de lo que realmente quieren. Stan se niega a perder a Wendy, pero cuando se encuentra bajo los efectos del alcoho...