Estos días han sido de los más duros. Cuando terminé de escribir mi anterior hoja de diario por la tarde me encontraba aún en mi casa, dispuesto a ponerme a pintar. Mi cuerpo pedía descargar tensiones sobre aquel lienzo polvoriento al que le di vida. Me encontraba frente a él, botella en mano, y ahí estaba mi musa esperándome para comenzar. Le di un trago a mi amiga de color verde y comencé con mi nueva obra a la que llamaría "Otro desastre más" o "Vaya, ha salido tan mal que ni de nueva alfombra me vale".
¿Un lienzo alfombra? Podría hacerme inventor en vez de ser pintor. O un poeta, que borracho se te viene toda la imaginación del mundo y te puedes poner a escribir como un loco. No, mejor se lo dejo a Jehan...
Como iba diciendo, comencé a pintar como un loco. Ni siquiera me había parado a pensar en qué, mi brazo se movía por sí solo. De vez en cuando, bebía otro trago y después me limpiaba la boca con la manga de mi camisa, pero no soltaba la botella en ningún momento, ni pintando. Pincelada tras pincelada ya el lienzo estaba teniendo una forma familiar, reconocida, repetida. Cuando ya tenía forma la obra, es cuando comenzó la locura y mi mundo se volvió turbio nuevamente. Como de costumbre, acabé pintando a alguien que, a pesar de tratarme mal, le sigo queriendo. Y no lo quiero menos por sus miradas repulsivas o sus palabras dolorosas, no.... Lo quiero más, a pesar de todo eso.
Una vez acabada la forma de aquella persona pensé en pintarme a mí a su lado. "¿Por qué no?" me dije con una sonrisa. Los pinceles iban por sí solos sobre aquel lienzo con trazos firmes y seguros. Cuando acabé, me paré a echarle un vistazo. ¿Y sabes qué? Me gustaba el resultado, por primera vez me gustaba algo mío. Pasé a darle color a todo el cuadro menos a nuestros chalecos, que llevarían nuestros colores favoritos. Empecé con su chaleco al que le asigné el color rojo, y después al mío el verde. Pero se mezclaron sin querer en la obra y eso hizo estropearlo. Rápidamente, dejé de pintar y me senté en el suelo frente al lienzo para pensar en qué hacer ahora que lo estropeé y, como siempre, la botella hacía que no decayese y pensase en algo para poder arreglarlo. Mis pensamientos eran una masa de cosas negativas, incluso me puse a compararnos a él y a mi con nuestros colores favoritos. Definía a Enjolras como el color rojo y como el verde.
“Tan sólo hay que mirar el lienzo y los dos colores de nuestros chalecos para saber que somos dos personas opuestas, que no hay conexión entre nosotros dos, somos dos personas complementarias que nunca podrían tener nada en común... Ni siquiera el sentimiento que yo tengo hacia él..."
Me dije a mí mismo, aún sigo manteniendo el mismo pensamiento. Automáticamente bajé la mirada y le proporcioné otro trago a mi compañera de tristezas. Tenía ganas de echarme a llorar como suelo hacer cuando nadie me ve, pero las lágrimas iban a ser en vano, no podría conseguir aquel sueño tan irreal. De pronto, unos ligeros toques sonaron en la puerta, alguien venía de visita. Cogí el cuadro y lo guardé en mi habitación junto a los otros donde Enjolras aparecía. Al salir de la habitación, cerré la puerta y me dispuse a atender a mi visita, pero para ello, tenía que pasar antes por un mar de botellas vacías esparcidas por el suelo y sí, me estaba tambaleando un poco porque el alcohol me estaba haciendo algo de efecto. Al llegar a mi destino, me apoyé un poco sobre la pared y conseguí abrir la puerta. Cuando vi quien era, me quedé demasiado extrañado y a la vez algo confuso, era Enjolras. Por mi cabeza, se pasaban miles de preguntas sobre qué hacía aquí si no ha venido muchas veces. Bueno, sólo ha venido una vez, y fue porque se olvidó en el Musain un mapa y yo se lo guardé. Sí, la verdad es que es extraño que él se olvidase algo tan importante para su vida y que yo se lo guardase.
– Apestas a alcohol.
Ese fue su inicio de conversación. Y por si fuera poco, su mirada fría se posaba sobre mí, haciendo que me sintiera intimidado, así que agaché la cabeza y miré hacia el suelo.
– ¿No me vas a invitar a pasar?
Eso si que me extrañó. Rápidamente levanté la mirada y afirmé, algo nervioso. Seguidamente, me hice a un lado aún tambaleándome y abrí un poco más la puerta, dejándole el espacio suficiente para que pasase. Una vez él dentro, no pudo evitar hacer mueca de desagrado ante el completo desorden que tenía (por no olvidar que había un inmenso mar de botellas vacías surcando mi suelo). Intentaba andar esquivando las botellas, pero más de una vez se escurría al pisar una de ellas, la verdad es que debo de limpiar más a menudo. Oí cómo suspiraba frustrado por el entorno, aún así se giró y una vez más, me miró con frialdad.
– Enséñame un cuadro de esos que pintas, el mejor si puede ser. Quiero ver qué es lo que haces.
Seguía sin entender el por qué vino a mi casa y me pidió un cuadro de los míos, pero sin decir nada fui a la habitación y cogí uno de los mejores que tenía y donde no salía él (Que eso ya es decir, casi todos los cuadros son de él). Una vez haber escogido ese, salí de allí y volví a cerrar la puerta para asegurarme que no vería nada. Costosamente, llegué hacia él y se lo entregué en mano, con una voz un tanto débil.
– Aquí tienes...
Enjolras se puso a mirarlo detalladamente, realmente, él no tiene mucha idea sobre pinturas y demás, pero su opinión la dio.
– Está bastante bien, Grantaire. ¿Lo has hecho sin estar borracho?
– No. El alcohol es mi musa, así que debo de seguir manteniéndola para poder tener inspiración.
– ¿Hasta cuándo vas a seguir envenenándote con eso?
– Hasta el fin de mis días.
– ¿Y por qué bebes, si se puede saber?
– ¿Y por qué sigues empeñado en que no beba, si se puede saber?
La tensión estaba en el aire, Enjolras estaba enfadándose más y más, pero tenía la mirada aún en el cuadro, no la levantó en ningún momento.
– ¿No ves las consecuencias que tendrás por culpa del alcohol? Te acabará matando.
– Es como si por ejemplo yo te hablase sobre tus ideas de revolución. ¿No ves las consecuencias que tendrás por culpa de la revolución y de tus planes? Te acabará matando a ti y acabará matando a todos los que participen en ella.
No debí de decir eso. No lo debí de decir porque cuando solté esas palabras, él levantó la mirada con profundo odio hacia a mí y, con un tono de desprecio, me contestó.
– ¿Sabes una cosa? Te odio a ti y a tu estúpido comportamiento de niño pequeño. Haz lo que te de la gana, Grantaire. Buenas noches.
Y así, de la forma en que vino a visitarme, se fue. Aunque no se marchó con las manos vacías, se había llevado mi cuadro sin pedirme permiso. Yo me quedé bastante dolido por sus palabras, incluso me tiré al suelo para sentarme. Nunca quise oír un "te odio" procedente de él, eso me desmoronaría más que de costumbre.
"¿De qué vale estar sobrio si de todas formas me sigues odiando...?"
Susurré por un momento, al borde de echarme a llorar. Poco después, necesitaba desahogarme y soltar todo lo que sentía ahora mismo, así que entablé conversación con otra botella llena, haciendo que mis penas se encontrasen con mi amigo el alcohol, que nunca me ha fallado. Poco a poco, las lágrimas que, sin pedir permiso salían de mis ojos, iban resbalando por mis mejillas. ¿Que por qué bebo...? Porque por cada lágrima que derramo por él, es una gota que tomo de alcohol.
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Enjoltaire - Diario de un cínico y borracho
Fanfiction¿Alguna vez has querido leer cómo sería la vida de Grantaire si él te la contase? Quizá esta es tu oportunidad. En esta obra, nuestro querido borracho nos va relatando lo que sucede en su día a día de una forma un tanto dificultosa debido a la inges...