Introducción.

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En el Instituto Abelard, existían tres reglas implícitas entre los estudiantes.

La primera: nadie era mejor que otra persona. A menos que tuvieras más dinero, obviamente. Más capital equivalía a más respeto y privilegio.

La segunda: discreción. Lo que allí pasara, allí se quedaba. Estaba prohibido manchar la reputación de la escuela. Hacerlo, era exiliarse a uno mismo.

La tercera: -y quizás la de mayor importancia- jamás oponerse a los integrantes de familias fundadoras –los Verner-, o que aportaran grandes cantidades de dinero a la subsistencia del Instituto –familias Berit y Dankworth-. Era una acción no perdonada, que se castigaba provocando de alguna manera la expulsión de quien los desafiara.

Entonces, respetando esas simples normas, podías tener una placentera estadía en el Centro de Estudios Superiores y Especializados John Abelard, graduarte con honores e incluso hacer muchos conocidos cruciales para tu desarrollo económico.

O al menos, eso creía.

AlyssaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora