Capítulo VIII

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Reincidencia

—¡Marion! —saludó O'Bryan al contestar el teléfono.

¡Primo!, ¿cómo estás? ¡Hace un montón que no sé nada de ti! —oyó la voz suave de una mujer al otro lado del teléfono.

—Sí, es que estuve ocupado... —comentó.

Espero que sí, con ese hombre que estabas buscando... ¿Al final estaba ahí en Detroit? —preguntó.

—Jack Tucker, estaba justo donde me dijeron; tengo muchas cosas que contarte sobre ese tema.

Eran las siete de la tarde de un jueves y O'Bryan disfrutaba de su día libre. Jack se había marchado a su casa hacía una hora; luego de darse una ducha rápida. Por fin vería a Lucas después de varias semanas en guerra con su esposa.

¡Tienes que contarme todo pero ya! —exclamó ansiosa por ponerse al día.

Marion compartía una gran relación de amistad con Clyde, siempre había estado ahí para él en sus momentos más difíciles, incluso para ofrecerle un lugar en su habitación cuando sacaba malas notas en los exámenes y sabía que tendría problemas con su madre, que con ese tema se volvía estricta, e incluso violenta. En ese entonces, O'Bryan no era un chico de sobresalientes, le costaba estudiar; no le gustaban las matemáticas, ni la física, ni la química; nada que tuviera que ver con fórmulas porque se enredaba haciendo cálculos. Sacarse buenas notas en esas materias le significaba mucho esfuerzo, y la presión de su madre solo lo empeoraba. Con su padre la relación era diferente, era un hombre pacífico; de buena conversación. Pero solo pudo disfrutarlo hasta los trece años, porque luego se enamoró de otra mujer y decidió irse a vivir con ella. Empezó a tener mayor contacto con él cuando cumplió la mayoría de edad, cuando ya no toleró las discusiones con su madre bajo el estandarte de "en mi casa, mientras vivas aquí, mando yo". Tenían una buena relación, aunque a su madre no le hacía feliz.

—Bueno, primero que todo, estaba casado.

No... Ay, Clyde —dijo angustiada, con pena.

—Espera, no te adelantes. Tenía problemas con su esposa, y al final acabó por alejarse de ella. Ahora se está quedando conmigo, en mi apartamento. Ya hablamos sobre nosotros, de cuando éramos niños; al principio no me reconoció, y bueno... —se mordió el labio con picardía y luego se sentó en la cama—, esto te va a encantar...

¡Dime que la pusieron duro contra el muro por todo el apartamento, por favor!

—¡Por dios, Marion! Bueno, sí, sí, nos gustamos, y nos besamos, y nos tocamos en el patrullero —oyó un chillido al otro lado del teléfono—. Luego terminamos por hacerlo en el sillón y en la cama —terminó de hablar y Marion soltó un grito de emoción.

Los hétero son los peores —comentó y soltó una risotada—. ¡Me muero de la emoción!

—Yo soy el que se quiere morir, Marion, su mujer no deja de joder, y tienen un niño en común.

Ay, no, tiene que ser una puta broma, ¿por qué siempre todo tiene que ser tan complicado? Pero igual él quiere estar contigo, ¿verdad?

O'Bryan se quedó pensando en eso un par de segundos.

—No lo sé... Supongo que sí. Dijo que me estaba eligiendo; pero no me siento seguro. Es como si algo me dijera que nada puede ser tan perfecto...

Estamos tan acostumbrados a que nos digan que nada es color de rosa, que nos suceden cosas buenas y estamos siempre esperando lo malo. Déjalo fluir, Clyde, que sea como deba ser —comentó.

Héroe: prohibido olvidar quién eres.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora