CAPITULO I: DÍA DEL AMOR

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Era 14 de febrero, el día más importante para mí, porque es el día en el que mis padres me dejan viajar al mundo de los mortales. Aunque sólo me dejan ir hasta allá para hacer mi trabajo, igual disfruto de las costumbres y los paisajes del mundo humano. Pero ese día fue muy diferente al resto.

–Cupido, hijo, ha pasado ya un año desde la última vez que visitaste el mundo de los mortales. Tu padre y yo estábamos pensando que, tal vez, no deberías viajar este año.
–¡¿Qué?! ¿Por qué, mamá? ¡No es justo!
–Cupido —Intervino mi padre—, tú único y sencillo trabajo es llevar el amor al mundo de los mortales, pero lo que hemos podido observar, durante todo este año, han sido más corazones rotos y decepcionados que cualquier otra cosa. Los humanos ahora lloran por amor y las amistades no son sinceras.
–¿Y eso qué, papá? Tú eres Marte, el Dios de la guerra, y nadie te dice nada. Tú eres el que siempre dice que tiene que haber una balanza entre lo bueno y lo malo.
–¡Exacto! Y por esa razón, mientras yo trabajo en la guerra y la destrucción, tú debes trabajar en el amor y la paz. Tú estás de un lado de la balanza y yo del otro.
–Pero no pueden prohibirme ir al mundo de los mortales. ¿Entonces quién se haría cargo de llevar el amor y la amistad allá?
–Ya hemos pensado en eso —Dijo mi madre—.Tu preocúpate por buscar un oficio aquí en el Olimpo.
–¡Pero ese es mi trabajo! Por favor, denme otra oportunidad. Prometo que esta vez habrá más corazones unidos y amistades infinitas.

Papá y mamá se miraron pensativos entre sí un par de minutos y, luego de haber deliberado otro par de minutos, tomaron una decisión.
–¡Hijo! —Exclamó mi padre nuevamente— te concedemos el permiso de que vayas al mundo de los mortales y repartas el amor, la amistad y la paz entre los seres humanos, al menos entre la mayoría, como has hecho siempre. Si no cumples correctamente con este trabajo, serás desterrado del Olimpo para siempre y serás un simple mortal de carne y hueso y la vejez acabará contigo. Dejarás de llamarte Cupido, Dios del amor, y te llamarás... Bueno, ya el nombre te lo piensas tú mismo.
–Pero eso no es justo.
–Lo es —Intervino mi madre—. Para hacértelo más fácil: puedes quedarte el tiempo que quieras en la tierra. Bueno, al menos por un lapso no mayor a un año.

Tenía una oportunidad. Una única oportunidad para seguir siendo el Dios del amor y no ser desterrado del Olimpo. Tuve que aceptar esa propuesta, sin titubeos.

Entonces comenzó mi viaje hasta el mundo de los mortales. Tenía tiempo de sobra para andar por la tierra así que decidí quedarme más tiempo de lo normal en mi ciudad favorita: Londres. Comencé mi trabajo mientras caminaba por el Rio Támesis, uno de mis lugares favoritos en la ciudad. Observé a una pareja que iba caminando en sentido contrario al mío. La mirada de él parecía un poco destruida, y ella estaba algo confusa. Aprovechando mis habilidades de Dios, leí los pensamientos del chico para saber que ocurría. Al parecer, él sentía que la relación ya no estaba funcionando del todo. La llama de su corazón se estaba apagando cada día más. Leí los pensamientos de ella también para saber si pensaba lo mismo. Para mi sorpresa, era todo lo contrario. Ella se enamoraba cada día más de él. La llama de su corazón era mucho más intensa. Decidí poner manos en el asunto y con un pequeño soplido en el corazón del chico, la llama se intensificó. Para asegurarme de que aquel amor perdurará por siempre, enlacé sus almas con un hilo rojo. Ese es mi as bajo la manga. No hay nada en el mundo mortal que pueda cortar ese hilo rojo. Ni distancia, ni tiempo, ni problemas. Aquel hilo rojo une dos personas por siempre. Pero sólo lo uso en casos especiales.

En ese momento, el chico, frente a todas las personas, le propuso matrimonio a su novia. Un espectáculo bastante hermoso. Ella lloraba de alegría y las personas sonreían y aplaudían por aquella escena tan hermosa.

Así comenzó mi día. Y durante el transcurso del mismo, me dispuse a arreglar corazones y parejas rotas, crear nuevas historias de amor, formar lazos de amistades interminables. Fue un día bastante agotador.

La noche había caído, y yo me dispuse a descansar caminando por la ciudad. Lo que más me encantaba era observarla de noche. Los mortales sí que tienen hermosos gustos para los paisajes.

A la mañana siguiente, estaba preparado para seguir con mi trabajo. Quería asegurarme de que no quedara ni una sola persona en la ciudad sin su pizca de amor. Pero en mi recorrido mañanero, me encontré con ella. Estaba en una cafetería leyendo un libro y tomando su desayuno. Estaba sola. Parecía que el mundo a su alrededor no existía. Decidí acercarme más para observarla mejor. Entonces me senté en su mesa. Su mirada parecía calmada y al mismo tiempo entusiasmada. Leí sus pensamientos, pero todos se concentraban en la novela que tenía su completa atención. Miré en su corazón y lo único que había era una calma total. Igual en su alma. Todo en ella era tan tranquilo y sereno. Nunca había visto un humano así.

Pasaron alrededor de unos quince minutos desde que yo había llegado, y ella seguía leyendo su libro muy concentradamente. Entonces me alejé un poco, me hice visible ante los humanos, y me dirigí a ella. Quería estudiarla más. Me acerqué, le pedí el permiso de sentarme en su mesa y acompañarla. Ella interrumpió su libro para dirigir su atención a mí y ahí comenzó la plática.

Oh, chica, no te imaginaste nunca que ese día cambiarías la vida de un Dios.

Un Cupido enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora