CAPITULO XVII: DIANA, DIOSA DE LA NATURALEZA

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–¿Qué haremos con Alex?
–Aries.
–Cómo se llame.
–Está inconsciente y maniatado. No podrá hacer mucho en ese estado.
–Bien. ¿Entonces qué sigue?
–Abbie, debo volver al Olimpo.
–¿Por qué?
–Algo le sucedió a Orión, y ahora este revela su identidad. No es coincidencia, algo está sucediendo ya.
–Entonces ve.
–Aún no. Debo ponerte a salvo.
–Cupido, yo estaré bien.
–No. Yo te pondré a salvo y luego regresaré al Olimpo. No se discute. Ya vámonos.

*¡Buuum! ¡Bang! ¡Bang!*

–¿Qué fue eso?
–Viene de afuera, Cupido. Oh, por Dios, las calles son un desastre.
–¿Qué está pasando?
–Hay personas por todas partes. Se escuchan muchos disparos. Cupido, estoy asustada.
–Tranquila, Abbie. Mientras nos quedemos aquí y yo esté a tu lado, nada te va a pasar.
–¡CUPIDO! —Esa terrorífica voz hizo retumbar todo el lugar. No cabe duda de quién es— Aquí estás, hijo mío.
–Papá, ¿qué haces aquí?
–Mi trabajo.
–… Tú causaste todo este alboroto, ¿no?
–Obviamente, genio.
–Tú ideaste todo esto entonces. El plan del inframundo es tuyo. ¿Por qué haces esto, papá?
–¿No te has dado cuenta? Cupido, mira estos tiempos de ahora. Las personas son muy débiles y frágiles. Todo los ofende, todo les molesta, todo les parece incorrecto. El mundo está a punto de ser regido por personas que se creen moralmente correctas porque sus débiles mentes no pueden soportar un mundo en llamas. No hay una balanza.
–Esta no es la manera correcta, papá.
–¿Y cuál es? ¿Amor y paz para todos? Son tiempos demasiado fáciles, Cupido. Los tiempos fáciles hacen que personas jóvenes crean que pueden moldear el mundo a su conveniencia con su llanto. ¿No has visto al montón de comunidades con sus absurdas orientaciones sexuales? Los humanos son raros y estúpidos. Esas personas quieren todo fácil. Aceptación, respeto, derechos. ¡Puag! Creen que con una bandera colorida van a conseguir lo que quieren. ¡Pues no! No es la manera.
–¿Y la manera correcta es haciéndoles daño?
–Exacto. Así se consiguen la atención del mundo, Cupido. Con miedo. El miedo es el arma más peligrosa del mundo, y voy a utilizarla para crear un mundo con hombres y mujeres más fuertes y rectos. Que no se tomen el humor negro como una ofensa. Es hora de un cambio.
–No permitiré que hagas eso, papá.
–Bien. En ese caso tendré que matarte —¿Qué? ¡¿Mi propio padre pretende matarme?!
–Abbie.
–S… ¿Sí?
–… ¡Corre! —Me abalanzo contra mi padre para darle un golpe en la cara, pero retiene el ataque y sujeta fuerte mi brazo— ¡Ah! Estás apretando fuerte.
–Parece que también te volviste débil, hijo.
–Papá, no hagas esto.
–Muy tarde —Me lanza con fuerza hacia una pared.
–¡Cupido!
–Abbie… sal de aquí… por favor —Me duele mucho la espalda y estoy mareado.
–Tu amorío con esta mortal hizo que perdieras tus poderes, ¿no? Eso es una pena. En todo caso, acabemos con esto de una vez —Mi padre desenfunda sus espadas y las apunta hacia mí—. Adiós, Cupido.

Una fuerte brisa golpea a mi padre y hace que salga volando contra una pared.

–Cupido —Creo reconocer esa voz—, levántate y ponte en marcha. Yo detendré a tu padre.
–eñora Diana, ¿cómo llegó aquí?
–El mundo se volvió caótico repentinamente. Había escuchado rumores de una guerra en la tierra y el Olimpo. Cuando me di cuenta de lo que pasaba, supuse quién era el responsable.
–¿Qué podemos hacer?
–Tú regresa al Olimpo. Encuentra a tu madre y a Júpiter. Tú y tu madre son los únicos capaces de frenar el caos entre los seres humanos. Aún debe quedarte algo de poder. El suficiente para regresar. Yo detengo a Marte
–Abbie.
–Yo la cuido. Vete ahora, Cupido.
–… Bien —Abro mis alas y regreso al Olimpo.
–Tú, chica.
–Emm… ¿Sí?
–… No te alejes de mí.
–Diana, Diosa infeliz. Creí que seguirías durmiendo con tus animales.
–¿Crees que puedo dormir con tanto alboroto? Tus esbirros pretenden destruir a la humanidad y no lo voy a permitir.
–¿Por qué estás tan segura? —Preguntó Marte mientras se ponía en guardia.
–Porque soy Diana, Diosa de la naturaleza —Respondió Diana mientras se ponía en posición—. Mi deber es proteger este mundo de quienes lo amenazan.
–Te destrozaré, niñata infeliz.

Marte y Diana libraban una pelea fuerte en Londres. Marte utilizaba sus habilidades de espadachín y Diana se defendía con sus poderes y su arco. Abbie trataba de mantenerse en un lugar seguro, alejada de la pelea, para no salir herida. Diana logró vencer a Marte al clavar una flecha en su pecho.
–Me decepcionas, Marte. Tú eras el guardián del Olimpo. Respetado y admirado por muchos.
–Tú… no lo entiendes, Diana —Dijo Marte mientras agonizaba—. Esto no se trata del Olimpo. Este mundo… al que se supone debemos proteger… está muy mal.
–Sólo eres un viejo resentido saciado de sangre.
–Como sea. Tampoco… ¡Ah! Tampoco espero que lo entiendas. Sólo Neptuno lo entendió.
–¿Neptuno?
–Ah, ¿no lo sabes? Sí… Ja, ja. Neptuno está a punto de inundar todas tus tierras. No podrán detener el caos aquí. Entre Neptuno y los Hechiceros secuaces de Plutón… el mundo ya está perdido.
–Estaré para defenderlo.
–Quizá sí… Quizá no —Marte deja de respirar y cierra sus ojos. Ha perecido.
–Chica.
–¿Sí?
–Quédate aquí. Estarás a salvo. Debo ir a por Neptuno.
–Va… Vale.

Diana se esfuma en el aire y se dirige a Brighton, pues la presencia de Neptuno se ubica en la playa de ahí. Se siente su presencia muy cerca. La brisa es fría. Diana empuña su arco y se prepara para una gran batalla.
–¡Neptuno!

El mar comienza a recogerse y se escuchan ruidos extraños del mar. Diana se mantiene firme y preparada. Neptuno emerge, repentinamente, de las aguas y se acerca a Diana.
–Diana, Diana. Tan hermosa como siempre.
–Ahórrate la charla. No estoy aquí para hablar.
–¿Has venido a unirte a nuestro bando?
–¿El bando de los traidores? No, gracias. Estoy bien donde estoy.
–Oh, Diana. Eres hermosa pero muy ingenua. ¿No te das cuenta de lo que sucede?
–¿También me darás el mismo sermón que Marte?
–No sé que te haya dicho Marte. Cada uno de nosotros tenemos nuestras razones para hacer esto. Plutón quiere el Olimpo, Marte quiere la fortaleza humana.
–¿Y tú qué quieres?
–Lo mismo qué deberías querer tú, Diana. ¿No lo ves? El respeto de los seres humanos por nuestros mundos. Durante años han ensuciado y dañado mis mares. Le faltan el respeto a mi pueblo y creen que no habrán consecuencias. Júpiter jamás me permitió darle a los humanos el castigo que se merecen. Ahora está fuera de juego y puedo lograr lo que tanto he querido. Tú deberías hacer lo mismo, Diana. Los humanos también han destruido tus tierras, cazado a tus animales. Apóyanos en esto.
–… Jamás apoyaré una tiranía —Diana crea una flecha de luz y la coloca en su arco para arremeter a Neptuno. Neptuno logra evadirla y le asesta una patada a su arco.
–En ese caso tendré que acabarte.

Neptuno tiene la ventaja en combate cuerpo a cuerpo. Es más alto y más robusto. Pero Diana compensa su desventaja con su rapidez y su agilidad. Ambos libran una batalla cuerpo a cuerpo, sin armas, ni poderes. Neptuno logra golpear a Diana varias veces. Diana intenta crear armas de luz pero Neptuno se lo impide. La hiere, la toma del cuello y la alza mientras aprieta su garganta. Diana intenta liberarse desesperadamente antes de quedarse sin oxígeno.
–Te compadezco, Diana.
–Maldito… infeliz —Dice Diana mientras se agita.
–No luches, Diana. Es inútil. Tus esfuerzos por proteger la tierra han sido en vano.
–¿Eso crees?

Se escucha el graznido de un águila que se acerca a toda velocidad. Repentinamente, sus garras son ensartadas en los ojos de Neptuno.
–¡Ah! ¡Maldita ave! —Neptuno se retuerce en el piso del dolor— Diana, vas a pagar por esto.

Diana trata de levantarse y recuperar fuerzas. Recoge su arco y se posa frente a Neptuno.
–Los únicos que están en deuda son ustedes, Neptuno —Diana crea otra flecha de luz y la coloca en su arco, apuntando directo a Neptuno—. Te dije que te detendría.
–¡Te arrepentirás de esto!
–Ya veremos —Diana lanza su flecha directo al pecho de Neptuno y este deja de moverse—. Saludas a Marte de mi parte.

Un Cupido enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora