CAPITULO XVI: COMIENZA LA GUERRA

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–¡Maldición, no sé qué hice! 
–Cupido, antes de alterar más las cosas, intenta controlarte un poco. 
–Zaniah, no puedo controlarme. ¡Hice el amor con una mortal! ¿Qué parte de eso no entiendes? 
–Entiendo todo, Cupido, pero así no vamos a llegar a nada. 
–Oh, viejo amigo, acabas de romper la ley más sagrada de los Dioses. Lo más seguro es que Júpiter tome sanciones en tu contra. Tal vez seas desterrado del Olimpo, o te quiten tus poderes. 
–Virgo, no lo estás ayudando. 
–El Dios de la alegría sólo quiere aclararte las cosas. 
–Virgo, conozco las leyes del Olimpo y reconozco que acabo de romper una, pero no soy Saturno, el maldito Dios del tiempo. 
–A ver, viejo amigo, considero que deberías sentirte afortunado de que ninguno de los dos haya muerto.  
–Virgo tiene razón en eso, Cupido. Por ahora, sólo dejemos que... el tiempo pase.

Una rradiante luz aparece en la habitación. ¡Es Rigel! La estrella más brillante de Orión.

–Rigel, ¿qué haces aquí? 
–¡Cupido! —Ella parece asustada. Su respiración está acelerada. 
–¿Te encuentras bien? —Pregunta Zaniah. 
–Chicos... algo le ha pasado a Orión. 
–¿Cómo que algo le ha pasado a Orión? ¿De qué hablas?   
–¡No lo sé, Cupido! Pero puedo... sentirlo. Algo le ha ocurrido a Orión. Él no está bien. 
–Tranquila, damisela. No hay de qué preocuparse. Trataré de comunicarme con el guardián. 
-... 
-... 
-... 
–Bueno, sí hay de qué preocuparse. No puedo sentir la presencia de Orión ni aquí, en la tierra, ni en el Olimpo.  
–Debemos ir al Olimpo ya mismo. 
–Cupido, tú no puedes regresar al Olimpo. Ya no tienes poderes. 
–Todavía me queda algo. 
–Cupido, si algo está ocurriendo en el Olimpo, podrías morir. Eres, prácticamente, un mortal ahora.  
–Mi amada tiene razón, viejo amigo. Deja que yo vaya y eche un pequeño vistazo. Volveré lo más rápido que pueda —Virgo se desvanece en el aire. 
–¿Y qué se supone qué haré yo aquí?
–Puedes quedarte con Abbie. Nosotras te acompañaremos. Así Rigel puede tranquilizarse un poco también. 
–Está bien. 
–¡No tan rápido, Cupido! —Una voz familiar detrás de mí invade mis oídos. 
–¿Alex? ¿Qué significa esto? 
–No, Alex no. Llámame Aries, Dios de la ilusión. O Hechicero, cómo nos dicen ahora ustedes, los verdaderos Dioses. 
–Abbie tenía razón al sospechar sobre ti. Todo este tiempo, tú fuiste el espía y la presencia que sentía los primeros días, era la tuya.  
–¡Vaya! Qué observador.  
–¿Cupido? —Dice Zaniah.  
–Zaniah, Rigel, vayan con Abbie de inmediato. 
–Vale! —Se desvanecen en el aire rápidamente.   
–Déjame informarte, Cupido, que pierden el tiempo. Verás, tenía un plan de reserva para hacerte volver a la tierra en caso de que volvieras al Olimpo. Tengo a Abbie en un lugar que no podrás encontrar tan fácilmente. 
–Te prometo que, si le pusiste las manos encima a Abbie, te voy a matar, y yo sí cumplo mis promesas. 
–Admirable eso de tu parte, Cupido. Pero ya no puedes hacer nada. No tienes poderes. El plan ha concluido. En estos momentos, el Olimpo está siendo atacado por los seres del inframundo y, déjame decirte que, los Dioses la están pasando muy mal. 
–¿Qué fue lo que hicieron a Orión? 
–No lo sé. No estuve ahí para cuando Orión y tu madre comenzaron a pelear contra Vega. Posiblemente Vega haya acabado con ambos. 
–Hijo de...! —Embisto contra Aries y lo tumbo al suelo— ¡He querido hacer esto desde hace mucho tiempo! —Le doy varios golpes en la cara. Logra bloquear uno y me golpea. Aprovecha la oportunidad para levantarse.  
–Debo admitir que golpeas bien. 
–No tienes oportunidad contra mí. 
–No la tuviera si tú tuvieras tus poderes en estos momentos. Pero como soy gentil, esto será una pelea limpia entre tú y yo –Se pone en guardia— ¿Qué esperas, Cup? —Tomo una una barra de metal que está a mi lado y se la arrojo rápidamente en la cabeza y logro noquearlo.
–Perdí mis poderes pero no mi puntería, genio.

Bien, ahora debo encontrar a Abbie.

*Toc, Toc*

–¡Cupido! ¡Soy yo, Abbie! 
–¿Abbie? —Abro la puerta— ¡¿Estás bien?! —Le doy un abrazo. 
–Sí, ¿por qué no lo estaría? 
–¿Qué? Bueno... 
–¡¿Ese es Alex?! 
–Sí. Siempre tuviste la razón con respecto a tus sospechas sobre él. Es el espía. 
–¡Lo sabía! Odio decir «te lo dije» pero... ¡Te lo dije! En realidad no lo odio, suena genial cuando tienes la razón. 
–Sí, bueno, está bien. Ahora, ayudame a atarlo a aquella silla.

(...)

EL OLIMPO. MINUTOS ANTES.

–¡Santos cielos! ¡¿Qué ha pasado aquí?!  
–¡Virgo! 
–¡Vulcano! —El señor Vulcano está luchando contra muchos hechiceros— ¡Ya voy! —Desenfundo mis fabulosas y poderosas espadas y arremeto con furia contra los hechiceros. 
–Gracias, Virgo. 
–¿Se encuentra bien, señor Vulcano? 
–De momento sí. 
–¿Qué ha pasado aquí? 
–Los seres del inframundo han tomado el Olimpo. Bueno, eso están intentando.  
–Ver todo este hermoso reino en destrucción hace que me deprima. No es un bonito paisaje para los ojos del Dios de la alegría ¿Y los otros Dioses?  
–Los demás Dioses y los Nueve Guardianes están dispersados por todo el Olimpo luchando contra los seres del inframundo. Son demasiados, Virgo.  
–¿Dónde está el señor Júpiter? 
–Plutón y Persefone lo han secuestrado. Vega lo ha hechizado en un profundo sueño.
–¿Y cómo lo salvamos? 
–No lo sé, pero tenemos que averiguarlo.   
–Debemos reunir a todos para que luchemos juntos. Separados somos débiles.  
–Tienes razón, Virgo. Necesitaremos toda la ayuda posible. 
–La conseguiremos. Los Dioses no permitiremos que tomen este maravilloso lugar. 
–¡Virgo! ¡Vulcano! 
¡Lyra! 
–¿Te encuentras bien, Lyra? ¿Y los otros Guardianes? 
–Vulcano, estamos todos dispersados y no encuentro a los otros Guardianes, pero pude descubrir dónde tienen a Júpiter y la manera de despertarlo.
–¡Bien hecho, damisela! Su descubrimiento nos favorecerá mucho.  
–Así es, Virgo, pero hay un problema.  
–¿Qué pasa, Lyra? 
–Marte está custodiando a Júpiter. 
–¡¿Marte?! 
–Así es. Al parecer fue quién planeó todo este ataque. 
–¡Maldito traidor! Nunca me dio buena espina. Bueno, tendremos que luchar contra él si es necesario.  
–¡Vaya sorpresa! Jamás imaginé que alguien tan honrado y reconocido como el señor Marte fuera capaz de un acto de traición como este. Espero que Cupido no haya salido igual a él. 
–Por cierto, ¿dónde está él? 
–Mi viejo amigo, Cupido, en estos momentos, se encuentra en la tierra protegiendo a su amada.
–¿A su amada?
–Entonces sí era verdad, Cupido se enamoró de una mortal y perdió sus poderes. 
–¡Eso es terrible! 
–Me temo que sí, dama y caballero. Y ahora que mencionan lo del señor Marte, todo tiene más sentido.  
–¿A qué te refieres, Virgo? 
–El señor Marte utilizó el amor que sentía su hijo por esa mortal como su arma principal para realizar este ataque. Él sabe que solamente su hijo puede detener una guerra entre humanos. Si su hijo ya no tiene poderes, no podrá detener nada. Oh, mi viejo amigo ha llevado una vida tan dura.  
–Pero la única guerra que hay es la que estamos librando ahora, aquí, en el Olimpo. 
–Para eso están tomando el Olimpo, Vulcano. Marte sabe que no puede crear una guerra sin el permiso de Júpiter, y Júpiter jamás le daría ese permiso tan innecesario. Con Júpiter y Cupido fuera de juego, lograría su cometido. 
–Eso significa que... 
–¡Santos cielos! ¡Están a punto de hacer que los seres humanos se destruyan entre ellos mismos!

Un Cupido enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora