CAPITULO XII: AMORES CORRESPONDIDOS

34 4 0
                                    

–¿Me amas?
–Oh, amada mía, nunca he dejado de hacerlo. Nuestros corazones están latiendo gracias a todo este amor que hay entre nosotros, entre nuestras almas, que están más unidas que nunca.
–¿Sí recuerdas por qué lo dejamos, Virgo?
–Por supuesto. La memoria de un Dios nunca borra recuerdos. Mucho menos si son recuerdos de su amada.
–Emm... Yo creo que mejor me voy al Olimpo a conseguir un poco de polvo de estrellas, chicos. Ustedes sigan resolviendo sus problemas sentimentales. Bueno, los dejo — Orión se desvanece en el aire rápidamente.
–Bueno... Virgo, esto no es tan fácil —Es casi imposible, idiota.
–Oh, Zaniah, amada mía. Sé que en el pasado cometí errores, errores que me comen el pensamiento todas las noches, pero no he dejado de arrepentirme nunca. Desde que te alejaste de mí, he sido un miserable infeliz. Repartiendo alegría para todos pero, en mi corazón, no alberga ni una gota de alegría, felicidad o amor. Es un corazón vacío. Un alma vacía.
–Virgo, no puedo perdonarte tan fácilmente.
–Amada mía, sólo dame otra oportunidad. Déjame demostrarte que soy alguien nuevo. Permítete a ti misma conocer la versión mejorada del fabuloso Dios de la alegría —Ni siquiera en esta situación deja de ser un egocéntrico.
–Hagamos algo, Virgo: Te doy un mes para que me demuestres que has cambiado. Si lo haces, consideraré darte otra oportunidad. ¿Vale?
–Pero eso es demasiado tiempo.
–Yo considero que es necesario y lo más justo.
–¿Lo más justo? Oh, amada mía, no sabes cuánto estás haciendo que mi corazón se destroce.
–¿Yo? ¿Sabes cuánto me destrozaste tú, Virgo? Lo suficiente cómo para que dejara de comer por varios días. Cuando te convertiste en Dios, decidiste dejarlo. Dijiste que no querías distracciones, que querías hacer un trabajo perfecto. ¿Acaso olvidaste eso?
–Pero, Zaniah...
–Pero nada, Virgo. Me dejaste porque preferiste tu gigante y horrible ego. Querías tu popularidad, ser un Dios reconocido por Júpiter. ¿Sabes algo? No me demuestres nada de nada porque no pienso darte otra oportunidad.
–Zaniah, sólo escúchame, por favor. Te lo ruego —Dijo «Te lo ruego»... Espera, ¡¿dijo «Te lo ruego»?! Esto es algo que nunca creí que iba a oír de ese idiota.
–Bien. Pero sólo tienes cinco minutos.
–Okey, okey. Mira, Zaniah, yo sé que fui un idiota. Sé que, tal vez, lo sigo siendo. Pero, de verdad, estoy arrepentido de todo lo que hice, ¿vale? Mi vida ha estado tan vacía desde que tú no estás. Ha sido tan difícil todo, para mí. Ser un Dios, no es lo que yo me imaginaba. Bueno, si tú no estás, las cosas no son cómo yo las imaginaba —Tengo que admitir que eso sonó muy bonito—. Sin ti, muchas cosas han dejado de tener sentido, Zaniah. Tú eres todo lo que me complementa.
–Viniendo de ti, me sorprende bastante. Es la primera vez que te escucho hablar de esa manera, Virgo.
–Es porque lo que te digo es real. He cambiado. He cambiado por ti, amada mía. Incluso, vine a Londres de inmediato cuando supe que estabas aquí porque no quería desaprovechar ninguna oportunidad.
–Vale, Virgo...
–¿Me perdonas? —Se dibuja una sonrisa gigante, en su rostro, y sus ojos se iluminan como una estrella.
–Un poco. No es fácil superar las decepciones, pero podemos ir despacio.
–Contigo voy a la velocidad que desees, amada mía. Prometo que te haré la mujer más feliz de los mundos. Y podrás presumirles a todos que sales con el fabuloso Dios de la alegría —Bueno, supongo que su ego nunca va a cambiar.
–Sí, sí. Lo que tú digas. Fabuloso. Hablando de Dioses, ¿dónde dejaste a Cupido?
–Oh. Me dijo que tenía que ir a casa de Debbie, Emny... No recuerdo su nombre.
–Abbie.
–¡Esa misma! Irá al rescate de su doncella
–Me preocupa Cupido.
–Cupido sabe como tratar con las damiselas.
–No por eso. Desde que llegué aquí, he notado la presencia de varios Dioses, a parte de las de ustedes. Estoy segura de que Cupido no lo ha notado o no le ha prestado suficiente atención.
–¿Quieres que le informe de tus sospechas?
–No, no. No creo que sea el momento. Me pregunto cómo le estará yendo con Abbie.

(...)

–¿Me amas? ¿De qué manera, Cupido?
–De una manera muy real, Abbie. Esto no estaba en mis planes de viaje, pero pasó.
–Pero... esto no es correcto, ¿o sí? Digo, tú eres un Dios y yo una mortal. ¿No te penalizan o algo por el estilo?
–Hace un tiempo se impuso esa regla, pero contra el amor nadie puede luchar, Abbie.
–No lo sé, Cupido. Yo estoy con Alex y tú con Zaniah...
–No, no, no. Zaniah y yo no tenemos nada. Ella sólo está aquí porque quería ayudarme a olvidarte.
–¿A olvidarme? ¿Ibas a borrarme de tu mente?
–No exactamente. Más bien, lo que sentía por ti. Bueno, lo que siento. Y, cuando lo consiguiera, volvería a mi trabajo y luego al Olimpo.
–Esto es muy repentino... y también raro. Es loco. «El Dios del amor enamorado de una mortal»; «Un Cupido enamorado». Suena gracioso... cuando no se trata de ti.
–Abbie... no sé qué hacer. No sé que se hace en estos casos. Nunca me había enamorado de esta manera.
–Bueno, yo no sé que decirte, Cupido. Esto también es difícil para mí.
–... ¿Me darías un beso?
–¡¿Un beso?!
–Nunca he besado a nadie.
–¿Hablas en serio?
–Sí. La última vez que intenté besar a una chica terminé dentro de la fuente de los deseos. Y eso fue hace... Hace muchos años. No lo recuerdo.
–No lo sé, Cupido —Se sonroja y me desvía la mirada.
–Permíteme está oportunidad, Abbie —Me acerco a ella y la tomo por la cintura. Ella pone sus manos sobre mi pecho. Ahora me mira fijamente. Mirarla a los ojos es como mirar el paisaje más hermoso que se pueda apreciar. Nuestros labios se van acercando lentamente y... por fin se tocan.

Un Cupido enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora