CAPITULO XI: RECONCILIACIONES

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–Oh, viejo amigo, compañero de clases. Qué grata sorpresa verte de nuevo después de tanto tiempo —Quisiera pensar lo mismo—. Me enteré de tu regreso a la tierra, justo el día que llegaste, hace casi un mes, pero no encontré tiempo para visitarte.
–He venido a la tierra por más de mil años, durante el mismo día, ¿y apenas te enteras que estoy aquí?
–Entenderás que el Dios de la alegría siempre está ocupado haciendo sus deberes. No tiene tiempo para reencuentros amistosos.
–Cómo sea. Tampoco es que me alegre mucho este «reencuentro amistoso». ¡Agh!
–No entiendo esa actitud tuya, Cupido. Desde pequeño, siempre has sido así. El Dios de la alegría siempre ha querido ayudarte y hacerte feliz, como lo hace con todos los que lo rodean, pero tú siempre te alejabas de él.
–No sé que es peor, escucharte hablar de ti mismo en tercera persona, o tu horrendo ego con tu absurdo trabajo.
–... ¿Ab...? ¿Absurdo? ¡Oh! Me lastima que digas eso, viejo amigo —Sacó una pequeña lágrima y se la limpió con el dedo. ¿Es en serio? Este tipo debería ser el Dios del drama. Le queda mejor—. La alegría no es absurda. La alegría está en todas partes. Cuando haces que dos personas se enamoren, le das alegría a ambos, y eso es bueno —Espera, ¿me está elogiando? Wow, nunca me imaginé algo así, viniendo de Virgo—. Es bueno porque le facilitas el trabajo al Dios de la alegría —Claro. Demasiado bonito para ser verdad.
–A ver, Virgo. Para empezar: ¿Por qué estás aquí?
–Ya te lo dije, quise venir a ver a un viejo amigo de la infancia.
–Correcto. Primero, no hables de mí en tercera persona. Ya suena horrible cuando lo haces de ti mismo. Y segundo, no soy tu viejo amigo de la infancia, que te quede claro. Nos conocimos en la secundaria.
–Éramos niños. Eso cuenta como infancia, ¿no?
–¡No!
–... Vale.
–Virgo, muchas gracias por tu visita, pero, en estos momentos, el Dios del amor se encuentra atareado y no tiene tiempo para «reencuentros amistosos» —Vaya, no suena tan mal hablar de ti mismo en tercera persona.
–Oh, tranquilo. Entiendo. ¿Qué vas a hacer?
–Iré a repartir un poco de amor por la ciudad. Así despejo un poco la mente.
–Yo puedo acompañarte. Así hacemos el trabajo juntos.
–No sé...
–Dale una oportunidad, Cupido —Interviene Orión—. Tal vez así puedan compartir un poco más.

Compartir más con mi «némesis». Bueno, ¿qué más da? Tal vez incluso podría ayudarme.

–Vale. Está bien. Puedes acompañarme, Virgo.
–Será un honor... para ti, ser la mano derecha del Dios de la alegría, te lo aseguro.

Esto será más difícil de lo que creí.

(...)

–Me puedes explicar qué hacemos en Los Ángeles.
–¡Af! Los Ángeles, California. Una de mis ciudades favoritas. ¿Sabes por qué?
–No —Tampoco me interesa saberlo.
–Porque la gente de aquí, siempre está alegre.
–Emm... Claro. Con dinero, cualquiera está alegre. Así son los seres humanos.
–Noto mucha negatividad en ti, amigo mío.
–¿Podemos sólo ponernos a trabajar? Quiero volver a Londres.
–Estás demasiado estresado. Así no podrás trabajar bien, como yo.
–¡Agh! No sabes cuánto odio tu ego.
–Ja, ja. Ven, vayamos a un lugar perfecto para alegrarte un poco.
–¿Por qué no simplemente me alegras con tus «fabulosos poderes del Dios de la alegría»?
–¿Estás tonto? Los Dioses no pueden usar sus poderes con otros Dioses. Al menos no para ese tipo de cosas. Está prohibido.
–Cierto. Lo había olvidado.
–¡Ven! Vayamos a comer fabulosos helados que alegran a cualquiera. Yo los llamo «Helados Virgo».
–¿Y esos «Helados Virgo» dónde se encuentran?
–Los vende una tienda pequeña llamada Starbucks
–¿Vamos a ir a tomar café? Esos no son helados, son cafés. Y no es una tienda pequeña, es una compañía gigante con miles de tiendas en todo el mundo. ¿Cuánto tiempo llevas aquí en la tierra?
–Más que tú, amigo mío. El Dios de la alegría siempre debe estar un paso por delante de todos —Okey, eso es lo más egocéntrico y arrogante que ha dicho en todo el viaje—. Vayamos, pues, a tomar café helado.

Un Cupido enamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora