Capítulo 2: Entre la vida y la muerte.

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El suelo estaba lleno de tarjetas de la empresa de ese chico.
Me agaché y recogí una, solo por pura curiosidad.

Volví corriendo adentro y ví a Charles intentando reanimar a Lillie.

—¿Qué...?

—No está bien Sam —dijo mientras le levantaba los brazos una y otra vez—, no sé qué le pasa... solo se que la han envenenado.

Abrí los ojos de par en par. ¿Ese hijo de la gran... había envenenado a Lillie?

Salí corriendo hasta donde había dejado al hombre y lo agarré por el cuello de la camisa.

—QUÉ LE HAS HECHO —dije mascullando lentamente cada palabra.

El hombre escupió al suelo y me miró con una sonrisa siniestra.

—Se ha condenado.

Le dí un puñetazo.

—¿¡Qué le has inyectado!?

—Je.... no le he inyectado nada, tú has sido el que la ha condenado... tú eres su verdugo.

Le asesté dos golpes más en el torso. Nunca había golpeado tanto a alguien.

—¡Eso es mentira, yo no la he matado! —le grité a escasos centímetros de su cara.

El hombre sonrió otra vez.

—TU LA HAS MATADO —dijo resaltando cada palabra.

Lo agarré con más fuerza y lo clavé a la pared, asegurandome de que no escapara.

Acto seguido fui junto a Lillie.

***

Me agaché junto a ella.

Su piel... estaba fria y era blanca como una hoja de papel, junto con unas ojeras muy profundizadas...

—¿Qué le pasa? —le pregunté a Charles sin apartar mi vista llorosa de Lillie.

—Creo que... —dijo pensando—, por dios bendito, ese hombre tiene razón, la has matado tu.

Sentí como si algo me atravesara el corazón. Algo... caliente, y frío a la vez.

—¿¡Tu también!? —le grité—, ¡Yo nunca le haría daño!

—No Sam, no me refiero a eso...

—¿¡Y entonces a qué te refieres!?

—Sam... al saltar a la tormenta, parte de los gases de la tormenta se adherieron a ti... y más tarde, mientras cenabais, entraron en contacto con... sal. Y ya sabes que pasa si esos gases tocan la sal.

—Sé vuelven tóxicos... —murmuré mientras miraba de reojo a Lillie.

Era cierto.

Era cierto, por dios bendito...

Yo la había matado.

Y lo había hecho con unas putas patatas fritas.

—¿Y no puedo hacer nada? —le pregunté temblando.

—Pues... he descubierto que los Neo Sapiens tienen cierta inmunidad a esos gases tóxicos, ya ves que no te han hecho nada...

—¿Y entonces?, ¿le tengo que dar mi sangre o algo por el estilo?

—No, eso la mataría... —dijo con una mirada compasiva—, tiene... que convertirse en un Neo Sapien.

Palidecí.

Había disipado la tormenta, la única manera que conocía de convertir un Homo Sapiens en un Neo Sapiens.

Había salvado al planeta entero, a millones de vidas animales y humanas...
¿Y el precio eran las vidas de mi madre y Lillie?

Pyros (Elektros #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora