Capítulo 20: Un secreto espeluznante.

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Le miré a los ojos y sonreí.

—¿Cómo es posible tío? ¡Te ví morir!

—Me viste recibiendo un disparo —dijo, agachandose para recoger algo de entre los cuerpos—, pero no me viste transformándome. Se ve que cuando estoy en peligro de muerte las heridas se regeneran como cuando estoy... on fire. Es bueno saberlo.

Sonreí por segunda vez por el chiste y le di otro abrazo.

—Hey, déjame algo ¿No? —dijo una voz femenina a su espalda.

Miré, y ví cómo Beatrice trasteaba con unos botones de un panel de control.
Llevaba ropa negra, que resaltaba con su pelo blanco, y me recordaba extrañamente a una espía.

—¿Que te deje algo? —pregunté.

—Es mi novio.

—¿Y? ¿No le puedo dar un abrazo de amigos?

—Eso es un gesto afeminado —dijo mirándome—. Si no tuvieras novia creería que eres gay.

Abrí los ojos de par en par.

Lillie.

—¡¿Dónde está Lillie?! —grité mirando a Daito y agarrándolo por los hombros.

Sin darme cuenta, le clavé las uñas.

—No lo sé —dijo mirándome asustado—, Robert huyó con ella. Creo que se la llevó... y ella accedió voluntariamente. No la vi en la refriega. Sólo te vi a tí siendo transportado por un gordo enorme.

Lo solté, percatándome de que le había dejado marcas en las solapas de su chaqueta, y miré alrededor.

—¿Cómo me habéis encontrado? —pregunté, con la garganta pastosa.

Daito dudó antes de hablar.

—Se llevaron a... unos cuantos alumnos del colegio —dijo Daito—. Algunos llevaban teléfono, como tú, así que al ver que las señales telefónicas se concentraban aquí...

—Vinimos corriendo —completó Beatrice.

Enarqué una ceja.

—Discúlpame, pero creo que te he oído mal —dije—. ¿Has dicho que habéis venido corriendo?

Beatrice sonrió de lado y se hizo a un lado.

Allí estaba él; aquél chico que me había inyectado el líquido caliente en el brazo. El chico pelirrojo, con los dientes anormalmente afilados...

Estaba ahí. De pie. Sonriendo mientras que me saludaba.

Fruncí el ceño y le señalé con el dedo índice.

—Tú —dije entre dientes—. Eres el cómplice de la dama de negro. ¿Dónde está, eh? —pregunté alzando el tono de voz, y con una súbita carrera me puse delante suya y le agarré de las solapas de su sudadera negra con franjas moradas— ¡¿Dónde está Lillie?!

El chico me miró con los ojos abiertos de par en par y enseñó las dos manos.

—¡Yo no he hecho nada! —tartamudeó con cierto tono de miedo en la voz— ¡No sé nada!

Airado, respiré con fuerza por las fosas nasales, cuando vi cómo una lágrima se comenzaba a formar en uno de los laterales de los ojos del chico (¿Cuál era su nombre?).

Por dios.
Era sólo un crío.

Un crío.

Y yo también lo era. Y Daito. Y Beatrice. Y Lillie. Y todos los malditos niños del colegio.

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⏰ Última actualización: Apr 22, 2019 ⏰

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