Capítulo 13: Lillie.

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Me quedé en blanco.

¿Lillie, muerta?

Eso no podía ser.

Empecé a reír y miré a Daito a la cara.

—Muy gracioso Daito... muy gracioso. Ahora déjame pasar.

—No creo que...

—¡DÉJAME PASAR! —grité.

Varios alumnos me miraron desde los pasillos.

Yo, al ver que Daito no se movía, lo aparté de un empujón y entré en la habitación.

—Lillie, ya he llegado... —empecé.

—Sam, no deberías... —dijo Daito detrás mía.

Al ver a Lillie sobre la cama, pálida, y con los rizos rojos desparramados sobre la almohada, sentí cómo si me hubieran dado un puñetazo en la cara.

—Sam, yo... hize lo que pude para que no muriera... —dijo Charles desde una silla.

Me acerqué con la boca abierta a la cama y acaricié un rizo de Lillie.

Había muerto.

Luego, me senté en una silla y undí la cabeza entre las manos.

—Ésto no debía ser así —mascullé—. He traído a la creadora de la tormenta para que la salve... ¡Y está muerta! ¡Maldita sea, cruzé medio mundo para salvarla y está muerta!

—Sam, cálmate... estás...

—¡No me voy a calmar! —grité notando un cosquilleo en la punta de mis dedos.

—Sam, será mejor que...

—¡NO ME VOY A CALMAR!

Un trueno partió el techo de la habitación y sembró el aire de electricidad estática.

Yo, que había estado al lado del lugar del impacto, salí volando hacia la pared.
Al levantarse, vió con espanto cómo la camilla de Lillie echaba humillo...

—Por eso debías calmarte —exclamó Daito sobresaliendo de detrás de una silla.

Mascullé una palabrota y noté cómo algo caía de mis bolsillos.

Piruletas.

Montones de ellas.

Las piruletas de Lillie.

Desenvolví una y me la metí en la boca, sintiendo el amargo sabor de la golosina.

Nunca más volvería a jugar a aquél juego.

Nunca más volvería a oir la voz de Lillie.

Nunca más volvería a oirle decir...

—¿Me das una, vaquero? —preguntó una voz débil detrás suya.

Sam se giró lentamente hacia la voz, temiéndo que fuera un sueño, y se sorprendió a sí mismo con la boca abierta y las lágrimas aflorando.

—¿Sam? —preguntó Lillie— ¿Por qué estás llorando?

***

Charles dejó colgar la mandíbula inferior a su antojo.

Daito abrió los ojos como platos.

Sarah, que no entendía qué sucedía, pedía que alguien la llevase a hombros.

Y mientras, Lillie observaba extrañada la situación.

—¡La tormenta! —grité—. ¡Haced la maldita tormenta!

Charles salió de su estupor y se llevó a la creadora a una sala privada de la que sólo pude ver un par de probetas y tubos de ensayo.

—¿Qué ha...? —empezó Beatrice entrando en la sala.

—Beatrice ¿Qué pasa? —preguntó Lillie incorporándose un poco.

Beatrice se llevó las manos a la boca y corrió a abrazar a Lillie.

Lillie, mientras tanto, me miraba preguntándome con la mirada QUÉ sucedía.

Y no podía contestarla.

Porque yo tampoco sabía lo que sucedía.

Me acerqué a ella, temiendo que fuera un fantasma del pasado, y alargué los dedos.

"Dáte una ducha" recordé.

Al instante retiré los dedos y los encogí en mi puño.
Acto seguido me dirigí a mi habitación, para darme una ducha larga de agua caliente.

***

¿Alguna vez había querido ser famoso? No.

¿Destacar? No.

¿Ser conocido? No.

¿Y adivináis qué?

Lo era.

Al llegar a mi habitación, una montaña de cartas (de todo tipo... aún me estremezco recordando las de amenazas y las de amor) me bloqueó la puerta, por lo que tuve que empujar para abrirme paso.

Al parecer, el colegio entero sabía que había salvado al mundo y ahora estaba intentando salvar a Lillie.

Retiré las cartas al rincón más oscuro de mi habitación y me dirigí a la ducha.

Entré, me quité la ropa, me mojé...

Y vi algo extraño.

Mi brazo, que ántes estaba normal, era un poco más flaco.
Casi con un aspecto anoréxico.

Después se lo preguntaría a Charles.

Salí de la ducha y me miré en el espejo.

Dios.

Estaba demacrado.

Tenía unas leves ojeras, los brazos huesudos, las piernas anormalmente musculadas... y el torso flaco y (casi) en los huesos.

Yo me alimentaba bien.
MUY bien.
¿Cómo era posible que estuviera así?

Me puse ropa limpia (una sudadera gris de los Goonies y unos vaqueros) a toda prisa y salí corriendo por la puerta en dirección a la habitación de Lillie cuando, en el pasillo, me encontré con una chica... extraña.

Tenía el pelo del mismo color que mi madre (un negro brillante) y unos ojos que me hipnotizaron durante un segundo.

¿Sería esa su facultad?

Aparté la vista rápidamente de la chica y bajé corriendo las escaleras.

Al llegar abajo, giré una esquina... y tropecé con alguien.

Al levantar la vista del suelo ví cómo Lillie agitaba la cabeza por el golpe.

Y así sin más, antes de que pudiera decirme nada, me abalancé sobre ella y le dí un abrazo.

Pyros (Elektros #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora