Capítulo 8: Hola viejo amigo.

5 3 2
                                    

Me levanté del suelo aún aturdido por... "la caída" y fuí hasta la puerta.

Estaba lloviendo.

La lluvia me encantaba.
Me refrescaba, me acariciaba la cara con sus gotas de agua, el sonido que hacía al repiquetear contra el suelo era relajante...

Bajé los peldaños que separaban el almacén de la convención y fuí hasta el aparcamiento arrastrándo los pies.

No tenía ni ganas ni fuerzas para correr.

Llegué al coche veinte minutos después.
Habíamos preparado Daito y yo en el camino hacia la convención que, al acabar de explorar, iríamos a reunirnos al coche.

Pero no había nadie.

Me apoyé en la puerta del coche resoplando por el cansancio cuando oí un ruido de unas...

¿Palmadas?

—Me impresionas Sam —dijo la figura encapuchada saliendo de la oscuridad del aparcamiento.

Éra ése, ése me había inyectado algo.

Di un paso para empezar a correr y así atraparlo para interrogarlo cuando me caí al suelo tropezando.

Vi otra vez esas hebras moradas flotando en el aire.

—¿Estás bien? —dijo la figura ayudándome a levantarme.

Eso era imposible.

Ese chico (a juzgar por la voz era un varón joven) estaba a más de veinte metros... y ahora estaba al lado mía, ayudándome.

—¿Cómo has...? —dije resoplando.

Tenía los pulmones ardiendo, y ese dolor no disminuía.

—No hay tiempo para preguntas Sam —dijo la figura quitándose la capucha.

Era un chico pálido, con el pelo color naranja despeinado en su cabeza.

Su expresión denotaba compasión.

¿Ése chico se estaba compadeciendo de mí?

Me levanté del suelo con un tirón para zafarme de su mano y miré alrededor.

—¡Dgaito! —grité a duras penas.

—Sam.

—¡Fdaito! —grité con la garganta seca.

—Para, Sam.

Lo miré a la cara.

—Déjame en paz.

***

Salí corriendo como alma que lleva el diablo.

Los pulmones me ardían, los pies me quemaban y gritaban de dolor con cada paso que daba, y mi cabeza...

Mi cabeza era como una maraca recién agitada.

Los edificios eran altos, increiblemente altos, y criaturas negras cómo la noche y desgarbadas saltaban de aquí para allá entre sus azoteas.

La esquizofrenia otra vez.

—Para —oí.

Ignoré la voz de aquél chico y seguí corriendo por las calles asiáticas de aquél barrio.

Maldita sea.

¿Dónde estaba Daito?

—Samuel, no me obliges a pararte —dijo otra vez el chico.

Un escalofrío me recorrió la espalda.

Sólo mi madre me llamaba así... sólo cuando estaba enfadada.

Pyros (Elektros #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora