Capítulo 16: El menú del día.

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—No es nada profesional... pero servirá —dijo la chica con las manos ensangrentadas.

Una serie de "x" de hilo negro me cruzaban desde el codo hasta la muñeca, haciéndome parecer un muñeco de trapo.

Los dedos de la mano, aún crispados por el dolor, se encogían y desplegaban intermitentes.
En mi opinión, lo peor había sido ver cómo los tendones se movían dentro del corte.

—Gracias —dije dejando el palo casi atravesado por las marcas de mis dientes.

—No es nada. Pero oye... ¿Cómo te has hecho un corte tan grande? —preguntó la chica lavándose las manos en el lavaplatos.

—Nada, sólo... ha sido un accidente.

—¿Un accidente? No te veo más heridas.

Tragué saliva.

—Me estás mintiendo —dijo la chica mirándome a los ojos.

—¿Y qué si te miento?

—No me gusta que la gente me mienta.

—Yo no lo he hecho.

—Lo estás haciendo otra vez.

Reí una carcajada por la "paradoja" y observé el resto del local.

Aparte de lo que había visto (la parte delantera formada por una cristalera y a la derecha una zona repleta de mesas), había una zona del lugar con algunas máquinas expendedoras y unas máquinas tragaperras.

Al ver un muñeco de un zorro en una, reprimí un gritito.

—¿Y esa cara? —preguntó la chica observándome.

—Nada... es que... un amigo mío, al que le gustaban los zorros ha muerto.

—Lo siento.

—No lo sientas.

La chica permaneció en silencio y dirigió una mirada detrás mía, hacia el vasto desierto.

—¿Por qué llevas una bata de hospital? —preguntó volviendo a la cocina.

—Por nada. Es una larga historia.

Aunque no sabía si siquiera había una historia.

—Créeme cuando te digo que he oído muchas historias. Muy largas y muy raras.

—No me apetece contarla —dije mirando al suelo.

—¡Te acabo de salvar la vida!

—Y te lo agradezco.

La chica salió de detrás de la puerta por la que había entrado y me puso delante una hamburguesa.

—No tengo dinero —dije echando de menos mis cuatrocientos dólares.

—Y yo no te lo he pedido.

Asentí en silencio y miré la comida.
Esa chica podía ser una empleada de Robert, podía haber envenenado la hamburguesa...

Aunque bien es cierto que me podía haber dejado morir desangrado. Y necesitaba comida para regenerar la sangre.

Asentí otra vez, ahora con un poco más de fuerza para que la chica se diera cuenta y le dí un bocado a la hamburguesa.

***

¿Qué se suponía que iba a hacer ahora?

Debía buscar a Lillie.

Debía buscar a Sarah.

Debía buscar a... ¿Beatrice? (No sabía si ella conocía la noticia de que su reciente novio había muerto, además de que no quería volver a verle la cara a su padre).

Y ahí estaba yo, intentando ganarle a una chica a Ms PacMan.

—¿No tienes nadie a quien llamar? —preguntó a punto de superar mi puntuación.

—Mi padre murió. Mi madre también... y creo que aparte de una tía que tengo, no me queda más familia —dije sudando—. Oh, y gracias por la ropa.

La chica me había dejado unos vaqueros y una camiseta para que no andara por la cafetería "en pelotas".

Asustaba a los clientes.

O, mejor dicho, al cliente.

—La ropa es de mi ex novio —dijo la chica con la vista fija en el fantasma Pinkie—. Supongo que fué demasiada molestia para él venir hasta aquí para recogerla.

Gané la partida y lo celebré con una sonrisa vanidosa.
Al lado de la máquina, un cuadro de un pulpo humanoide me llamó la atención.

—¿Qué es ésto? —pregunté.

—Nada. Una cosa de mi padre, aunque nunca me dijo qué era. Seguramente sería alguna cosa de uno de sus libros polvorientos. Ni siquiera en su lecho de muerte me lo dijo... aunque no tuvo lecho de muerte. Simplemente estaba arreglándole el coche a alguien, bebió agua fría... y cayó al suelo "fulminado".

—Debió ser duro. Créeme, lo siento.

—No creas. Era un viejo cascarrabias, aunque se hacía querer.

Miré por la ventana y me pareció ver algo, un círculo extraño, revoloteando encima de un rectángulo negro a lo lejos.

—¿Qué es eso?

—Un ovni —dijo la chica tranquilamente.

—¿Un ovni?

—Sí. Un "Objeto Volante No Identificado".

Sonreí y aguzé la vista.

—¿Qué es ese edificio? ¿Otra cafetería? —pregunté.

—No. Por lo que tengo entendido, éso es el área cincuenta y uno.

Fruncí el ceño y miré hacia otro lado. Había algo que no cuadraba...

El hombre.

Llevaba una insignia dorada al costado de su jersey.

—¡Policía, salgan con las manos en alto! —gritó un individuo en la entrada.

¿De dónde había salido?

—¡Tenemos el edificio rodeado!

—¿¡Qué sucede!? —me preguntó la chica.

—Creo que me buscan a mí —dije dando un paso atrás.

—¿¡Eres un delincuente!?

—No soy un delincuente —dije acercándome a ella—. Me quieren por mi... mi... bueno, no sé por qué me quieren. Digamos que soy diferente y no les gusto.

La chica enrojeció (no sé si de ira o verguenza) y miró hacia otro lado.

Un disparo resonó por el local.

—¡Detrás de la barra!

—¡Vale!

De un brinco, salté la superfície y me cubrí detrás.

—¿Son la policía? —preguntó la chica.

—No. Son unos tíos que me quieren matar. O hacer pruebas conmigo. ¡No sé por qué me quieren!

Otro disparo.

—Tengo una escopeta detrás de el mostrador de tartas.

—¡Eso está en la entrada!

—¡Ya lo sé!

Salí corriendo con mi facultad, aprovechando que la chica no miraba, y traje la escopeta.

—La tengo —dije.

—¿Cómo has...?

—No te lo voy a decir.

La chica suspiró y cargó la escopeta.

—¿Por qué todos los chicos guapos son gays o tienen novia? —susurró.

Puse una mueca por el comentario (no sabía si tomármelo como un halago o como un insulto) y ví cómo la chica asomaba el cuerpo por encima de la barra.

—Hoy tenemos un menú especial —dijo sonriendo y apuntando a la puerta—. ¡Mascad plomo!

Pyros (Elektros #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora