Capítulo 18: Huida.

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Todo lo que recuerdo es que agarré a la chica en brazos, y la llevé a la parte trasera del restaurante.
Recuerdo que su pelo, que se esparcía por mi cara por el viento, olía bien.
Llegué y me desplomé en el suelo.
A partir de ahí, mis recuerdos son confusos, repletos de dolor y de manchas rojas.

Todo era confuso.

Y habían monstruos por todas partes.

Algunos con dientes por todo el cuerpo, otros, oscuros como sombras, me atormentan incluso a día de hoy en mis pesadillas.
Hace mucho tiempo que no duermo bien.

No me dí cuenta de que eran producto de la esquizofrenia. Y eso me asusta incluso hoy.

Quiere decir que pensaba que eran reales.
Me estaba volviendo loco.

Loco de remate.

Pero claro, yo tenía una medicación por aquél entonces... y estaba en mi casa.
La tenía mi madre. Mi madre muerta.
Tenía que conseguir medicación.

Me desperté entre gritos y me toqué la cara.
La tenía manchada de sangre.

—¿Estás bien? —preguntó la chica desde el asiento delantero.

Estaba en un Cadillac, con las puertas de color marrón debido al calor y a la arena, juntando además el paso del tiempo.

—Yo... yo no... —balbuceé.

—Vale, está bien, te diste un buen golpe en la cabeza. Acuestate y duerme un poco.

—Necesito mi medicación mamá —dije, pensando que la chica era mi madre.

Al instante siguiente me dí cuenta de la idiotez que había dicho, pero no importaba: Me había dormido.

Y ya empezaban las pesadillas otra vez.

***

Abrí los ojos y los mantúve así, asustando a alguien.

Alguien estaba intentando acercar algo a mi cara, a lo que yo le agarré la mano con fuerza.

Hubo un forcejeo.

Los brazos de mi agresor eran fuertes y recios, casi musculosos.

—¡Ean! —chilló una mujer abriendo una puerta.

—¡Ayúdame! —gritó.

De un último tirón me revolví, a lo que caí al suelo.

¿Había estado encima de una mesa?

Empecé a gatear desesperadamente hacia la salida.
Era Robert.
Estaba seguro de que era él, me había encontrado y me había vuelto a...

—¡¿Pero qué estás haciendo?! —gritó la chica del restaurante detrás mía.

Me detuve y miré hacia atrás.

Ahí estaba ella, sin el delantal manchado, y con un peine en la mano.
A su lado, un hombre de unos treinta años, con una camisa manchada por la grasa, y una chica, con el pelo de color castaño oscuro, estaban de pie.

El hombre me había agarrado. Había sido él.

—¡Él! —chillé—. ¡Él me ha atacado!

—¿Atacado? —preguntó la chica del restaurante mirándolo.

—Le iba a limpiar las heridas —dijo excusandose—. El que me ha atacado ha sido él.

Yo arqueé una ceja.

—¿Qué heridas? —dije tocandome la frente—. No tengo heridas.

—¿Ah no? —preguntó el hombre de pie—. ¿Y eso del brazo? ¿Y las heridas de las mejillas?

Pyros (Elektros #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora