2. El anillo de Chat Noir

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Adrien apagó su tableta luego de terminar de leer Nuestra señora de París, de Victor Hugo. Quizá era la tercera vez que lo leía, no lo sabía. De todas formas no importaba, no era como si él tuviera mucho que hacer. Guiado siempre por el estricto horario extracurricular que le había impuesto su padre, en los momentos en que al fin tenía tiempo libre para él, Adrien se encontraba totalmente aburrido, sin tener ni la más mínima idea de qué hacer.

Ya había leído los libros virtuales que tenía en la nube, los libros físicos por igual. También las historietas. Se había acostumbrado a no ver la televisión porque su padre decía que sólo daban contenido basura. En su habitación tenía un muro de escalar, sí, y un futbolito, y también una rampa para patinar, pero estaba solo. Total e irremediablemente solo.

—Si tan aburrido estás, podrías ir a divertirte en la plataforma. Solo digooooo... —escuchó decir al pequeño dispositivo que reposaba en su mesa de noche.

—Nathalie está aquí y padre no tiene ninguna reunión asignada, podrían entrar en la habitación. Sería arriesgado. Además, tengo clases —respondió él.

—¡Eres un aguafiestas, Adrien!

El chico soltó un suspiro ruidoso y cerró los ojos. Se moría por entrar en la plataforma, pero debía ser consciente. Su padre le tenía prohibido el uso de videojuegos de realidad virtual, de cualquier tipo, en especial el UMS-3. Adrien había tratado unas cuantas veces de entrar y jugar, pero siempre lo descubrían. Esa era la gran consecuencia de ser el hijo de uno de los mejores programadores de la época. Muchos decían que los programas diseñados por Gabriel Agreste no eran nada más que arte y, cada vez que Adrien iba a sus clases de esgrima, baloncesto, piano o chino, siempre le hacían preguntas. Siempre eran cosas que él no podía responder, no porque fuesen confidenciales, sino porque él no tenía ni la más mínima idea de lo que le decían. Sus conocimientos del mundo virtual eran nulos.

Sin embargo, ahora tenía una oportunidad.

Aprovechó descaradamente que su padre iba a tirar su equipo para entrar al UMS-3 para reemplazarlo por uno más avanzado. Lo tiró a la basura y todo. Fue un poco loco, pero Adrien de alguna forma logró recuperar el equipo que estaba bien y nada obsoleto, había sido tirado sólo por capricho de su padre. Se creó un usuario nuevo, tratando de poner que realmente era proveniente de Estados Unidos con el fin de no poder ser rastreado. Fue infructuoso y estúpido, de todos modos. Los jugadores del UMS-3, aparte de tener que permitir que cables ingresaran a su cuerpo, tenían una pequeña placa la nuca. La placa era de forma circular y los cables pasaban a través de ella, haciendo contacto. El pequeño aparato contenía información básica sobre el jugador: fecha de nacimiento, enfermedades que padece, alergias, discapacidades... información que podía ser de importancia en el caso de un accidente. Gracias a esto el sistema sabía que él era un menor de edad y que, por lo tanto, su avatar debía contener su verdadero destino, sus rasgos físicos y, de forma opcional, el instituto al que asistía. Adrien no incluyó lo del instituto en su momento porque él estudiaba en casa. Sabía que lo atraparían eventualmente, así que decidió tratar de disfrutar lo más que pudo. No habló con nadie. Exploró el nivel, los establecimientos, hizo unas cuantas misiones... Supuso que eso era lo que se hacía allí, ¿no? Entonces apareció una misión en su tablero, la de rescatar a un jugador en el submundo. Eso lo hizo estremecer. Por lo poco que sabía, nadie hablaba del submundo, era el equivalente a la deep web en la plataforma y, por supuesto, su entrada estaba bien escondida. Por eso Adrien casi se mea encima al ver una entrada aparecer frente a él segundos después de recibir la misión. La escalinata simplemente apareció frente a él, y algo le dijo que su misión no aceptaba un "no" como respuesta. Además, ¿tener el privilegio de ver el submundo? Era un loco si no lo hacía.

Interconectados [#1] │Miraculous LadybugDonde viven las historias. Descúbrelo ahora