Quincuagésimo segundo

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Stella

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Stella

Abrí lentamente mis ojos, estos no se acostumbraban a la potente luz blanca. Cuando por fin los tuve abiertos, me quité lo que parecía ser una mascarilla de oxigeno. Miré a mi alrededor asustada, y cuando me reincorporé en la camilla, vi que en el pequeño sofá de a un lado estaba sentada Chelsea. Al mirarme al fin despierta, se levantó de su sitio para acercarse a mí.

— ¿Cómo te sientes? — preguntó preocupada.

— ¿Qué pasó? — murmuré temerosa, ignorando su pregunta anterior.

— Te desmayaste, por suerte te sostuve antes de que pudieras caer — me sonrió levemente, yo solo suspiré — Yo le avisaré a la enfermera que ya despertaste.

La rubia salió de la habitación, miré el reloj de manecillas que estaba pegado arriba de la puerta y este marcaba las once con veintitrés minutos. Al parecer no estuve mucho tiempo inconsciente, pero como me gustaría aún estarlo para no tener que pensar en mi situación. La enfermera entró a la habitación junto el doctor y Chelsea.

— Es un gusto ya verla despierta, señorita — dijo el doctor, como de unos cincuenta años se veía — Soy el doctor Serge un placer, ¿Y dinos cómo se siente en estos momentos?

— Confundida — respondí al instante — ¿Qué me pasó?

El señor asintió con su cabeza.

— Presión arterial baja — contestó mientras veía su tablero — En su caso, el estrés influyó mucho en usted. Con su embarazo, la presión arterial tiende a bajar — después me miró —,  debido a que el sistema circulatorio se expande rápidamente durante el embarazo, pero no se preocupe, la presión arterial vuelve a su nivel previo al embarazo luego del parto. Solo trate de relajarse lo más que pueda y también descansar.

— ¿Y saldré pronto? — pregunté dudosa.

— Sí, hoy le daremos de alta — dijo la enfermera — Pero antes, le traeremos algo para que coma y reponga energías.  

Asentí y ellos se marcharon menos Chelsea.

— Oye... que bien que ya estés mejor — dijo ella, sosteniendo su bolso — De verdad lamento haberte dado todas esas noticias de pronto.

Yo la miré sin poder creerlo.

— ¡Debiste decírmelas antes! — le grité — Pensé que eramos amigas, pero ya vi que solo me hablabas por tu amigo. Nunca te importé ni un poco, ahora ¿cómo pudiste ocultar algo así? — ella miró al suelo apenada — ¿Hasta cuándo iban a ocultármelo? 

— ¡No sé! ¡Daniel no estaba dispuesto hacerlo! — me miró angustiada — No podía traicionar a Daniel, ¡se lo prometí! Pero... ya te habías enterado — suspiró — Daniel me invitó a almorzar con ustedes, yo no sabía que tenía que irse. Supongo que lo hizo para que fuera y tú no sospecharas nada.

Dr. StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora