Anima: Beyond Memeverso

Acto 2: Tomás Pepe, San Retraso

Buenos días, oidor. Antes de introducirte al Santo, quisiera compartirte un pensamiento que te podría ayudar a comprender a un ser de luz como él. Pues escapa a los simples el entendimiento de tales cosas, y tú, oidor, has demostrado ser de la simpleza más grande que existe.

Una vez un sabio que buscaba conocimiento tuvo una epifanía, y declaró un enigma que nadie comprendió. Una profecía:

"Dada la capacidad humana, el hombre que consiguiese acceso a todo el conocimiento del mundo sería sin duda alguna el retrasado más grande de todos."

No lo sabía, no podría nunca saberlo, pues la cerveza nublaba su capacidad de memoria en ese momento. Pero encontró, en el fondo de aquella jarra, más conocimiento que ningún hombre de su época en los cientos de libros sobre historia y ciencia.

Y su profecía se cumplió, un niño superdotado, conectado con el alma del universo. Tanto poder imbuido en él le produjo un retraso tal, que desde su nacimiento podía oír los lenguajes primigenios de las cosas que no tienen voz, entendía el lenguaje de los animales y de las rocas, el mismo viento bajaba su voz al pasar cerca de la criatura, pues celaba que fuese oído el secreto de los mundos.

Con ese poder que controlaba pero no entendía, Tomás aprendió artes que desde pequeño fueron el tormento de su padre. Aunque no lo hubiesen sido tanto sin el retraso que ostentaba, ya había perdido la cuenta de cuantas veces se había desatado una crisis de diarrea incontrolable por su casa y cuantos hombres se habían herido al olvidar cosas básicas como la capacidad de caminar, sentarse o cabalgar.

Este hombre no era otro que el Santo de la Iglesia, Tomás Pepe Del Monte. Si su cuna fuese menos noble habría muerto y hubiera sido un desperdicio, pero su padre había conseguido salvarle de la ira de la Inquisición al nombrarle Santo. Aunque a día de hoy sigue siendo un título que ostenta, muchas han sido las veces en que el obispo provincial de la Iglesia ha discutido con Don Rodrigo, para pedirle que controle a su hijo. Todas sin éxito.

Ah, lo siento, está en los vahídos que rodean las murallas de Pilaia. Esta es una zona más abierta y un poco más modesta, las casas con techos de paja y tejas, los muros de madera y yeso que muestran sus fachadas llenas de moho. Aún se ven por aquí y por allá algunos guerreros con resaca, corriendo apresuradamente al torneo que realiza hoy la casa Del Monte. Pero una figura destaca, es un hombre y un niño, un santo y un pecador, caminando por entre las calles va Tomás Pepe, acompañado de su inseparable cabalgadura, Horsefrillos.

Su Santidad, llevando la armadura de cota de malla concedida por la Iglesia, ostenta un porte que le hace honor a su sangre y a su título. A su vez, la cota remarca los músculos de su fornido cuerpo. Lleva una funda de espada, pero es imposible determinar si ha olvidado la espada o simplemente la ha arrojado en algún momento durante su paseo. Su capa larga va barriendo el campo y su pelo grasoso le cae por sus sienes. Solo al detenerse en su mirada ausente, serías capaz de ver que donde sea que se encuentre la mente de Tomás no es en Gâia, y desde luego no en la próspera Pilaia. Su sonrisa infantil decora su rostro y va meneando la cabeza distraídamente.

Por otra parte, el imponente corcel que le acompaña es de pelaje oscuro y crines grises. Sin duda alguna, un percherón pura sangre. La silla de montar y el freno son de una factura finísima, a pesar de ello no lleva ni placas ni lienzos que realcen la posición de su dueño. Esto debido a que Tomás en persona lo ha prohibido terminantemente, pues limitaba e incomodaba a su fiel compañero.

Esta mañana ha tenido una urgencia y ha hablado con su amigo Tomás, cuando este volvió de la misa. Ahora mismo, los aldeanos observan impotentes como el Santo pasea su caballo por las calles y sus patios, mientras este evacúa todas sus necesidades por el camino. Algunos incluso se preguntan para sus adentros ¿Qué come ese caballo para dar tanto de sí?