— ¿Por qué estamos aquí? — Tomás habló a Octavo, mientras este guardaba el instrumental y desechaba los apósitos.
Octavo quedó en silencio, recordando las palabras de Don Rodrigo de aquella tarde. Victra aún reposaba, acostada en la manta sucia del suelo, y Hilda miraba por la pequeña ventana, tratando de oír el movimiento de los kushistaníes.
— Lo que me dijeron de una excursión por Abel, no era cierto, ¿no? — Tomás insistió, buscando los ojos del clérigo. — ¿Por qué estamos aquí?
— Tu padre nos envió a recoger un paquete, algo importante para la guerra que se cierne sobre el país. — Hilda habló mientras seguía atenta al exterior. — Lo más probable es que el capitán sea el único que sepa al respecto en esta base, y probablemente a él le encargaron el entregárnoslo. No creo que nadie esperase que todo sucediera de esta manera, pero es lo que es.
Mientras acaba de hablar, sacó su espada y su piedra de afilar de la suerte. Sentada en el suelo, se empezó a escuchar el ruido rasposo de la piedra contra el metal.
Octavo miró a Tomás y asintió, confirmando las palabras de la guerrera.
— Estoy acostumbrado a que mi padre no confié en mí, pero gracias por confiarme la verdad. — Tomás se fue a recostar contra una pared, con la cabeza apoyada contra la pared y los ojos cerrados. Aún le dolía un poco la cabeza, después de esa extraña visión.
Octavo sacó sus Escrituras y fue a recitarlas en una esquina. Estuvo un buen rato acompañado por el sonido monótono de la piedra de afilar, cuando acabó se dirigió a Hilda y Tomás.
— ¿Creéis que Victra me deje hablar la próxima vez? Tomás, ya has tenido bastante por hoy y Victra no está condiciones de mantener una charla, ya habéis visto como explotó antes. — Se miró las manos y las apretó un poco. — Quizá, quizá un hombre en hábito pueda persuadirle más.
— Puedes intentarlo, princesa, pero si se pone chulo esta vez sí que voy a atravesarle la frente con mis flechas. — Victra le miró desde el suelo, medio incorporándose. Se llevó la mano a la herida, pero después bajó de inmediato al seguro de su ballesta. — Menos mal que la pusiste de vuelta, estaría de muy mal humor de lo contrario.
— Imaginé algo por el estilo. ¿Mejor?
— Lo suficiente para querer largarme de este sucio castillo de una vez. ¿Podrías preguntarles a qué hora se dignará el Terrateniente a invitarnos al té y las galletas?
— ¿A quién?
— A los guardias que están tras la puerta, ¿no los habías notado? Respiran como gorrinos.
Octavo se acercó a la puerta, pensó en abrir pero se contuvo y la tocó un par de veces.
— ¿Sí? — La voz cansada de un hombre entrado en años llegó desde el otro lado.
(Así que en verdad pusieron guardia.) Octavo pensó para sus adentros, ofendido de tal trato a alguien como Tomás. Decidió ignorarlo, al menos de momento.
— ¡Oigan, el Santo no tiene tanto tiempo! Necesitamos hablar con su jefe, debemos seguir nuestro camino.
El soldado abrió la puerta, dejando ver su rostro enmarcado por una poblada barba.
— El capitán ahora mismo está sulfurado con lo que ha hecho... — hizo un gesto, señalando hacia dentro, a Victra. — Dice que deberán pasar la noche aquí. Que mañana os dará lo que debe daros y podréis iros.
Tomás y Hilda miraron a Victra, que desvió la mirada azorada.
— Nos estaba amenazando. — Victra murmuró por lo bajo, tratando de no hacer contacto visual con nadie.
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Anima: Beyond Memeverso
FanfictionAdaptación a literatura de las aventuras descritas por @DayoScript en su partida de rol, en la que participan @EvilAFM, @ChioUyuni, @Felipez360 y @LynxReviewer.