Acto 8: La Salida Triunfal

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Pilai duerme todavía, Tomás fue llamado por el servicio y entraron dos siervos para asistirle en la preparación de su persona. Mirando por los ventanales del balcón constató que apenas rompía el alba y se resistió a levantarse.

— Señor, por favor. Don Rodrigo a ordenado que le hagamos bajar para desayunar una última vez con usted.

— ¿Una última vez? — Tomás saco la cabeza del edredón y dio una mirada confundida al hombrecillo. — ¿Padre va a alguna parte?

— ¿Eh? No, señor, parte usted en su peregrinación. Hoy comienza el viaje que se le había preparado. ¿No recuerda usted nada al respecto, señor?

— ¿Me voy de excursión? — Tomás casi saltó de la cama y comenzó a ponerse apuradamente sus ropas. — No sabía que iba a pasear a ningún lugar, ¡vamos, no quiero que me castiguen por llegar tarde al desayuno!

— ¿Excursión? Señor no sé yo... — El otro siervo le dio un codazo a su compañero y le hizo un gesto con la mirada, mientras pensaba que Abel iba con ellos aquella mañana. — ¡Por supuesto, señor! Ya verá como disfruta usted del viaje.

Tomás iba a salir de inmediato, pero los siervos le forzaron a volver a su habitación pues no había manera en que Rodrigo no mandara a degollarles si su hijo se iba por ahí medio vestido. Una vez que lograron prepararles una muda adecuada, salió dando un pequeño trote, mientras sonreía infantilmente a todos los que se encontraba por el camino. Aunque su saludo no era muy correspondido, pues el servicio temía que el Santo desatara otra de sus peculiares travesuras con cualquiera de ellos.

Así llegó al comedor, en ese gran salón halló a sus padres a la vera de una enorme mesa. Tomás no recordaba haber visto la mesa realmente llena nunca, pues los banquetes eran celebrados en otro salón con mesas separadas por grado de nobleza, pero siempre le parecía divertido ver la imagen de tres personas comiendo en una mesa innecesariamente grande. De la misma forma, la mesa tenía demasiados alimentos servidos para las pocas bocas que iban a alimentarse del festín.

Don Rodrigo estaba totalmente preparado y listo, cualquiera diría que ni siquiera había dormido esa noche pues tenía ya toda su indumentaria para afrontar el tedio diario de sus labores. Incluso llevaba puesta la gruesa capa, unida por botones de oro a su traje regio, y la tiara corona que llevaba el día anterior.

La madre de Tomás, en su eterno porte de luto, lleva un traje distinto al de la noche anterior. Su escote cuadrado y el vestido elegante, junto con el moño apretado que llevaba, le hacían ver como si tampoco hubiese tomado sueño aquella noche.

Ambos comen de manera recatada y lenta, mientras soportan el silencio que les hace compañía en la mesa.

— Tomás, ¿piensas pasarte todo el día ahí? Vamos, siéntate.

Don Rodrigo dio una mirada a su hijo mientras le dirigía esas palabras.

Tomás hizo lo que le ordenaban y se acercó a la mesa. Antes de tomar su lugar, le dio un rápido abrazo a su madre, ella puso su mano en el brazo de su hijo y lo apretó suavemente, dejando salir un ligero suspiro. Después de esto, el santo siguió su rumbo y se sentó al otro lado de Don Rodrigo.

— Hijo, hoy vas a comenzar con tus deberes como santo de la Iglesia. Espero que estés preparado para esta sagrada misión.

Tomás se encogió de hombros, totalmente perdido y sin entender de qué le están hablando. Viendo eso, Don Rodrigo azotó fuertemente la mesa y las copas y fuentes temblaron con el golpe, mientras Tomás daba un ligero respingo.

— ¡¡Esto no es una broma!! Encarnarás a la Sagrada Iglesia de Abel, serás la voz de Dios en todo Argos. Con la guerra a punto de estallar, la gente necesita algo en lo que creer, necesita fe. Contamos contigo para que cumplas tu labor, mientras los soldados, los hombres e incluso yo mantenemos el frente de batalla, tú deber es mantener vivo el espíritu de los campesinos y mercaderes, y de todos aquellos que mantienen vivo el movimiento en el país. ¿Comprendes, José?

Anima: Beyond MemeversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora