Acto 7: Una misión y un destacamento desnivelado

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La casa Del Monte. Esta mansión comienza a ser repetitiva, oidor. No me gustan los escenarios repetitivos, ni las galas fingidas como las de esta casa. Esas columnas demasiado labradas, los estilos barrocos de los muros, los cuadros de conquistas y misiones marítimas y las esculturas con motivos religiosos. Todo esto muestra exceso de dinero, falta de autoestima o una combinación de ambas. Siempre que paso por sitios así, no puedo evitar notar como se enrarece mi esencia. Como sea, aquí estamos de nuevo. El olor a muerte aún pasea por los pisos superiores y la mancha de sangre en el salón balcón del segundo piso se ha adherido al suelo.

Hilda está mirando con atención las estatuas labradas con exceso de detalles, preguntándose cuanta comida se puede comprar con lo que se han gastado en esculturas inútiles estos hombrecillos. Llevada a través de muchos pasillos y estancias, Hilda empezaba a preguntarse para que la llamarían a este lugar.

Cuando llegaron, a Tomás lo estaban introduciendo a la mansión pudieron seguir su camino hasta que, en un momento, el grupo que le cargaba fue ordenado a desviarse para llevarlo a reposar mientras le trataban. Octavo, a pesar de sus quejas, fue obligado a seguir la comitiva donde iba Don Rodrigo acompañado por su campeona.

Se introdujeron a una estancia más grande, con ventanales que daban a los jardines internos. Dentro encontraron a una chica pequeña, envuelta en su capa oscura y su aura peligrosa, sus ojos verdes que atravesaron y evaluaron a los tres antes de que acabaran de entrar siquiera. Estaba sentada cerca de las ventanas, en una silla simple sin tejidos ni almohadines.

— Levántate.

Victra hizo lo que se le ordenaba y miró a Rodrigo, molesta e incómoda por la compañía que no esperaba. Especialmente la del sacerdote, una guerrera daba igual, pero los supuestos "hombres de Dios" se desvivían por supersticiones que no soportaba oír.

— ¿Qué está pasando? — Ya había retrasado demasiado la salida, su impaciencia se filtraba en su voz. Ciertamente, está desesperada por volver por el pago de su misión.

— Este es el destacamento.

Los ojos verdes se desviaron de nuevo a los acompañantes de Rodrigo, confundida. Esta vez no buscó indicios de armas ocultas o intenciones de atacar, se concentró por primera vez en los rojos ojos de la gigante y la tímida mirada del clérigo. Hilda y Octavo mostraban claras señas de que tampoco habían oído nada sobre lo que se estaba diciendo en esa sala.

(Pensé que esto era serio... ¿Una rata supersticiosa y un gorila?) Victra pensó eso tras evaluar a los otros dos, tras eso devolvió la mirada a Rodrigo. Estaba tratando de no ceder a su impaciencia y permanecer en la habitación, el recuerdo del pago le ayudó a tranquilizarse, por ahora al menos.

— Del Monte, sabes que siempre trabajo sola. Si no fuera por el precio que pusiste, me habría largado de esta cloaca antes del amanecer. ¿Ahora me dices que este es el destacamento? Esto solo parece una troupe de comediantes. ¿Vas a mandarme como la malabarista de este circo?

Octavo no mostró el más mínimo efecto a las palabras de aquella mujer, no era ajeno a la opinión que tenían algunos descarriados sobre los servidores de Dios y su mente estaba con Tomás y sus heridas. Hilda pareció tomárselo más personalmente, pero ante todo era una soldado y no iba a romper filas hasta que su señor diera la orden. Del Monte por otra parte, parecía tranquilo ante el exabrupto de la chica, casi parecía nostálgico al oírla. ¿Hacía cuanto no había escuchado una oración entera salir de esa boca?

Viendo que Rodrigo no se inmutaba, Victra continuó.

— Tengo una mejor idea, como quieres que me infiltre en Ribera, llevaré barriles de pólvora en una larga fila de carromatos y los haré estallar a las puertas, después prenderé mi capa en llamas y correré por la calle central dando alaridos. ¡Seré menos visible haciendo eso, que yendo a la otra punta del país con una mujer de dos metros y este monaguillo asustadizo!

Anima: Beyond MemeversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora