Acto 10: Una noche de unión

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¿Oidor? Vaya, pensé que habías sucumbido a la muerte antes de tiempo. Menos mal, no quería que me dejaras a medias con la historia. Vamos, levanta, ya amanece en Argos y es necesario que miremos sobre ellos. ¿Los que trataban de capturar mi esencia? No volverán a respirar, el mar les ha arrastrado hasta los abismos del océano. Bien, escucha.

Al romper el alba sobre Llanoverde, no hay casi rastros de la tormenta del día anterior. Alguna nube rezagada, bañada en los tonos naranjas del sol, queda sobre la extensísima llanura. ¿Sabes, oidor? Las mañanas en este campo son idílicas, las aves anuncian la mañana mientras meneo las corrientes de aire entre los árboles que se esparcen por aquí y por allá, como pequeñas motas esparcidas por un lienzo. La noche fue tranquila para nuestros héroes y ahora mismo comienzan a levantarse.

Cuando Victra salió de su tienda, el cielo aún tenía retazos de oscuridad y la luna se podía observar con un tono tenue, mientras se acercaba lentamente al horizonte. Observó las tiendas de sus compañeros, pero no oyó ningún ruido proveniente de ellas.

(¿No han despertado? Dios, estos me van a estorbar todo el viaje. ¿Debería levantarlos? Quizá sea mejor si les dejo un poco más, al final y al cabo, no me sirven si no están en condiciones de cabalgar. ¿Por qué debo cargar con una panda de niños?) Victra comenzó un monologo interno para desahogar su frustración, mientras comenzaba a moverse.

Se subió al árbol que le dio cobijo toda la noche y oteó al horizonte, mirando los alrededores. Cuando se cercioró de que nadie venía, bajó y recogió su tienda. Volteó a las otras carpas, asombrada de que no se hubieran ni inmutado ante todo el ruido. Se dedicó a juntar ramas y preparar una hoguera, mientras esperaba.

Para cuando Octavo se levantó, una pequeña columna de humo se alzaba donde antes estaba la tienda de la asesina. La chica estaba junto al fuego, acabando su ración de la mañana y manteniendo viva la hoguera. Miró al chico de quevedos, con luces reflejándose por todo su fleco plateado, y arrugó un poco el morro cuando, Octavo, se quedó ahí de pie.

— ¿Estás disfrutando de la estancia? ¿Piensa el señor vacacionar aquí hasta la siguiente luna? — Un pequeño ruido de confusión salió de la boca de Octavo, mientras ladeaba la cabeza con confusión. Pasados unos segundos comprendió a que se refería.

— ¡Oh, sí, claro! ¡Lo siento muchísimo, Victra! ¡En seguida lo tendré todo listo!

Octavo ni siquiera se paró a desperezarse, dio una media vuelta y soltó con rapidez y premura su tienda. Ante el ruido, Horsefrillos se sacudió un poco y se acercó un poco más a Tomás, quien había descubierto sus pies fuera de la manta en algún momento de la noche. Sacando la lengua y abriendo un poco la boca, el corcel comenzó a mordisquear suavemente los pies del Santo.

(Hola.) Ese mensaje fue lo primero que recibió Tomás al tener conciencia de sí mismo, lo segundo fue una pegajosa sensación en sus dedos y lo tercero fue el dolor de sus músculos agarrotados por dormir en el húmedo suelo.

Tomás dio dos vueltas ofuscado, su plan para este día comenzaba a las doce y además estaba acostumbrado a ser llamado suavemente por su servicio. Así que trató de enrollarse en su cobija y seguir durmiendo un rato más.

— ¿Fuego? ¡¡COMIDA CALIENTE!! ¡¡A COMEEEEEEEER!!

Un recuerdo rápido cruzó por la mente de Tomás. Una arena improvisada, una mujer enorme y una vara yendo directo a su frente. El sueño se espantó rápidamente y se incorporó. Viendo a Tomás listo para partir, Horsefrillos patino sus pies hacia atrás para darle espacio. Al salir fue recibido por Octavo, quien le ofreció ayuda para desmontar la tienda mientras Hilda ponía a calentar las raciones de comida.

Anima: Beyond MemeversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora