Acto 14: El asalto de Ribera

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Al anochecer llegaron a las afueras de Ribera. El sol todavía descendía, ocultándose tras la Cordillera de Reiz que dejaban a sus espaldas, pero la luz en aquella llanura era exigua. Cuando el grupo pensaba en Ribera, la ciudad fortificada, desde luego no habían imaginado algo así. Era apenas más grande que un pueblecito, con una muralla hecha de troncos gruesos, pero de solo unos tres metros de altura. Fuera del muro no había casas, y las construcciones son humildes.

Conforme el grupo se acercaba, fueron notando cosas fuera de lugar. Tal como lo había mencionado don Rodrigo, la ciudad se hallaba bajo asedio cuando partieron de Pilaia. Pronto notaron la puerta que no estaba abierta, como parecía a la distancia, si no derrumbada y con los postigos rotos. Dentro se observan destacamentos moviéndose de un lado a otro por la ciudad.

Como se veían las cosas, el asedio había pasado a toma de la ciudad. Si tenían suerte, el ejército de Argos y el paquete estarían aún resguardados en el castillo de Ribera.

No podían contabilizar el número de soldados ni llevaban banderas, pero desde luego no eran de Argos y tampoco estaban especialmente interesados en Ribera como tal. Las casas parecían relativamente intactas, y no había signos de incendios recientes.

El grupo contempló todo desde la distancia, mientras planificaban como entrar. El pueblo no era su problema, solo debían acercarse al castillo. ¿Había alguna manera de llegar directamente y con seguridad hasta ahí? Desde luego, entrar por la puerta principal dando aullidos ya no parecía una opción plausible.

- Victra, ¿Qué vamos a hacer? - Octavo susurró, buscando los ojos de la asesina mientras un temblor leve recorría su cuerpo.

Tomás estaba también absorto. Su temblor era más notable, mientras algo en su interior le decía que este viaje no era realmente un paseo.

Victra decidió que lo mejor era acercarse sola primero para echar un vistazo, moción que fue apoyada por Hilda que no había quitado la vista de la muralla pequeña en ningún momento. Se acomodó su pañuelo a la altura de la nariz, y se cubrió bien con su capa.

- Quedaos aquí, iré a la muralla, revisaré la situación y volveré con un plan. No os mováis, pero estad preparados para huir.

Como la noche anterior, el grupo se quedó resguardando a su caballo y la miro partir. La aceleración hacía que la capa se extendiera, cuando estuvo lo suficientemente lejos pareció como si la sombra de un ave se proyectara con la luz del ocaso.

Cuando Victra se acercaba al muro, oyó una voz que habló como si estuviera retumbando desde su interior.

(¿Eres tú? No puede ser, te vi morir. No... es-) Una voz aguda, suave y astuta llenó su cabeza.

Victra se desaceleró su carrera, y se llevó la mano a la ballesta, mirando nerviosa a todas partes. No había nadie cerca, estaba segura de que estaba sola.

(¿Me estaré volviendo loca? ¿Qué rayos me pasa?) Victra no pudo evitar los cuestionamientos instintivos, pero sacudió la cabeza con fuerza. (No, no importa. Da igual, la misión es lo primero. Recuerda, Victoria, un día a la vez. Sobrevive, un día a la vez.)

Volviendo en sí, siguió corriendo en sigilo hasta la muralla. Mientras llegaba, meditó en la voz que había oído. Nada. No la conocía en absoluto, era una voz masculina de algún fulano, pero ¿Por qué la oyó? ¿Cómo?

Ya daba igual, estaba al pie del muro de troncos afilados, al otro lado oía de vez en cuando el ruido de pasos de algunos destacamentos que patrullaban los alrededores.

Miró al grupo antes de sacar su equipo de escalada, Tomás saludaba tontamente desde la distancia, hasta que Hilda le detuvo llamando su atención con un golpe en la parte de atrás de su cabeza. Poniendo los ojos en blanco, lanzó el garfio y consiguió encajarlo en la unión entre dos de los troncos. Subió con facilidad y desde la altura logró aterrizar en un tejado que estaba cerca, se movió con cuidado y echó un vistazo.

Anima: Beyond MemeversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora