Arcano 2: La sacerdotisa

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El director indicó que faltaba un minuto para salir al aire. Frieda se ubicó en su lugar e inspiró con fuerza, para soltar el aire despacio.

El estudio tenía la ambientación típica de los shows de la mañana: un juego de sillones con un par de columnas y una especie de cortinado de fondo. Se sumaba, en un costado, una cocina equipada y, al otro extremo, espacio para alguna demostración de fenómenos locales o el numerito con playback de algún cantante de medio pelo. Ella solía pasar tanto tiempo grabando, que incluso se encontraba en sueños en ese lugar. Pero nunca se quejaba.

Había días en que todo eso la enorgullecía. Aquel era su santuario.

Había otros días en que se sentía asfixiada. Esa era su cueva, el antro que la había tragado y no la soltaba.

Uno de los asistentes le encajó en la mano las tarjetas con las publicidades y el orden de las notas a presentar. Frieda no se movió, mientras la maquilladora le daba los últimos toques en la cara. La cuenta atrás se acercó al uno, cuando la luz de «aire» se encendió.

La conductora apretó las tarjetas en su mano y sonrió como cada día, dando su saludo a los espectadores.

Estaba sola de aquel lado, sentada en aquella butaca ridícula que desentonaba con el resto del lugar y escoltada por la estatua de un gran felino indistinguible (puma, jaguar, lo que sea, había dicho el director).

—¡Bienvenidos a Frieda en la mañana! Hoy, como siempre, con las mejores noticias y el entretenimiento para empezar la semana. Para este lunes, tenemos a los equilibristas del...

Ella continuó hablando de las maravillas que podían hacer los acróbatas que esperaban detrás del decorado, tratando de ignorar que las indicaciones en el auricular en su oído izquierdo habían cambiado, del ritmo normal a una marea de gritos agitados. En el balbuceo de excitación de su joven productor, la conductora imaginó de qué podía tratarse. Una cadena nacional del presidente, anunciando que, en realidad, formaba parte de una raza de reptiles espaciales. O una noticia de último momento, con algún hallazgo criminal hiper-sangriento.

De inmediato, su experiencia le dio la pauta a seguir. Era su imagen la que estaba al aire, no la de esos niños que jugaban a manejar los hilos de su programa.

—...pero primero, vamos a dar lugar a una interrupción. Luego estaremos con ustedes —alcanzó a decir, como si todo formara parte de la rutina preparada y no estuvieran los guionistas del show tirándose de los pelos detrás de cámaras.

Apenas la luz de aire se apagó, Frieda se arrancó el auricular y lo tiró al suelo. Estaba harta de las órdenes de aquellos mocosos incompetentes que bien podrían ser sus nietos. Iba a gritarles sus verdades, cuando se dio cuenta de que debía guardar su voz para las cuatro horas en vivo que le quedaban ese día. Sin contar las del resto de la semana.

Con un suspiro, se sentó en la butaca de nuevo, mientras la maquilladora se le acercaba con cautela con su brocha. Un técnico se le sumó, para probar que todavía funcionara el aparato junto a sus pies y volver a colocárselo en la oreja.

Ella intentó concentrarse en algo que le quitara el malhumor. La razón de su interrupción podía ser interesante. En especial, si ella debía comentar algo sobre eso después. Sabía que los guionistas le pasarían a la producción una serie de frases que la salvarían; sin embargo, prefería saber de qué estaba hablando.

«A ver, ¿qué será? ¿Presidente reptil o flash informativo sangriento?» apostó, consigo misma, a la vez que espantaba de un manotazo a la joven que le cubría la cara de polvo compacto y se levantaba de nuevo del asiento.

Se acercó al monitor y vio que no se trataba de una cosa, ni de la otra. Era una noticia, sí. Pero sobre algo que la hizo ponerse colorada, hasta las orejas.

El Tarot de Madame CeyeneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora