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En cuanto veo que el sol comienza a salir, me levanto de inmediato de la cama para ir a desayunar, mientras voy caminando, paso por delante de un espejo y me doy cuenta que tengo unas enormes ojeras, gracias a que me dormí demasiado tarde esperando la llamada de Sidney, en cuanto la recibí y me dio una muy buena noticia, resultó más imposible conciliar el sueño. Cada momento me despertaba sintiendo el estómago revuelto e imaginando todos los posibles escenarios de lo que podría ocurrir cuando nos volviéramos a ver.

Sentado en el comedor me pongo a observar todas mis redes sociales esperando poder distraerme un poco hasta que den las nueve e irme a la cafetería. Lo único que hago es pasar el pulgar por la pantalla y no prestar nada de atención a lo que encuentro en ella, solo hay una cosa en mi cabeza.

El auto sigue avanzando sin ningún destino, porque no sabemos a donde nos dirigimos, solo disfrutamos la tranquilidad que nos acompaña en la gran noche.
   
—Detén el auto —pide Lía.

La miro sin entender la razón de porque lo dijo, pero de inmediato me estaciono, ella no espera a que apague el motor y baja como si tuviera prisa, de manera rápida, la sigo intentando averiguar qué es lo que tanto le llama la atención o la razón de porqué nos encontramos aquí.
   
Mi sonrisa de tonto enamorado aparece en mi rostro en cuanto la veo tirada en el suelo rodeada de girasoles. Saco mi celular del bolsillo del pantalón para tomarle una foto de esa manera, pero en ese momento se mueve, haciendo que salga borrosa. Lía al darse cuenta que me encuentro ahí, mueve su mano derecha indicando que me acueste a su lado. Observo hacia los lados para verificar si no se encuentran personas cercas, el reloj marca las tres de la mañana, así que la respuesta es más que obvia.

De nuevo nos encontramos tirados en el suelo, pero ahora rodeados de girasoles y sin una sola persona acompañándonos, logrando que todo se sienta distinto y mejor.

Lía se apega más a mí para colocar su cabeza en mi pecho, lo que le permite escuchar como mi corazón se acelera de la emoción de encontrarme en esta situación y aunque intente controlarme, es imposible al tenerla tan cerca de mí.

Doy el último trago del licuado que tenía en el vaso y me levanto de la silla para empezar a arreglarme para la cita (o reunión) que estuve esperando durante largos meses. Entro a la ducha dejando que el agua caiga sobre todo mi cuerpo, aún pensando en los mejores ojos color grises que una vez en mi vida puede ver.

Una hora después me encuentro listo, solo falta peinar mis rebeldes cabellos que aunque intente hacer de todo para que se comporten no lo logro. Voy a cumplir la media hora de intentar controlar mis rulos, pero me rindo, los dejo quedarse como quieren luego de recordar que a Lía le encantó agarrarlos y los despeinaba cada que tenía oportunidad.

Observo la hora por enésima vez en el celular, en cuanto me doy cuenta que falta una hora para las diez, tomo las llaves colgadas en la pared y salgo del departamento soportando las inmensas ganas de vomitar, diciéndome muchas veces que las cosas saldrán muy bien, que no va a existir ningún problema, pero es imposible creérmelo ya que si Lía se había ido sin decirme cómo encontrarla ¿por qué iba a querer verme de nuevo? Esa pregunta me atormenta a cada instante y estoy a casi nada de averiguar la respuesta, lo que logra hacer que los nervios aumenten el triple. Son mucho peor que cuando me presenté por primera vez en un concierto, ahora se encuentran como nunca antes los había tenido.

Detengo el automóvil en el estacionamiento frente a la cafetería y en lugar de que el silencio gobierne el carro, son mis pensamientos quienes toman el control al imaginarme todas las cosas que podrían salir mal.

¿Dónde estabas en la mañana? ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora