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Le beso en la mejilla y a él parece hacerle cosquillas porque ríe.

—¿Qué más quieres hacer por nuestro aniversario de un año? —susurra en mi oído mientras vemos los coches pasar de forma rápida frente a nosotros.

—Sabes que no me gusta lo ostentoso —le susurro contra su mejilla haciendo que mi cálido aliento le ponga los pelos de punta —Con estar contigo me conformo. Como si quieres ir al fin del mundo —me separo de él y abro los brazos mientras giro.

—Eres una payasa —ríe viéndome apoyado en esa pared llena de graffitis.

—Una payasa que te ama —me acerco a él y junto nuestros labios.

Posa sus manos en mi espalda baja y me aprieta contra él mientras yo tengo ambas manos a cada lado de su cara.

—Ven. Vayámonos a un sitio —separa mis labios de los suyos y entrelaza nuestras manos.

Para un taxi y le dice la dirección en el oído para que no me entere.

—Eres un tonto —me quejo con una risa cuando el conductor empieza el trayecto.

—Un tonto enamorado —ríe y envuelve mis hombros con su trabajado brazo. Juega con mis manos y yo río. No puedo parar de reír porque soy tan feliz.

Veo como el conductor nos mira con una sonrisa a través del espejo. De seguro le recordamos a alguien.

—Espero que no sea un sitio muy lujoso. Sé que tu puesto de trabajo es de niño rico. Pero mira mis pintas —suelto una mano y me señalo —Llevo unos vaqueros rotos, una camisa de tirantes roja que parece de mercadillo y una chaqueta de cuero con botas cutres.

—Estás perfecta para mí. Pero no te preocupes —coge mi mano —Sigo siendo el mismo chico humilde que conociste. Vengo del mismo sitio que tú —me recuerda.

Suspiro y apoyo mi cabeza contra su pecho. Me siento completa.

Paramos frente a un sitio con muchos colores y al bajarnos. Estamos en un muelle y la feria en éste.

—Bienvenida a la feria de mi infancia —me rodea mis hombros con su brazo.

—Me encanta. Vamos —empiezo a andar y dejamos atrás el taxi.

—Vístete arreglada —me dice Manuel desde abajo.

Me miro en el espejo y parece que tengo 40 en lugar de 25.

Llevo una asquerosa falda de tubo burdeos con una blusa blanca. Ni que fuera a hacer negocios con mi novio. Esto quería que me pusiera. Que se vaya al carajo.

Me arranco la falda y la blusa y camino hacia mi armario.

Observo en mis vaqueros y chaqueta de cuero un instante. Hace tanto tiempo que no me la pongo.

Sacudo la cabeza y me cojo el vestido blanco de encajes con tacones negros.

Pienso durante un momento en coger la chaqueta de cuero. Pero solo un momento. Al segundo cojo mi abrigo negro. Ese que me regaló su madre por mi anterior cumpleaños.

Al bajar, lo veo con un traje de chaqueta. Tan distinto a nuestros últimos dos aniversarios.

—¿Y lo que te dejé? —frunce el ceño.

—Tengo 25 años Manuel, no 40 —pongo los ojos en blanco y salgo fuera de la casa.

Me monto en el coche y Manuel tarda unos minutos en montarse en la parte del piloto.

—¿A dónde vamos? —le pregunto. Y por un momento pensé que no me iba a responder como las otras veces.

—Ya te dije que a nuestro restaurante favorito —pone los ojos en blanco.

—¿Y ya está? —frunzo el ceño —Además, ¿por qué vestirme elegante entonces?

—Mañana tengo que levantarme temprano Laura —murmura.

Abro la boca y luego la cierro inmediatamente.

—Eres increíble —susurro mirando por la ventana.

Paramos frente un italiano y uno que está en la puerta, me abre para que salga del coche.

Lo scugnizzoleo en voz alta cuando se pone a mi lado.

—¿Te gusta? —me pregunta.

—¿Desde cuando es mi restaurante favorito el lugar que me trajiste con tus padres? —frunzo el ceño mientras nos ponemos a hacer cola para que nos guíen a nuestra mesa.

—Me dijiste que te gustó —frunce ahora el ceño él.

—Gustar es una cosa y otra que sea mi favorito —susurro y me callo cuando llegamos frente a la recepcionista.

—Reserva a nombre de Manuel Martínez —dice a la joven chica. Tendrá más o menos mi edad.

—Claro, síganme —sale de ahí y empieza a caminar a través de las mesas hasta llegar a una en el centro —Enseguida viene un camarero con las cartas. Que tengan una buena velada —se retira.

Me siento en mi silla al igual que Manuel y miro todo lo que nos rodea. En serio que me están entrando unas ganas horribles de llorar.

—Buenas noches —se acerca a nosotros un joven camarero —Aquí tienen las cartas —nos da una a cada uno —¿Saben ya qué desean beber?

—Traiga una botella de Chianti Superiore —no eleva la vista de la carta.

—Enseguida —se retira.

Bajo la vista a la carta y la abro. La verdad es que se me quitó el hambre completamente.

Trae el vino y lo sirve. Espera atento a nuestro pedido.

—Solo una pizza de champiñones —murmuro entregándole la carta.

—¿Nada de entrante y primero? —me pregunta Manuel.

—No tengo ganas de comer —me excuso.

—Bien. Yo una sopa de mejillones, luego el plato del día y al final lubina con ensalada —pide todo eso.

—Muy bien —termina de anotar el chico y se marcha.

—¿Ahora me dirás qué te ocurre? —me pregunta —Llevas todo el día quejándote.

—Será porque veo que es el único momento que puedo aprovechar ya que nunca estás. Es increíble que no sepas cuál es mi restaurante favorito —elevo la voz y al darme cuenta, la bajo —Y no lo sabes porque no eres capaz de anteponer a tu mujer a tu trabajo.

—Que yo sepa, no estamos casados —escupe eso en lugar de disculparse.

—Pero soy tu novia. Y créeme que a este paso sí que no pasamos por el altar nunca. Juntos desde luego que no —suelto y él me mira con el ceño fruncido.

—¿De qué hablas? —me pregunta y me pone nerviosa que no se entere de nada. Quiero lanzarle algo a la cabeza. Lo primero que pille está bien para mí.

RecupérameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora