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Toco el timbre y el silencio sepulcral de las 3 de la mañana, hace que se escuche por todo el bloque.

Escucho como alguien tropieza con alguien y maldice.

—¿Quién narices llama a las 3 de la mañana?  Mañana tengo que madrugar —escucho que dice antes de abrir la puerta —Laura —exclama sorprendida.

—Natalia —la abrazo fuertemente sin poder evitar el ponerme a llorar de nuevo.

—¿Qué te pasa Lau? —me susurra y a la vez acaricia mi pelo.

—¿Puedo quedarme aquí? —le pregunto hipando.

—Es tu apartamento. Claro. Pasa —me permite y tiro de mis maletas. Ella me ayuda.

Cierra la puerta y enciende la luz haciendo que parpadee unas cuantas veces para acostumbrarse.

—Bien. Te pediría que me lo contases ahora pero se ve que necesitas dormir y la verdad es que yo también —habla —Así que ambas vamos a descansar y mañana me cuentas todo con pelos y señales ¿de acuerdo?

—Okey —le sonrío a mi hermana pequeña.

Me guía a una de las habitaciones vacías dejando mis maletas en ésta.

—Descansa —me pide.

—Gracias por dejarme quedarme aquí —murmuro sentándome en la cama.

—Eres mi hermana y no voy a dejarte en la calle —ríe.

[…]

No pego un ojo pensando toda la noche cómo sentira Manuel la cama vacía sin mi, si me echa de menos, si se arrepiente, si tampoco ha podido dormir.

Me levanto de la cama con repulsión. No hay cosa que me dé más coraje que estar dando vueltas en una cama durante toda la maldita noche, o más bien, madrugada.

Pobre Nati, estará agotada.

Me cambio la ropa y me pongo unos simples vaqueros con una sudadera holgada y nada de maquillaje. Ando descalza camino a la cocina. A ver si no cambió todo de como se lo dejé.

Encuentro el café y me hago uno bien cargado. Y cómo no. El olor del café sigue despertando a mi hermanita.

—Buenos días —la veo salir toda despeinada de la que era mi habitación con una sudadera XXL y solo calcetines en los pies.

—Buenos días —le sonrío —¿Café? —le pregunto cuando pasa a mi lado para ponerse unas tostadas.

—Claro. Pero con leche y azúcar —lo dice como si no hubiera vivido 20 años con ella —¿Tostada? —me pregunta.

—¿Tienes mermelada? —le echo las dos cucharadas de azúcar en una taza rosa con un unicornio.

—Creo que sí —camina a la nevera y la abre —Sí —saca el bote de mermelada de melocotón.

—Entonces sí —ella asiente y mete mi pan.

Saco la mantequilla del frigorífico y me siento en el taburete a esperar las tostadas.

—¿Qué pasó? —se atreve a preguntar apoyando su cadera en la encimera.

—Lo dejé con Manuel anoche —me encojo de hombros y muerdo mi labio inferior con fuerza para no volver a llorar como toda la maldita noche.

—¿Qué pasó? Se os veía tan perfectos —murmura.

—Que la perfección no existe. Simplemente se cansó de mí.

—¿Te engañó? —chilla.

—No que yo sepa —me encojo de hombros —Solo que la mierda era más importante que yo —me tiembla el labio inferior y tengo que volver a morderlo.

—Lo siento mucho Lau —estira su mano y me aprieta la mía cuando la dejo sobre la suya.

—Antepuso su trabajo a mí —cae la primera lágrima.

—Es un imbécil y lo vas a olvidar —asegura mientras se acerca a mí y me envuelve con sus brazos —Te quedarás aquí siempre. Sigue siendo tu apartamento.

—Te lo regalé —le recuerdo contra su pelo.

—Pues te lo devuelvo —se separa de mí y seca mis mejillas —Cambiemos de tema —toca dos palmadas y se va hacia la tostadora.

Me pone mis panes frente a mí y empiezo a huntármelos al igual que ella sentada al lado mía.

—¿Cómo te va en la revista? —me pregunta dándole un mordisco a tu tostada con queso blanco.

—Va creciendo por momentos y se hace popular —sonrío con orgullo —Tengo a los mejores trabajadores.

—Bueno... Pues yo estoy saliendo con un chico —me confiesa.

—Eso es estupendo Nati —me alegro por ella.

—Se llama Lucas —me cuenta —Estudia bellas artes. Pinta como los ángeles.

—¿No es canta como los ángeles? —frunzo el ceño.

—Da igual —hace un gesto con la mano.

Natalia se tiene que ir al rato a la universidad y yo quedo de nuevo en el apartamento con mis pensamientos.

Mi hermana quiso devolverme mi habitación. Yo me negué un millón de veces pero es incluso más terca que mi padre y yo juntos.
Vació el armario antes de que me diera cuenta y lo metió en donde yo dormí. Me juró y rejuró que no le importaba porque pasaba poco tiempo aquí y se sentía mejor si me lo devolvía.

Me aconsejó que no fuera a trabajar pero como me quede aquí encerrada, me comerán los demonios. Así que guardo mi ropa rápido y voy al trabajo.

El día pasa duro. No puedo sacar su cara, su voz, su nombre, sus ojos, su cuerpo de mi cabeza.

De nuevo me desmorono cuando se lo cuento a las chicas. Y en mi soledad volví a hacerlo.

Joder. Duele mucho.

Apago el motor del coche de nuevo frente a los apartamentos y apoyo mi cabeza contra el volante. Ahogarme en el alcohol nunca será una solución pero lo único que quiero hacer es arrancar el maldito coche y conducir al bar más cercano para beber hasta perder la consciencia. Todo por no pensar en él. Todo por impedir mis ganas de ir a casa y ver cómo está.

¿Estará tan destrozado como yo? ¿Pensará tanto en mí como yo en él? ¿Le habrá dicho a alguien que lo dejamos? ¿Dirá que lo dejé o que él me dejó a mí? ¿Lo podré ver en un futuro y sonreírle? ¿Podré dejar de sentir este nudo en la gargantas y estas incontrolables ganas de llorar todo el puto tiempo? ¿Me llamará? ¿Me buscará para saber si estoy bien?

Dos toques en mi ventana me sacan de mis pensamientos y frunzo el ceño girándome.

RecupérameDonde viven las historias. Descúbrelo ahora