Capitulo 25:Fin del juego

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El silencio era absoluto, el ambiente tenso, casi palpable, en la penumbra solo la luz del molesto aparato perturbaba el clima de sombra y desolación mientras que él estaba en poción fetal entre las sabanas, quieto e inmóvil, con la misma pose en que se acostó no se había movido en toda la noche, incluso su rostro seguía apuntando fijamente hacía la pared y en su espalda una espada de filo amenazante. En ocasiones medio se movía y era cuando liberaba un largo y cansado suspiro, en sus manos apretaba algo envuelto, húmedo por lo que fueron lagrimas por razones desconocidas, en estos momentos de neutralidad se sentía vació pero no de la misma forma de cuando era pequeño, esta vez podía sentir en sí el sentimiento de vació, lo que significaba, lo que lo empujaba a deprimirse en la respuesta de como saciarlo. Este vació era confuso como sí cayeras en la madriguera de un conejo y nunca tocaras el fondo.

Una caída interminable, el pelinegro era como un fantasma sin rumbo, perdido y abandonado en las sombras, solo pidiendo, implorando, suplicando por el silencio para poder pensar con claridad pero le era imposible y no por la culpa de las llamadas e insistencia de Info-kun y Musume, simplemente la cabeza no le daba para eso y cuando al fin lograba pensar las ideas salían deformes como la hoja que se atora en la fotocopiadora y lo único que lo consolaba eran los pedazos restantes de aquella cinta...sí...el recuerdo de cuando Buda se la entrego lo rondo como un buitre, incluso los días anteriores; con su asistencia al club de artes marciales, se sintió confortado aun que no estaba listo para admitir el porque, pero en su interior lo sabía claramente: era ella, sin ninguna duda era su sonrisa, su cabello y las gotas de sudor que se formaban de su frente, se resbalaban en su rostro cayendo como una cascada por su cuello y al final mojaban su cuerpo causando que el uniforme del club se pegara a su piel y al principio lo que fue un holgado traje que la deformaba después resaltaba cada curva y exquisita parte de su figura como una diosa, tal vez incluso más hermosa que la propia Atena, o tal vez era demasiado, ¡NO! ¡que diablos era la definición exacta y precisa!.

Ayato apretó con más fuerza lo que tenía entre sus manos como queriendo oprimir ese sentimiento, quería ahogarlo y aprisionarlo. Intento pensar en Taeko, su senpai para ahogar aquello que se retorcía y ansiaba por salir pero era inútil...¿inútil? ¡era como intentar levantar una montaña y moverla a otro lugar donde no afecte a la vista! ¡pero que insensato sí ella es parte del paisaje y la vista! como intentar apagar el sol: es parte de la vida y si lo apagamos todos estamos muertos.

Pero claro, tanto fueron sus ganas de ahogarla que había despedazado la cinta del club de artes marciales, algo que lo identificaba como individuo, como parte de algo. Ahora estaba hecho añicos entre sus manos pero no era el recuerdo del grupo, era recordarla a ella; aferrarse a cualquier cosa para no ignorarla, para no olvidarla y él no sabía ¿qué era lo que le causaba mas daño? ¿sí retenerla o dejarla ir?.

Ya cansado de lamentarse simplemente se levanto para empezar un nuevo día, su mente fría y calculadora, en blanco como un buen Aishi que no necesitaba pensar en más nada, sí no se trataba de su senpai. Nunca le importo su apariencia pero esta vez cuando se vio en el espejo él mismo se identificó como macabro y maníaco o algo así como que :"doy miedo", trago saliva después de este pensamiento, su piel estaba pálida, tenía ojeras debajo de sus ojos por falta del sueño, sus ojos de color negro estaban achicados pero alargados, sus iris casi cubrían los bordes blancos del ojo, una combinación extraña entre apagados y abiertos con viveza, un muerto viviente tambaleándose entre una delgada línea.

De repente el espejo estaba roto y gotas de sangre se resbalaban de sus duros nudillos. Su rostro con expresión sombría apretaba con fuerza su mandíbula como en un intento desesperado de aplastar sus pensamientos aunque era bastante curioso, paso años deseando sentir un misero cosquilleo y ahora lo único que quería era aplastarlos, ahogarlos lenta y dolorosa mente porque dolían: amar, odiar, llorar, todo era un intenso dolor que no podía ser saciado. También quería que su madre dejara de contarle sobre una posible senpai que tal vez nunca llegaría pero ahora esas palabras que rondaban en su memoria era lo único que le producía un mínimo sentimiento de consuelo pero era inútil. Ya no era la misma situación, antes la desesperación era palpable y ahora...tenía otro rumbo.

Saltando hacía la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora