Capítulo 4

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››Enero, 2007 [Pasado de Sebastián]

Éramos solo unos niños cuando todo comenzó. Queríamos divertirnos, este pueblo era algo aburrido para nuestro gusto, así que decidimos crear un juego, algo que nos invitara a salir de la rutina, y nos hiciera estar más unidos. Incluso nos atrevimos a hacer un pacto con sangre noches atrás.

—A ver si entiendo—habló Tim—, será un juego de secretos. ¿Qué somos? ¿Niñitas?

—No exactamente—aclaró Lisa—Es más bien, ocultar las cosas que haremos. ¡Lo dejé claro la noche del pacto!

—Disculpa, es que mucho drama de tu parte esa noche me confundió—expresó Mathius burlonamente.

—¿Qué se supone que haremos?—Me atreví a preguntar.

—Todo—respondió Manuel—. Todo lo que queramos.

—Me gusta la idea—Dijo Julián—Sería algo así como jugar verdad o reto, solo que muchos retos que con el tiempo se convertirán en la verdad más inconfesable—simuló las expresiones dramáticas de Lisa.

Para iniciar el juego cada uno escribió un secreto en un sobre, y lo colocó en la mesa. Consistía en tomar un sobre al azar y leer el contenido, luego retar al dueño de ese secreto por dos días. Si la persona no cumplía, el secreto sería revelado. Para mi desventaja, Manuel ya conocía mi secreto, así que dijo ante todos que mi sobre era suyo. Nadie se interpuso. Y aunque escribí otra cosa en ese sobre, él me chantajeó con lo que ya sabía.

La primera semana de nuestro juego fue bastante fácil, me tocó robar unos dulces en la farmacia, a Lisa le tocó ordenar pizza a diferente casas del pueblo, lo cual había sido gracioso porque el repartidor cada vez que llegaba a una casa le decía que se había equivocado; a Manuel le retaron a lanzar su nuevo teléfono al lago, Julián tuvo que levantarle la falda a la maestra de música. Tim le quitó el mazo al policía del centro comercial y corrió por todo el lugar hasta que lo atraparon. Pero la segunda semana, retamos a Mathius a lanzarle fuegos artificiales al gallinero del señor Smith.

—Solo son un par de gallinas que empezarán a cacarear—expuso Julián.

Nos encontrábamos cada uno montados en un banco mirando por las barandas hacia el patio del señor Smith. Mathius brincó hacia la parte interior y comenzó a caminar de puntillas.

—¡Cuidado con el perro!—advirtió Lisa. Mathius dio un pequeño salto del susto y todos reímos.

—Muy gracioso Lisa, pero aquí no hay perros.

—Está asustando—comentó Manuel.

—Parece una niñita—secundó Tim.

—Silencio...—dije pues los comentarios estaban poniendo más nerviosos a Mathius.

Con cautela él llegó al gallinero, encendió la pirotecnia y salió corriendo. Saltó la baranda y en cuestión de segundo comenzamos a ver luces de colores, y a escuchar el cacareo de las gallinas. Nos sentíamos bien, nos había resultado bien... pero a los poco minutos, ya no había luces de colores, sino un naranja intenso y un olor a quemado muy fuerte, el gallinero se estaba incendiando. El señor Smith salió despavorido hacía allí y comenzó a buscar el extintor.

—¡Debemos ayudarlo!—expresó Mathius devolviéndose a la casa.

—¡Estás loco!—lo detuvo Manuel—y exponernos a que descubran que hemos sido nosotros.

—Él lo hizo, nosotros no—aclaró Lisa.

—¿Recuerdas las reglas?...—le dijo Julián, ella reviró los ojos y colocó una cara de enfado— y tú lo retaste.

Los secretos de HarrisonWhere stories live. Discover now