Capítulo 9

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Es la una de la madrugada, mi teléfono suena, es una llamada de Natalie, así que me apresuro a contestar.

—No puedo dormir—dice a media voz. Sé que estuvo llorando—Puedes venir, por favor.

—Sí, sí, ya voy para allá.

Me visto deprisa y salgo de casa. Enciendo mi auto y me dirijo a su casa. Al llegar me detengo en la entrada del garaje y antes de salir del auto tomo la capa roja y la camisa de Superman. Tengo una copia de las llaves, así que me adentro sin problema, me coloco la camiseta, la capa y subo hasta su habitación.

—¿Acaso escuché a una chica en apuros?—digo al llegar a su puerta, con mi mejor pose de superhéroe y una mirada sensual. Inmediatamente la escucho reírse a carcajadas y me lanzo sobre ella.

—¡Estás loco!—grita entre risas.

—Sí, quizás es por tu culpa.

—¿Mi culpa?

—Sí, por volverme adicto a tu sonrisa, lo cual me lleva a hacer cosas que hagan que la muestres.

—Vale, gracias por venir—dice eso y se acomoda en mi pecho.

Estamos en silencio, ella acaricia mi pecho mientras yo hago lo mismo con su cabello.

››Día 16 [Diario de Sebastián Harrison]

Amo con locura las noches en las que Natalie me necesita. Amo tenerla ahí conmigo, estar a su lado, sentir su calor, el olor de su perfume, y la suavidad de su piel. Compartimos noches desde los trece años, es inevitable que no me aferre a ellas como un ancla ante la enfermedad.

—¿Acaso estás llorando?—me pregunta y me doy cuenta que he derramado una lágrima.

—¿Esto? No, me entro algo en el ojo, eso es todo.

—No mientas, sé que algo te pasa, te conozco... no te obligaré a contarlo. Es más—Ella levanta y se sienta frente a mí, yo me acomodo y la miro—: Si es algo que me hará daño, no me lo cuentes. Prométeme que no me dirás algo que hará que te odie, o que me aleje de ti, o que me haga pensar que no eres la maravillosa persona que sé que eres—ella comienza a llorar—promete que sea lo que fuera que pase o esté pasando, si me hará mal, no me lo dirás, ¿de acuerdo?

—Te lo prometo.

Sin pensarlo la atraigo con fuerza hacia mí y la envuelvo en mis brazos. Ella lo es todo en mi vida, haría lo que fuera por ella.

El final de noviembre ha llegado y con él el dolor.

—¡AAAAAAH!—grito por segunda vez.

—¿Qué le está sucediendo a mi sobrino, doctor?

—¡Sebastián! ¡Sebastián!—Necesito que intentes calmarte y me escuches.

—¡AAAAAAH! No puedo, ¡Es como si me quebraran los huesos!

—Sé lo que sientes, estás teniendo una especie de rechazo al medicamento y la enfermedad ataca. Pero por favor, intenta calmarte. Te inyectaré unos analgésicos, te dormirán, haré que el dolor se calme.

Media hora después el dolor ha cesado, es horrible, siento como si me partieran cada hueso de mi cuerpo. Llegué al hospital para mis chequeos de rutina, pero nada salió como esperaba. Tía Emma tuvo que llamar a mamá y decirle que iríamos por unos días a D.C., debía reunirse con el director del voluntariado o algo así, y como no quería ir sola me pidió que fuera con ella y yo acepté. La verdadera razón era que debía quedarme una semana hospitalizado, al menos hasta que pudiera volver a tener el control.

Los secretos de HarrisonWhere stories live. Discover now